MIGUEL BAHACHILLE M. | EL UNIVERSAL
En el país de la abundancia (EEUU) también se producen inmensas colas de personas de todas las edades a las puertas de comercios pero no para suplicar por artículos de primera necesidad sino para adquirir dispositivos electrónicos de última generación. Mientras esa profusión de "consumidores colonialistas" se somete a largas aglomeraciones para inscribirse en la modernidad, ineludible en esta era cibernética, en Venezuela la muchedumbre las hace para obtener, cuando hay, un paquete de leche.
Pero el asunto no queda allí. La ruta hacia el atraso sigue. Catorce mil cuatrocientos estudiantes venezolanos que cursan en escuelas y universidades del primer mundo han sido citados para que regresen al país en enero a fin de demostrar que no han cometido delito cambiario con las divisas otorgadas por la gracia divina del Cencoex. Además de vulnerar el legítimo derecho que tienen para usufructuar honradamente del patrimonio nacional, por cierto con cifras muy exiguas para sobrevivir en el exterior, deben demostrar que no son forajidos so riesgo de ser imputados con penas de cárcel.
Mientras esto ocurre "los vigilantes de la hacienda pública" voltean la cara ante la extracción no justificada de 20.000 millardos de dólares denunciada por Jorge Giordani y Edmée Chacón. No en balde Venezuela, según la ONG Transparencia Internacional, aparece como el país más corrupto de América Latina.
En otro ámbito, se lleva a cabo en el municipio Libertador un evento musical ("Suena Caracas") implementado por Jorge Rodríguez y Ernesto Villegas cuyo costo nadie conoce. El diputado Richard Blanco (Sexto Poder) denuncia que el programa cuesta 26 millones de dólares. En el diario Tal Cual se revela (información extraoficial) que se destinaron 400 mil dólares solo para cubrir la nómina de artistas extranjeros que animan el evento. Mientras retumbaba la pachanga "Suena Caracas" ingresaban, apenas en una semana, 61 cadáveres a la morgue de Bello Monte (El Universal).
No hay sensibilidad oficial ante el drama que nos agobia. Mientras en cualquier país latinoamericano abundan opciones para elegir medicinas que no requieren presentación de récipes, en Venezuela se hacen colas en farmacias para adquirir, cuando hay, no solo analgésicos primarios como acetaminofén, ibuprofeno o cualquier antihipertensivo, sino productos de higiene de uso cotidiano como desodorantes, jabón o champú. Ese tétrico escenario no obedece a un error burocrático ocasional sino por una consuetudinaria política que atenta contra la mayoría.
Esos, entre muchos otros factores como la inseguridad personal, fuerzan a muchos venezolanos a emigrar. Las colas para salir del país son las mismas oleadas masivas que se observan a las puertas de consulados y embajadas para ingresar a Estados Unidos, naciones europeas e incluso a otros países latinoamericanos.
Resulta ahora que parte de pecado sobre la actual crisis económica la tienen los jóvenes que emigraron con gran esfuerzo separándose de la familia y del grupo. Por ello deben regresar al país y "rendir cuentas por disposición revolucionaria" para demostrar que no han cometido delito al hacer "mal uso de las "divisas condescendidas". En otras palabras: ¡vuelvan al ostracismo!
El régimen no se da cuenta, o no quiere aceptar, que un número creciente de obreros, aprendices, profesionales, estudiantes, se niega a vivir bajo la premisa de una supuesta doctrina socialista. Ese sainete inspira serias dudas sobre la política oficial que pone todo en venta, hasta parte del patrimonio nacional (caso Citgo), aunque sus asertos vayan en dirección contraria.
Inútil pues será la inmensa propaganda del Gobierno que insiste en glorificar una revolución que aplasta no solo el estándar de vida de la mayoría sino que intenta acabar con la esperanza de quienes buscan alternativas acordes con nuestra cultura democrática. El antídoto ante esta "rareza institucional" devenida de Cuba es insistir con los aparejos democráticos. Lo demás es fábula.
miguelbmer@gmail.com
@MiguelBM29
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