José Domingo Blanco (Mingo) / EL NACIONAL
¡Qué papelón hizo la delegación venezolana en la ONU! ¡Qué pena! No pudieron responder las preguntas básicas para aprobar el examen sobre el cumplimiento del Pacto Internacional de Derechos Económicos, Sociales y Culturales. ¡Ponchados! ¡Raspados! ¡Cero uno! Es que no se puede justificar lo injustificable. Y a la ONU no se puede ir con el mismo discursito con el que aquí el gobierno pretende librarse de culpas. Imagino que, previo al viaje, los preparativos de nuestra delegación se centraron más en los tours, restaurantes y sitios de interés que visitarían en Ginebra. No logro dejar de imaginarlos planificando una larga caminata por el lago Lemán, empacando la cámara para tomarse la foto de rigor en Le Jet d'eau, revisando en Internet cuáles son los lugares dentro del top 5 para comer la mejor fondue de la región y el nombre de la joyería de moda para adquirir algún relojito, de esos con los que los suizos se han ganado su fama internacional. Los imagino así, como quien planifica las vacaciones; pero, jamás, preparándose para asumir con seriedad y responsabilidad la batería de preguntas –nada complacientes ni displicentes– sobre la situación deplorable en la que se encuentra nuestro país, y con los que los recibieron en la sede de las Naciones Unidas.
Ah, pero con todo y el papelón de Menéndez, y el resto del combo, Suiza siempre es, y será, un privilegio. Por supuesto, al que hoy solo tienen acceso unos pocos –en su mayoría robolucionarios–. Me pregunto si nuestra flamante delegación tendría previsto visitar a Esquivel o prefirieron no seguir rayándose más. ¡Una visita de ese calibre podría poner muchas cosas en tela de juicio! No, quizá ni lo asomaron. Mejor no revolver el avispero, no vaya a ser que más de uno terminase salpicado. No, claro que no: no vale la pena empañar el viajecito. Si hasta tienen todos los gastos cubiertos, con viáticos a 6,30, con cargo a las cuentas de la nación. Otra dimensión. ¡Qué sabrosos esos viajes de los robolucionarios: libres de las limitaciones que impone Cencoex! Y el cheque de los viáticos: ¿de cuánto estaremos hablando? ¿Devolverán los euros o dolaritos sobrantes o estarán autorizados a quedárselos? Porque, de ser así, supongo habrán aprovechado de abrirse una cuentica de ahorro en alguno de esos bancos de por allá; pero, de los que aún no les han sacados trapitos sucios al sol. Si algo ha demostrado la gente del desgobierno es que, a la hora de viajar, no se eximen de lujos, incluso en esta época de crisis, escasez y pobreza que vivimos en el país. ¿Cuánto nos habrá costado el viajecito de Menéndez y su combo? ¡Y para hacer semejante papelón! Porque nunca me cansaré de repetir que ese dinero –que el gobierno gasta como si fuese suyo-– sale del bolsillo de nosotros, los venezolanos.
Y haciendo gala del mayor caradurismo, Menéndez –a quien otra vez imagino desesperado por acabar la interpelación; pero, para poder contemplar los cisnes que nadan plácidamente en el lago Lemán– no pudo justificar, ni argumentar, ni demostrar, ni explicar ante los miembros de la ONU –esa gente tan seria y poco dada a la improvisación– qué es la guerra económica, ni por qué en Venezuela no hay maíz para hacer arepas, o por qué ahora se dice que nuestro país está entre los más violentos del mundo. A esa gente de la ONU, acostumbrada a debatir con base y raciocinio, les debe haber dado pena ajena la respuesta pueril del ministro: una salida como la que usan los chamos cuando no tienen razón. ¿Qué podemos esperar de este charlatán de claustro comunista, mequetrefe adulador, pupilo de Giordani? El ministro de Planificación es incapaz de entender lo social desde la pobreza. No puede expresarlo y mucho menos en un escenario de esa naturaleza. Quizá por eso la invitación a que los miembros de la ONU vinieran a Venezuela; tal vez, para lavarse las manos y dejar que sus antecesores –a los que, muy en el fondo, considere los verdaderos responsables– salieran al paso en defensa de los avances de la revolución.
El comunista necesita que la vida colectiva se desarrolle en un clima de pobreza, desigualdad e injusticia. Sabe que no debe incrementar el nivel de educación de los más desposeídos, porque necesita cercenar sus capacidades. Al comunista le urge que toda persona tenga limitaciones materiales, porque esa es la única manera como se procuran su subsistencia. Los comunistas, los de antes y los de ahorita, manipulan los indicadores de educación, salud y seguridad social, para maquillarse el rostro de opresores que realmente tienen y esconder las penurias de sus víctimas. El comunismo es una poesía para quienes lo imponen y una pesadilla para quienes lo padecen. Quedó demostrado –Menéndez así lo ratificó– que el comunismo no produce ni bienes ni bonanzas. Mucho menos, calidad de vida.
Por eso, Menéndez y su combo tenían que salir rápido de ese compromiso con las Naciones Unidas, porque no tenían más argumentos para seguir escondiendo la pobreza y las consecuencias que de ella se derivan. Porque la pobreza, en Venezuela, amenaza a cada profesor universitario que, con su sueldo, no logra cubrir la canasta alimentaria. Pero, Menéndez no sabe qué es eso; porque él gana mucho más. Y viaja a Suiza, pagado por todos nosotros, a defender lo indefendible… ah, y por supuesto: a comer fondue en cualquier restaurancito lujoso que esté a orillas del lago Lemán.
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