Alexander Cambero / El Nacional
Los colectivos marxistas conocen al dedillo las miserias de un proceso absolutamente decadente. La madre revolución los amamantó con el veneno de su odio. El padre de las criaturas puso ponzoña en sus corazones de venezolanos expoliados hasta la última vértebra. Su arrullo de cuna fueron las balas que escupen muerte y apagan ilusiones. De sus entrañas de náufragos existenciales surgió el alimento de grupos que creen que liquidar al adversario es una labor patriótica. Los lobos aúllan porque sus antiguos mecenas ahora los tratan de someter porque son un estorbo. Muerto Hugo Chávez fue perdiendo sus grandes beneficios. Paulatinamente han dejado de protagonizar episodios en donde podían mostrar su maldad desde su mundo subrepticio. Pero no es porque el gobierno quiere la ansiada paz. Al contrario, solo desea desmarcarse de las múltiples evidencias condenatorias de estos energúmenos.
Los regímenes totalitarios de inspiración de izquierda siempre manejaron grupos de choques que hacen el trabajo de amedrentamiento, estos siempre andan en la sombras. Al ser descubiertos son dejados solos o simplemente los desaparecen. Son armas letales de disuasión masiva, su fin último es destrozar física y moralmente a todo aquel que se interpone en su camino. Para ello afincan su estrategia en adoctrinar a los niños y jóvenes para prepararlos para la lucha ideológica. Son seres irrecuperables para un diálogo fecundo. Su norte es hacer daño, sin importar los métodos.
El drama que padece este régimen con los grupos violentos es que los mismos solo respondían a Hugo Chávez. Era su ejército de las sombras, el encargado de los trabajos al margen de la ley. Nunca tuvieron otro inspirador que aquel guerrero fulminado por el cáncer, cuando el líder paradigmático perdió su batalla con la muerte comenzó la desgracia de los revoltosos. Su protector bajó al sepulcro sin olor de grandiosidad; el legado terminó en homenajes de letanías cantifléricas.
Ahora los colectivos son cada día más incontrolables. No responden a ninguna línea partidista. Criaron cuervos y estos van por los ojos de la revolución podrida. Como conocen en profundidad todas las mentiras y episodios cruentos que le endosaron a la oposición, sus vidas penden de un hilo. Un ejército ególatra de seres protegidos por el manto de la impunidad, rostros cubiertos con las máscaras del profundo desprecio por la legalidad. Sus inspiradores son aquellos que sacrificaron a otros en el altar de la sangre. Desde niños empuñaron las armas, las exhiben con morbosa prepotencia. Los libros se alejan de la conciencia y protagoniza la maldad que entenebrece sus corazones.
Es la cruenta lucha entre la violencia y la verdad. Un régimen pútrido y desdibujado enfrenta en sus entrañas el epílogo del conflicto final. Terminarán matándose y llevándose al fondo del abismo su proceso de atrocidades. Quienes odian hasta el infinito podrán avanzar largamente, lo que sí no lograrán nunca es devolverse. Algún día pagarán por tantos desmanes que han hecho en nombre de un proceso fracasado…
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