ROBERTO GIUSTI | EL UNIVERSAL
Cuando el 1 de octubre de 1949 Mao Zedong o (Mao Tse- tung) se dirigió a una multitud que lo aclamaba en la Plaza Tiananmen (la "Puerta de la Paz Celestial") para proclamar el triunfo de la revolución china, luego de una larga y cruenta guerra, no solo tenía en mente la reproducción del modelo soviético (el apoyo de Stalin había resultado providencial para el triunfo de la revolución china) sino el objetivo, más allá de los postulados ideológicos propios del marxismo, de convertir a su país en una "superpotencia militar" que dominara los países del este asiático y algún día, se repartiera el mundo con la URSS.
Al principio el maoísmo se movió con prudencia, extendió garantías a los empresarios para que siguieran trabajando bajo el esquema de la propiedad privada y estimuló el desarrollo de la agricultura, pero eso duró muy poco y la mano pesada de un ejército poderosos, forjado en más de dos décadas de guerra permanente, puso a funcionar los mecanismos represivos, así como el control total del sistema de libertades, desde el primer momento, con la ejecución de millones de personas y de otras tantas enviadas a los campos de concentración.
Mao resultaba tan o más implacable que Stalin y para la consecución de tales fines consideraba necesario, tal y como lo hizo la URSS, impulsar un proceso de industrialización y colectivización a marcha forzadas que inició su concreción con el Primer Plan Quinquenal (1952-1957), cuyo complemento sería la Nueva Alianza General para la Transición al Socialismo y posteriormente, en 1958, el catastrófico Gran Salto Adelante, causa de la gran hambruna entre 1958 y 1961.
Siendo para entonces la china una economía agrícola se procedió a la confiscación de las tierras (que ya se venía aplicando desde antes del fin de la guerra) y se estableció el sistema de comunas, que equivale a la propiedad colectiva, es decir, un sistema en el cual, al final, el Estado es el propietario. De manera que en el curso de un par de años se habían "recuperado" doce millones de hectáreas que teóricamente beneficiaban a más de 90 millones de campesinos y para 1955 existían un millón de cooperativas.
Pero la pérdida de la tierra y del derecho al beneficio por la exigencia de entregar todo los productos al Estado, a través de la figura de la requisición, significó el comienzo de la hambruna, que se agudizaría hasta extremos insólitos con la colectivización. El campesino colectivizado no se sentía estimulado a producir y al mismo tiempo se le impedía conservar parte de los alimentos para su consumo, ni mucho menos cocinarlos, tarea que asumió el Estado, al punto de que en un momento dado existían tres millones de restaurantes populares en todo el país, donde mal comía, o no comía, el 90% de la población campesina.
En el fondo lo que se perseguía era la conversión de la antiquísima estructura social agraria china en una sociedad industrializada, que a la vuelta de cinco años (un imposible), debía haber cumplido su cometido, tal cual, en su momento, y en medio de tremendas dificultades y perdidas millonarias de vida, había alcanzado el inefable camarada Stalin con la industrialización soviética y las grandes deportaciones.
En el tope del culto a la personalidad y ya convertido en un monarca delirante, Mao decretó el Gran Salto Hacia Adelante, en 1958, cuya meta era la de duplicar la producción de acero, desde cinco a diez millones de toneladas. Fue así como la inmensa mayoría de las comunas abandonaron las labores del campo y se decidieron a recoger todo tipo de metal que era fundido en hornos primitivos para producir un acero de ínfima calidad que estaba muy lejos de convertirse en tanques, aviones, o los submarinos con los cuales soñaba Mao en sus desvaríos de conquistar al mundo.
En su best seller Cisnes salvajes, la escritora Jung Chang cuenta que más de cien millones de campesinos fueron sacados de los sembradíos para contribuir a la producción de acero, quedado abandonada las tareas del campo. Así, mientras el país entero se dedicaba a fundir cualquier objeto de metal que se tuviera a la mano, incluyendo utensilios del hogar y el aparato propagandístico proclamaba que China había superado a EEUU en producción de trigo, los campesinos comían, como lo asienta la autora, "hojas de batata, hierbas y cortezas de árboles", para no referirnos a situaciones que podían llegar, según asienta, a intentos de canibalismo. La solución no aparecía por ninguna parte, a no ser por una consigna que lindaba ya con la locura según la cual "una mujer capaz puede hacer la comida aunque no cuente con alimentos".
Las cifras oficiales reconocen la muerte, por obra de la hambruna, en 15 millones de personas, otras fuentes llevan el cálculo a los 32 millones, pero lo cierto es que las consecuencias del Gran Salto Adelante constituyeron una de las peores calamidades del siglo XX, al punto que el "Gran Timonel" fue apartado del poder, aunque no por mucho tiempo porque luego regresaría con la Revolución Cultural.
@rgiustia
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