Carlos Blanco / El Nacional
La verdadera razón para limitar los contactos –legales, por cierto– de funcionarios de Estados Unidos con venezolanos no es para impedir los movimientos de subrepticios opositores, sino para impedir que los camaradas del régimen preparen su aterrizaje por las tierras del Norte y cuenten lo que saben. A estas confidencias el régimen les tiene terror.
De allí emergen movimientos esquizoides. Un día Maduro decreta el estado de guerra metafísica en contra de Estados Unidos y al día siguiente envía a su sargentería a decir que quiere “buenas” relaciones.
Muchos funcionarios rojos se van, quieren irse o buscan “limpiar” sus expedientes. Lo único que pueden ofrecer es su historia, aquello de lo cual han participado, y tal vez cavilen que Miami bien vale una visa. También hay camaradas que no son delincuentes; son o fueron simpatizantes de la experiencia chavista, y no quieren correr el riesgo de que los asocien al narco, la corrupción o la violación de los derechos humanos. Estos se encuentran sometidos a presiones de sus parejas, hijos, familiares y amigos que tienen la convicción de que la aventura revolucionaria homicida llega a su fin. Muchachos que quieren estudiar en Harvard, Yale, Columbia o MIT; o que desean aprender inglés allá e ir a campos vacacionales. Familiares que quieren servicios médicos especializados o simplemente disfrutar de entretenimiento y centros comerciales. Allí está la presión de muchos para “arreglar” la situación con las autoridades norteamericanas y es la verdadera razón por la cual Maduro y su exangüe pero brutal régimen no quiere que existan contactos de venezolanos con los funcionarios de Estados Unidos, locales o basados en otros países.
Pensar que la Casa Blanca alienta conspiraciones es no entender los cambios ocurridos en el planeta en los últimos treinta años. Lo que sí hace Estados Unidos, incluso más allá de su gobierno, es denunciar la represión masiva que ejerce el régimen venezolano en contra de los que protestan. Y ahora, ha pasado a condenarlos de una manera más definitiva.
Hay altos funcionarios rojos, ministros, diputados, gobernadores, que quieren, pero no pueden irse. La inteligencia electrónica los tiene como su principal objetivo. Se sienten atrapados. Hablan en voz baja. Al menor desliz emigran con cualquier excusa; los argumentos pueden variar desde surmenage, hasta dolor de pantorrilla o mareo.
Han visto demasiado horror; no quieren ser partícipes de la etapa más cruel y sangrienta de un régimen que parece llegar a su fin. Prefieren volver a hablar con libertad. Como antes.
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