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sábado, 1 de agosto de 2015

Guerra ¿de quién contra quién?. Por Miguel Santamarín


MIGUEL SANMARTÍN | EL UNIVERSAL

El régimen, camarita, no para de hablar de guerras. Lo hace todos los días. Por cualquier motivo. Por cuantos medios tiene a su alcance. Lo hace en tomo intimidatorio. Con el propósito de inocular pánico, desesperanza, incertidumbre, confusión y desaliento en los sectores más vulnerables de la población. Aunque, también es verdad, cada vez tiene menos éxito en tal empeño. Lo dicen las encuestas.

Cuanto rojo-rojito abre la boca es para "denunciar" conjuras, celadas, batallas, atentados, traiciones, invasiones o, en su defecto, desvelar conspiraciones capitalistas y, cuando no, alegar amagos injerencistas de los imperios. Los regímenes totalitarios con pretensiones hegemónicas a perpetuidad, ven todo en el entorno peligroso, amenazante. Miran a los disidentes como enemigos. A unos quisieran freírles las cabezas en aceite y al resto pulverizarlos. De allí la tenacidad para dividir a la sociedad en patriotas y pitiyanquis. Por ello los controles férreos y la represión implacable. Eternizarse en el poder pasa por sembrar la anarquía, consentir la violencia sectaria y cimentar, aún en crisis económica, la dependencia del Estado benefactor.

Las voces líricas más cantarinas del régimen no paran de prevenir sobre las abyectas intenciones -provocadoras, hostiles y beligerantes- de enemigos internos y externos. La lista es gruesa. Tanto como la metralla dialéctica que expele el resentimiento revolucionario: Estados Unidos, España, México, Colombia, Guyana y de cuando en cuando Panamá, Canadá e Inglaterra. Los respectivos mandatarios de estas naciones también cogen lo suyo. Igual reciben su tatequieto los expresidentes Andrés Pastrana, Felipe González, José María Aznar, Jorge Quiroga, Felipe Calderón, Alejandro Toledo, Oscar Arias y Fernando Henrique Cardoso, entre otros. La misma dosis para Desmond Tutu, Mario Vargas Llosa, Carlos Alberto Montaner, José Miguel Insulza, Rubén Blades, Carlos Vives, Alejandro Sanz y otras personalidades internacionales. No se salvan de la arenga organismos como la OEA, el Parlamento Europeo, Human Rights Watch, la Corte Interamericana de Derechos Humanos y un sinfín de ONGs que han expresado preocupación por la crisis venezolana. Asimismo en el combo de julepeados entran empresas internacionales como Exxon Mobil, por estos días blanco de los peores epítetos oficialistas por sus actividades de exploración en la zona reclamada por Venezuela a Guyana.

Mientras las huestes del Socialismo del Siglo XXI se concentran en aniquilar enemigos en cada esquina y desbaratar, una tras otra, todas las guerras multigama que le han sido declaradas (económica, sicológica, mediática, bacteriológica, antiburguesía, antipiquiña, antisabañones, de quinta generación y contra el consumismo) la verdadera batalla la libran día a día los ciudadanos contra la inflación, la inseguridad y la escasez.

El combate del gobierno no es precisamente para abatir las causas de la debacle económica y social. Su pelea tenaz es contra empresarios, políticos, personajes y agentes sociales a los que imputa las calamidades derivadas de la implantación del modelo castrochavista de capitalismo de Estado. Ejemplo: la reciente expropiación de depósitos en La Yaguara.

El drama (uno de tantos) es que el país, además de desabastecido y a merced del hampa y los bachaqueros, se está paralizando. Las empresas que aún no han cerrado están en vías de detener producción por falta de insumos. En cola están los sectores automotriz, construcción, alimentos, cerveza, refrescos, medicinas, vestido, calzado, gráfico, línea blanca y otros más. Amenaza una ola de desempleo. De más pobreza. De agitación social.

Hoy no hay productos para adquirir ni tampoco billetes para comprarlos. ¿Alternativas? Pagar con monedas comunales como Lionza, Zambo, Ticoporo, Tiuna, Sucre o Paria, e implantar el trueque. Por ejemplo, intercambiar tres corocoros, dos ñames, un topocho, un bofe y un manojo de pasote, cilantro, tártago y mejorana por un supositorio de resignación, una ampolla de fanatismo revolucionario y un derecho de uso del balneario del río Guaire; una chinchurria, dos morcillas, dos criadillas, un kilo de yuca, otro de ñame y un frasco de mojito por un par de alpargatas, una perinola, un yoyo, un gurrufío, un papagayo y un pasaje para un vuelo turístico en globo aerostático. Otro combo puede ser un váquiro, un chigüire, una lapa, una gallineta un mix de caraotas y arroz y una bolsa de carbón por un pasaje en el tren bala a Puerto Cabello. ¿Cómo la ven?

msanmartin@eluniversal.com


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