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martes, 14 de abril de 2015

¡No es la economía, estúpido!. Por Orlando Viera Blano


ORLANDO VIERA-BLANCO | EL UNIVERSAL

Fue notable la frase que le espetó el joven Bill Clinton a su rival George Bush padre, en la campaña presidencial de EEUU-92. En momentos que Bush lucia imbatible por los éxitos de su política exterior, el fin de la guerra fría y la guerra del Golfo Pérsico, el estratega de Clinton, James Carville, le recomienda que aborde los problemas cotidianos de los americanos. Así emerge el demoledor "¡es la economía, estúpido!", como eslogan fulminante y suficiente para conectar con su pueblo. Clinton, un político "naranjal" en un país guerrerista, alcanza una victoria inesperada. Pero en el caso venezolano, lo económico no es el conector...

Después de 16 larguísimos y costosísimos años de reparto (y despilfarro), algunos dirán que el pueblo venezolano sufre de una borrachera revolucionaria, cuyo ratón aún no ha comenzado. Ha sido un festín de dinero fácil -por adjudicatario y becario- que no ha formado una sociedad productiva, sino parasitaria. Sin embargo, habría que analizar que otros elementos han acompañado esta indudable marea de dádivas, impregnadas de un ineficiente cooperativismo y un rimbombante discurso socialista, generador de más pobreza, pero también de las más faustas oligarquías pesuvistas y militares. Sin duda el pueblo venezolano desde finales de los setenta hasta la llegada de Chávez, vivió en un estado de abandono y depauperación que no puede escudarse en la antipolítica como argumento de quiebre de la mal llamada IV-R. En medio de un clientelismo irresponsable, AD y Copei, promovieron un Estado paternal y populista que enaltecía al actor político como agente principal de las demandas colectivas y ciudadanas. No les convenía a los partidos levantar un milímetro de consciencia social en los administrados, porque manteniendo el monopolio de la ayudantía, se reservaban la calculadora y el control de los ingresos públicos, mismos que terminaron más en los bolsillos de "los apóstoles", que en los famélicos ‎venezolanos de-a-pie. Esta perversa dinámica adeco-social-cristiana, con la impronta del pacto de punto fijo, fue la fórmula que condujo a la degeneración de AD y Copei, pero también a la banalización de toda una sociedad embriagada de saudismo petrolero, esto es, del ta' barato dame diez, del whisky 18 años y de una movilización social que si bien es meritoria en logros académicos (masificación educativa), no vino escoltada de reflexiones impostergables en materia de sensibilidad social, consciencia cívica, solidaridad y sentido contributivo.

Por estas calles comenzaron a prodigar los sentimientos de relegación. Acritud grupal, mayor expresión de violencia que conoce el hombre: la indiferencia. El desprecio que deriva de ver al otro comer mal y andrajoso; viviendo en la extrema miseria y muriendo en la extrema impunidad, sin perplejidad. Poco a poco nos fuimos convirtiendo en una sociedad adulante y plástica, pendiente de nuestro cosmos; de nuestro viajecito a Aruba, Margarita o NY, preocupados de nuestras zapatillas nike, sin mirar los abedules podridos en los cerros de Caracas o en los pueblos de provincia. Porque vivir rodeados de un cordón marginal en nuestras narices, de Petare a Macarao, de Mamera a Nazareno, era un barbarismo cuyo desconocimiento -por apáticos y omisos- fue criminal. Al tiempo que niñas abortaban sin haber tenido infancia o niños se hacían jíbaros y pistoleros, por no haber tenido el estómago ni corazón atendido; mientras crecía el hambre y el olvido de un pueblo hacinado y desdentado, aquellos que lograban sobrevivir y salir de nuestros barrios, no volvían la mirada atrás, acaso por vergüenza, acaso por indolencia. Y esta Venezuela despreciada fue acumulando decepciones, desplantes y reflujos, pero, ojo, no odios. Porque el pueblo no puede odiar si antes no se sabe vulnerable. Si carece de la educación para reflexionar odios y concientizar la incuria. El pueblo simplemente resiente y sufre mientras busca quien le tienda una mano. Y dejamos a los políticos ser los únicos mesías. Pronto la ineficiencia y la corrupción hicieron estragos y el resto de la sociedad "que si mordió", se fue de farra. Así esos abedules de sangre, sudor y lágrimas; de dolor y desesperanza, de reflujos y rémoras, le hicieron la alfombra roja a la llegada de Chávez.

Dieciséis años después, la historia sigue viva y la rémora sigue ahí. El pueblo antes de decepcionarse de Chávez o de su sucesor, no olvida ese pasado mal-vivido y reaviva su rencor hacia aquella sociedad indiferente que le vio depauperarse. Responsabilidad que no es sólo de AD y Copei, sino de todos, por lo que decir que fue la antipolítica, Ibsen Martínez, o Eudomar Santos los que acabaron con el antiguo régimen, no es más que un reduccionismo ramplón.

Desanudar el conflicto venezolano no depende de lo económico. Depende de nuestro afecto por los pobres. El líder que pretenda conectar con el pueblo como Clinton con el suyo en su momento, deberá acuñar su frase, pero al revés: ¡No es la economía, estúpido! Es el prójimo a quien debemos amar tanto como a nosotros mismos. Es lo social. Es lo humano. No es nada más.

vierablanco@gmail.com

@ovierablanco


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