Fausto Masó / El Nacional
No hay celebraciones electorales en Venezuela, sino un aire de tristeza; sabemos lo que nos espera: cero fiestas, mucha hambre. Los comercios no adornan sus locales, ¿con qué?; cientos de miles de empleados temen por sus empleos. Todos saben que el chavismo ya no es mayoría. Maduro sigue en Miraflores por el Dakazo, los televisores de plasma, el virtual saqueo que revirtió los resultados electorales: un mes antes perdía las elecciones abrumadoramente, lo que le hubiera costado el poder; la oposición había vuelto el 8-D un plebiscito sobre su forma de gobernar; ahora algunos afirman que hacerlo fue un error, solo que sin darle trascendencia a los comicios la abstención habría sido mayor. El 8-D demostró también que a la oposición le sobran líderes y al chavismo dinero, dinero del presupuesto, claro.
Con razón, la MUD habla de victoria: ganó las principales ciudades y lugares como Barinas. En 1998 Chávez gana las elecciones presidenciales frente a Salas Römer con una ventaja de 21 puntos después de haber comenzado la campaña a mucha distancia de Irene Sáez; en el año 2000 derrota a Arias Cárdenas con 23; en 2006 se impuso frente a Rosales con 26 puntos de ventaja, su victoria más contundente, pero la candidatura de Rosales sirvió para que la oposición abandonara el abstencionismo. En 2012 Chávez derrota a Capriles por 11 puntos y en el año 2013 la diferencia entre Maduro y Capriles ronda un punto. ¿Ha avanzado la oposición? Sí, muchísimo, en especial desde que la MUD le dio una dirección a la lucha política: los partidos hacen una política más inteligente que los medios.
Hay, sin embargo, un sentimiento de frustración en Venezuela, la gente no quiere esperar con los brazos cruzados hasta las elecciones legislativas: a cada alcalde, cada concejal lo eligieron para cumplir una misión local específica, propia de su cargo, y también para oponerse frontalmente a los desplantes autoritarios de Miraflores. No hay diálogo posible con el que considera al otro una rata de albañal. El venezolano votó porque le recogieran la basura y para decirle no al chavismo.
El CNE alienta el abstencionismo, no dice que el voto es secreto y que las máquinas no hacen trampa. Al CNE, otro de los brazos armados del gobierno igual que la Fiscalía y la Asamblea, los abstencionistas militantes le hacen el juego en las redes sociales.
Venezuela vivió unas elecciones formalmente democráticas, donde se violaba la ley diariamente, Maduro hacía lo que le daba la gana. Cada voto de la oposición vale oro y sin esas trampas, ese ventajismo, sin la maniobra del plasma, la MUD hubiera arrasado el 8-D.
Capriles Radonski ni siquiera se desplazaba libremente por el país, y aparecía poco en televisión. El nuevo partido de Leopoldo López ganó alcaldías como la de El Hatillo y Guasdualito; la primera, a pesar de que Smolansky arrancó de segundo a buena distancia del primero, y la de Guasdualito, en un feudo chavista. Antonio Ledezma volvió a triunfar en la principal alcaldía del país, Cocciola desafió las amenazas de Maduro, y Ramos en Barquisimeto es otra victoria significativa de la oposición.
El triunfo del Dakazo es pan para hoy y hambre ya.
Vivimos unas navidades lúgubres. La Sierra Maestra de Nicolás Maduro es el Dakazo.
No se construye el socialismo regalando televisores plasma. De algo esté seguro el lector: el futuro no le pertenece al socialismo del siglo XXI.