Por Luis Vicente León | Prodavinci
Para comprender el significado político del apretón de manos que tanto ha crispado a los radicales de lado y lado en la política venezolana es necesario —por no decir imprescindible— entender el contexto en el cual tuvo lugar.
Venezuela viene de un proceso electoral donde el centro de la propuesta de Nicolás Maduro fue una radicalización del discurso político y de las acciones económicas, una estrategia que surtió efecto desde el punto de vista electoral, si consideramos que había perdido casi 12 puntos porcentuales de popularidad durante sus primeros seis meses de gobierno y logró recuperarlos en apenas un mes.
Pasadas las elecciones municipales, Maduro enfrenta un reto completamente distinto: una economía irreverente que se le resiste, rebelde, con altos índices de inflación y escasez. Una crisis que no puede resolverse ni con planteamientos radicales ni atacando sólo las consecuencias de la crisis sin tocar sus causas.
Maduro lo sabía y lo sabe. Era evidente que la crisis exige implementar acciones en el plano económico que podrían ser consideradas por muchos como moderadas, acciones que incluso requerían de negociación. Pero Maduro ha tenido un gran bloqueador para poder tomar esas acciones cambiarias, de precios o de importación que parecen inevitables: sus propios radicales.
Después de los resultados del 8-D, el radicalismo extremo del chavismo sentía que había ganado la pelea. Después de todo, el Dakazo proviene de sus entrañas. Sin embargo, Maduro y su gabinete económico deben entender que es imposible manejar la economía permanentemente desde la dimensión ideológica. Y por eso Maduro se ve obligado a practicar una estrategia dual: mantener lo radical en el discurso, pero ganar espacio político a través de la negociación para poder implementar las medidas económicas indispensables pero costosas políticamente. El reto es lograr este difícil equilibrio sin generar reacciones de bloqueo brutalmente duras por parte de los radicales del chavismo.
Pero en este tablero los otros también juegan. En la otra acera estaba un Capriles Radonski que había planteado las elecciones municipales como un plebiscito a la gestión de Maduro y que las perdió en dos dimensiones: primero, no ganó numéricamente; segundo, cuando el venezolano internaliza una derrota normalmente no lo hace de manera directa, sino desde el otro extremo del control: buscando quién perdió. Así que a Capriles la situación postelectoral le representa un reto más: mantener su liderazgo de la oposición e impedir que lo sustituyeran como el gran líder en el imaginario político opositor. Sobre todo cuando a su alrededor existen actores que buscan tomar ventaja. Basta con seguir las acciones de Leopoldo López y de María Corina Machado, en clave de línea dura, para entender su riesgo.
Visto el contexto, cuando se analizan las necesidades de Nicolás Maduro y Henrique Capriles Radonski es evidente que ambos necesitaban un movimiento estratégico efectista. Y una reunión para atender el tema de la inseguridad —donde se presumen las buenas intenciones de ambos bandos, después del posicionamiento que tuvo en la sensibilidad nacional y en la opinión pública el lamentable asesinato de Mónica Spear y su esposo, delante de su hija de cinco años— era una oportunidad de oro para que Maduro pudiera encontrarse tanto con Capriles Radonski como con la Oposición. Pero también era una oportunidad potable para que Capriles asistiera a una reunión en Miraflores después de haber declarado que Maduro es un presidente ilegítimo y que no fue elegido por el pueblo. Mientras el país está conmocionado por un evento de tal magnitud, la reunión puede verse como una necesidad inminente de buscar soluciones conjuntas a los problemas que nos aquejan a todos por igual, “poniendo de lado” los intereses políticos individuales de los actores en conflicto.
El asesinato de Mónica Spear y su esposo tiene una connotación muy especial. No sólo por la fama de la actriz, sino por todas las característica que están alrededor del suceso, como la idea del padre extranjero que viene a mostrarle el país a su hija o el hecho de que los homicidios se cometieran delante de Maya, la niña que queda huérfana. Esos elementos lo convierten en un símbolo que resume la gran preocupación del venezolano: la inseguridad.
El 46% de los venezolanos nombra en primera posición la inseguridad como su problema más importante. Eso casi cuadruplica al segundo problema, que es el desabastecimiento. Ahora bien: obviamente es un riesgo político muy alto para Maduro vincular su figura al tema de la inseguridad, sobre todo considerando que es un problema que no ha podido resolverse en años, sino que más bien se ha agravado. Y, además, es un tema que Hugo Chávez esquivaba con eficacia política. Pero, por otro lado, la inseguridad también le brinda una excusa a Maduro para promover una negociación que arrancaría con este delicado tema, pero que luego sería muy fácil de conectar negociaciones en el plano económico, donde están las mayores urgencias a corto plazo de su gobierno.
Para Henrique Capriles el encuentro también es una oportunidad. Sin costo político aparente, puede involucrarse en la solución de un problema de alcance nacional. A una reunión como ésta no se asiste porque se pretenda reconocer a Maduro ni por haber cedido en posiciones ideológicas: se asiste en el contexto real de un país estremecido para buscar una solución en conjunto. Y, en esas condiciones, un líder debe reunirse hasta con el Diablo si es preciso.
Además, la manera en la cual se dio el proceso de concreción de esta reunión —incluyendo el mensaje que el propio Capriles emitió por su cuenta de Twitter, manifestando que era urgente dejar a un lado las diferencias y trabajar unidos, antes de que el Ejecutivo Nacional convocara a la reunión— evidenció su liderazgo y capacidad de compromiso, con un trasfondo de que esto no es un problema de chavistas o de opositores, sino un problema de todos: un problema nacional.
La reunión también le sirvió a Capriles para reducir el costo que representó no haber asistido a la reunión de Maduro con los gobernadores y alcaldes electos en diciembre. Ya no aparece como un actor que está en contra de una negociación, sino con razones suficientemente potentes como para que nadie pueda cuestionarlo y sin abandonar a una oposición que en esta ocasión lo necesitaba a la cabeza. El vacío hubiese sido muy costoso si Capriles no asume ese toro por los cachos y representa su liderazgo frente al de Maduro.
Es en estas circunstancias que tiene lugar un encuentro que, por cierto, no fue un caluroso abrazo entre Capriles y Maduro. No se trata de la foto de Shimon Peres y Yasser Arafat, sino de un apretón de manos que una fotografía registró como distante, incluso con personas y objetos entre ambos como obstáculos. Ese apretón de manos, arisco y complicado, no es un “ahora somos panas”, sino algo mucho más significativo: el inicio de una relación entre el líder de la oposición y el líder del chavismo con un objetivo específico. Esto representa un cambio muy importante tanto de la posición de Maduro como de la posición de Capriles. Un cambio que puede ser determinante a futuro.
Es interesante que tanto los radicales chavistas como los radicales opositores están encendidos contra sus líderes por haberse encontrado. Ese apretón de manos distante fue suficiente para enfurecer tanto a quienes son capaces de decir que Simonovis debe morir en la cárcel como a quienes no asistirían a Miraflores porque Nicolás Maduro es un ilegítimo. Ambas son posiciones que se tocan e impiden la búsqueda de soluciones conjuntas.
¿Cómo ambos liderazgos van a sortear este proceso? Ahí aparecen las grandes preguntas. ¿Capriles va a tomar ventaja de que, dentro de la oposición, los radicales son minoritarios? ¿Podrá resistir a quienes han puesto en la mesa propuestas más radicales? ¿Alguien pretende aprovechar que Capriles estuvo en Miraflores para levantar sentimientos en contra de su liderazgo? ¿O más bien Capriles puede aprovechar el hecho de que la población mayoritaria está a favor de buscar soluciones, sin importar si eres chavista, opositor o independiente, para ampliar su respaldo popular?
Si Capriles logra vender la asistencia a esta reunión como la decisión firme de un liderazgo opositor que va a seguir criticando y enfrentando al gobierno cuando sea necesario, pero que está dispuesto a buscar soluciones, es posible que aumente su respaldo interno, a pesar del esfuerzo de los opositores radicales. Maduro, por su parte, intentará utilizar esta reunión como una excusa para eventualmente plantear acuerdos, vínculos y negociaciones, no solamente con el sector político sino con el sector privado de la economía y así rescatar algunas cosas que para él son vitales y que, en otras circunstancias, los radicales no le permitirían emprender. Porque va a tener que enfrentar a los radicales: ellos van a estar ahí, atacándolo y representando un gran riesgo para su gobierno.
No tengo idea cómo se desarrollaran los próximos acontecimientos, pero es claro que para cualquier líder político es mejor estar que no estar en un diálogo con el adversario, sea este sincero o no. La historia no recuerda a nadie por no estar, sino por lo que hizo estando. Un líder inteligente no es el que evade una reunión peligrosa donde pueden usarlo, sino es el que es suficientemente creativo para tomar ventaja de esa reunión a su favor. Y esto vale para las dos partes.