MIGUEL BAHACHILLE M. | EL UNIVERSAL
Transcurridos 15 años del ascenso al poder de un idealista con una supuesta alternativa social justa y próspera, el país ha entrado en un franco proceso de degradación social, económico y cultural sin precedentes en la historia de Venezuela. A partir de 1998 buena parte del aparato informativo del país, pasando por las encuestas de opinión, hasta el sistema educacional formal y paraeducacional, han sido intervenidos buscando anuencia popular para fines y valores de un "socialismo igualitario".
Hoy el designio socialista se revela tan impreciso, y conminatorio, que el ciudadano sobrevive alerta tratando de descifrar cuándo termina el mensaje cautivador iniciado hace 3 quinquenios y en qué momento se advertirán los frutos prometidos. El pueblo ya entiende, en razón de sus vicisitudes como la escasez e inseguridad, que el plan siempre fue imponer un condicionamiento omnipotente para empobrecerlo y poder controlarlo. ¿Es posible seguir estirando la crisis bajo estos parámetros arruinadores?
El mensaje revolucionario criticando a la clase trabajadora que se dejó "corromper" durante 40 años de democracia (1958-1998) por la ambición de poseer bienes de consumo, ya se desinfló. La realidad es que el pueblo, con hambre, no siente mucha estima por un igualitarismo que lo empobrece y degrada; tampoco por un colectivismo oscuro que se arroga la potestad de tomar decisiones en su nombre. La gente en cambio, está más turbada por contrariedades como el desempleo y deterioro del nivel de vida.
¿Qué tenemos hoy? Nos encontramos en una especie de negligencia estabilizada a merced de nuevas formas de dirección y control apuntando hacia fines sociales cada vez más estrechos. El gobierno en posesión de todas las instituciones, dice estar listo para persuadir a las minorías díscolas de las bondades del plan aunque lleve 15 años en eso con pésimos resultados. Sólo se ocupa casi a diario de actos festivos constreñidos a la "exaltación de la Patria" mientras desaparecen bienes de consumo como harina y leche.
¿Qué pasó con el plan? Desde el inicio el régimen se desentendió de los conflictos, los desconoció, mientras orientaba su gestión hacia falsas definiciones con la esperanza de que repetidas una y otra vez se convertirían en el único aserto de cordura. En otras palabras, como lo señalara el activista social norteamericano Jerry Rubin (1938–1994): "el poder para definir es el poder para controlar". Sólo que la sociedad venezolana no se dejó "definir" en virtud de su carácter cívico y ante la evidente debacle de una incierta opción.
La manipulación de conductas a través de medios estatales, hasta hace poco en posesión de particulares, busca que la publicidad, encuestas de opinión y las estructuras paraeducacionales, se muevan bajo un aserto único. Que lo que la gente vea, lea, escuche, coma, haga, sitios donde va, pasen a ser encargo de un sistema que fija gustos y valores en función de difusos intereses.
¿Y entonces hacia dónde vamos? La pregunta que prevalece en todos los sectores del país, por ingenua, se convierte en ociosa. El gobierno irá hasta dónde lo dejemos ir. Muchos se deprimen al autojuzgarse inhábiles para tal tarea. Estamos en posesión de una cultura democrática en que los cambios se dirimen en las urnas de votación. Así entraron "los revolucionarios" y por esa vía saldrán si así lo decide la mayoría. Es hora de estructurar estrategias para las parlamentarias del año entrante que, aunque muchos no lo vean, están a la vuelta de la esquina. No hay otra. La cultura democrática se impondrá ante cualquier contracultura erosiva.
miguelbmer@gmail.com
@MiguelBM29
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