Alexander Cambero / El Nacional
Nuestra desgracia del último tiempo no es fruto del azar. Los arcanos no marcaron el derrotero venezolano inspirados en la malignidad del hechizo. Lo que acontece es simplemente la instauración de un modelo primitivo que privilegia la destrucción nacional, buscando imponer una doctrina sobre el cadáver humeante de la republica. Toda una máquina que tritura los huesos de la ilusión para devolvernos una nación con profundas heridas que serán difíciles de restañar. Es como una puñalada que todos los días reabre sus ansias de volver a punzar sobre el costado agujereado. La mano invisible de la frustración social vuelve una y otra vez a dejar escapar toda la maldad que emana de corazones entenebrecidos por décadas de venganzas. La herencia maldita del régimen se mantiene con la firmeza pétrea de las ideologías de la mentira más cruel. Se hicieron del poder y de esa forma lograron el botín. Un cuantioso tesoro que llegó para hacerlos potentados.
Su fracaso nos ha convertido en un país de sombras. Se perdieron los años gloriosos de una fabulosa renta petrolera desplumada por una élite de traficantes de sueños. Nos llevaron en brazos de una farsa que fueron estirando en la medida en que nuestras riquezas podían financiar un sinfín de locuras.
La revolución chavista es sin duda un experimento fracasado. Se amparó en los deseos de cambio de millones de venezolanos cansados de las últimas administraciones democráticas. Hugo Chávez supo explotar la situación; mientras menguaban los partidos políticos fue creciendo la opción de un cambio que diera al traste con todo aquello. Un crecimiento vertiginoso hizo del militar instigador toda una esperanza de un país mejor. La inmensa mayoría lo acompañó por años; paulatinamente la gente comenzó a despertar del hechizo. La razón fue contrarrestando al somnífero político, que le suministraba el régimen a millones de incautos. Apareció la represión como piedra angular de los regímenes totalitarios. Dura persecución en contra de los líderes democráticos, el cercenamiento de los medios de comunicación y de los espacios de la inversión privada siguieron la ruta de una agenda malévola que no cesa. La sucesión que nos dejó el comandante eterno es la maldición de un sistema atascado en el tiempo. Un fiasco monumental que no pueden ocultar. Han fracasado de manera estrepitosa, con ello han sembrado a Venezuela con la semilla del veneno que carcome la posibilidad de tener bienestar. Con esa visión arcaica de los procesos sociales solo nos espera el abismo.
No es la cola del gato negro la que nos hizo más pobres. Tampoco los vapores que rebosan la copa del hechizo; hemos caído en el fondo gracias al esfuerzo de un gobierno tiránico. Maldito el día en que la suerte de la patria cayó en las manos de especímenes de la peor calaña…
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