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jueves, 3 de septiembre de 2015

“Cuando sea grande quiero ser pelotero o bachaquero”. Por Álex Vásquez S


Por Álex Vásquez S. | Prodavinci

Las sandalias desgastadas de plástico marrón fracasan en su intento de proteger los pies de Rosa: están negros, llenos de tierra. Su obeso cuerpo apenas lo cubre un desgastado short rosado de pijama y una franelilla marrón muy pequeña para ella. Tan pequeña y ajustada que no tiene cómo ocultar la ausencia del sostén. Rosa, casi acostada sobre una silla de plástico, es toda desidia. El alrededor, debajo del puente que va de Petare a Palo Verde, también lo es. “¿Cuánto por el kilo de leche en polvo?”, le preguntan. “Quinientos bolos”, responde un niño de unos seis años, que bien podría ser su hijo pero es el encargado de decir los precios de los cuatro productos que están sobre la mesa.

—¿Y el café?
—300 —recita el niño, mientras Rosa, con los ojos abiertos, parece no ver nada. Ese café, de 500 gramos, se vende en menos de 30 bolívares en los supermercados.
—¿Y tú compras esto? ¿Tú bachaqueas? –le preguntan al niño. Y esta vez Rosa despierta y observa con intriga.
—Bachaqueros no: comerciantes… –aclara, un poco a la defensiva.
—¿Y cuál es la diferencia?
—Que para conseguir lo que vendo yo trabajo, no me lo regalan. Yo lo pago. ¿Cuál es tu preguntadera?

Se le explica que las preguntas tienen un fin periodístico. Hay que hablar fuerte para que escuche, porque el ruido de las motocicletas y las bocinas de los carros que atraviesan frenéticos el puente impiden mantener una conversación normal. Rosa acepta responder un par de preguntas, con la condición de que no se revele su verdadero nombre. Entre moscas, humo, y un olor a basura decompuesta, habla un poco sobre la actividad que el director de Datanálisis, Luis Vicente León, considera como “la más atractiva en Venezuela para hacer dinero”: el bachaqueo, a saber, la compra de alimentos cuyo precios están regulados por el gobierno para revenderlos por mucho más.

Rosa sólo vende café, leche en polvo, afeitadoras de mujer y desodorantes en spray para hombres, pero aclara que siempre recibe más productos y aumenta su oferta. En Petare, quien vende ropa o verduras o lo que sea, tiene un espacio pequeño destinado a vender los productos regulados. Un hombre que ofrece pega, también tiene unos jabones y un paquete de pañales para adultos en 1.500 bolívares. No hay grandes puestos para los productos regulados, pero sí hay productos regulados en casi todos los puestos. Rosa sólo vende lo que escasea, pero en una pequeña mesa. A su lado, un hombre ofrece pequeños paquetes de cinco tomates por 100 bolívares. Una mujer que escucha el precio de los cinco diminutos tomates, exclama: “Esto se lo llevó quien lo trajo, ¡por eso hay que ir a votar!”. Nadie le lleva la contraria.

—¿Desde cuándo bachaqueas?
—No me gusta decirle así.
—Bueno, ¿desde cuándo revendes los productos que no se consiguen?
—Como desde febrero.
—¿Por qué?
—Gano bien.
—¿Cuánto?
—Yo no vengo todos los días. Sábados y domingos sí y dos veces en la semana. Como 30.
—¿Treinta mil bolívares?
—Sí.

De acuerdo con el director de Datanálisis, una persona que dedique un día de su semana a hacer compras de productos regulados puede obtener un ingreso de 20.000 bolívares al mes, casi tres veces el sueldo mínimo, que es de 7.421,67 bolívares. El mismo León explica que quien “hace colas para comprar estos productos los vende entre 5 y 10 veces más caros de lo que le costó. Estamos hablando de que con un día de trabajo a la semana se puede ganar casi tres veces el sueldo mínimo. Eso es el bachaqueo de comida, que es una cosa sencilla, si le sumamos el de medicinas, el de cauchos o baterías para los carros, nos encontramos con montos que son otra historia”.

—¿Y qué hacías antes de febrero?
—Estuve un tiempo sin trabajar, porque tengo que cuidar a mi nieto. –responde, mientras el niño se señala el pecho para aclarar que hablaban de él.
—¿Y antes en qué trabajabas?
—Planchaba y limpiaba.
—¿Y cuánto ganabas con eso?
—Como 350 el día. Depende de la persona, unos pagaban más. Eso era el año pasado.
—Entonces te va mucho mejor haciendo esto…
—¡No joda! ¡Claro que sí! –responde Rosa y su nieto suelta una carcajada y la imita: “¡No joda! ¡Claro que sí!”.

Si Rosa limpiara y lavara casas cinco días a la semana, ganaría 7.000 bolívares al mes. Menos de la tercera parte de lo que gana sentada en su silla de plástico. A pesar del olor, son tan atractivas las posibilidades que Datanálisis calcula que entre 70% y 80% de quienes hacen colas para comprar alimentos los revenderán. Y la situación puede empeorar, según León:

“La situación económica se deteriora y la gente busca compensaciones. La inflación ha sido inmensa, todo indica que ronda 135% sobre bienes esenciales y más de 300% sobre bienes no esenciales. El bachaqueo da ganancias de hasta 500%”

¿Pero por qué un café de 30 bolívares se vende en 300? A 10 veces su precio. No todo es especulación, sino que muchas personas intervienen en el proceso del bachaqueo. Al igual que Rosa, Oswaldo vende los productos regulados que escasean pero, a diferencia de ella, a Oswaldo no le importa admitirlo:

 —¿Quieres que te cuente del bachaqueo? ¡Claro, vale! Yo sí bachaqueo y vaina: ahorita me trajeron papel, jabones, pero ya los vendí. El paquete de cuatro rollos de papel lo compro a 100 bolos y lo vendí en 200.

Oswaldo coloca sus productos sobre una caja de cartón en el casco central de Baruta, en plena avenida. Era atleta, corría maratones, algo que aún se percibe en su delgado físico y en sus músculos definidos, pero tuvo un accidente cardiovascular que lo dejó cojeando de por vida y ahora hace lo que puede. Bachaquea desde hace un año y por casualidad: antes de eso se limitaba a vender hierbas que recogía en el jardín de casa en Turgua o compraba en el mercado de Quinta Crespo y que, asegura, ayudan a curar más de 100 enfermedades.

—Tengo matas para la diarrea, el sarampión, la culebrilla, pero con eso no gano mucho. Aunque de eso vivía desde hace cinco años. Hasta que un día sentado aquí un amigo que trabaja en el Gama me ofreció harina y aceite y esas cosas. Apenas empecé a venderlas me fue bien. Yo le gano como 50 o 100 bolívares a cada cosa, ¿me entiendes? El jabón en polvo de 37 bolos lo vendo a 130. Este desodorante lo vendo en 300 y a mí me lo venden en 200. El champú grande vale 110 y se vende a 350… cosas así, pues. La que me trajo este desodorante es cajera en otro supermercado y ya le está ganando.

Oswaldo, como Rosa, no tiene que moverse de su puesto de venta. Sus conocidos llegan hasta ellos con los productos. Algunos hacen colas y los compran, otros los consiguen porque trabajan en los supermercados. Por eso, a veces los precios suben tanto: son muchos haciendo dinero.

—A mí me traen los productos seis personas y ellos compran en cinco negocios. O traen de negocios más lejanos como La Muralla, en El Hatillo, porque tienen cosas que no se consiguen por aquí. Otro trabaja en el Plaza’s.

A la cadena que aumenta los precios hay que agregar un eslabón: la Policía y la Guardia Nacional Bolivariana. Oswaldo asegura que los funcionarios casi nunca lo molestan por vender los productos que escasean muy por encima del “precio justo”, pero admite que a veces pasa:

—Cuando se ponen fastidiosos, yo hago esto (hace una seña de pasar dinero de una mano a otra). Les mojo la mano con algo o les compro una tarjetica para el celular. Pero eso es casi nunca. ¡Si casi siempre los mismos policías o militares me compran! Mira, ¡éste que está aquí es un coronel! Ha venido la Guardia a comprarme Ace…

Los dice mientras señala a un hombre que a algunos metros sostiene un paquete de tres pastillas de jabón de tocador. El hombre, que sí era coronel, seguramente estaba retirado, a juzgar por la edad que insinuaba su aspecto, sonrió y preguntó a Oswaldo por el precio de las tres pastillas: “Ésas a 300”.

—Oswaldo, ¿y a ti no te hace sentir mal ser bachaquero?
—No. Yo estoy trabajando. Vendo para el que no quiere calarse una cola de horas. Se paga más por no hacer la cola. Yo gano, todos ganan.

Según el sociólogo Ramón Piñango, profesor del IESA, se ha intentado estigmatizar el bachaqueo como si se tratara de una actividad maligna, cuando a su juicio es una actividad completamente racional:

“Es más: si el venezolano no bachaqueara, sería irracional. Hay muchos estímulos para hacerlo, ofrece importantes ganancias, pero parece que hubiera una cruzada moral contra eso. Cuando uno revisa la historia, gente de todos los estratos sociales lo ha hecho: quien paga por conseguir un crédito o un servicio de importación lo hace. Hay maestras que pagan a una suplente para irse a bachaquear, porque eso les da más que el mísero sueldo que perciben como docentes. Ante la escasez, la gente muy necesitada ve una oportunidad y saca provecho. Para mí es completamente racional”

Ana tiene 46 años de edad y pasó 15 años de su vida trabajando como personal de limpieza en distintas oficinas de Altamira y El Rosal. Hoy se desenvuelve en esas mismas oficinas, pero vendiendo los productos que puede adqurir en la semana. Tiene la fortuna de poder comprar dos días en lugar de uno: los lunes, porque su cédula de identidad termina en cero, y los martes, porque el documento de su hermana, dos años menor que ella, termina en dos.

—Uso mi cédula y le pido la de mi hermana para comprar. A veces compro los fines de semana también. Y lo que consigo esos días los vendo miércoles y jueves. A veces el mismo miércoles.
—¿Y dónde lo vendes?
—Empecé con la gente con la que trabajé en dos oficinas, pero ahora me recomiendan y me llaman más. No me doy abasto y les paso el número de otras.
—¿Cuánto tiempo pasas en las colas?
—Bueno, la otra vez fui al Bicentenario de Las Mercedes y llegué a las seis de la mañana y salí casi a las cuatro de la tarde.
—¿Y qué compraste?
—Creo que dos pollos, harina, azúcar, papel… leche no había. Y otras cosas… ya no me acuerdo.
—¿Cuánto ganas con esto al mes?
—No sé, como 30.000 y pico. A veces es menos, depende de lo que se consiga.

Ana fue amable porque un cliente, de esas mismas oficinas de El Rosal, le dijo que podía hablar con confianza. Es una morena gruesa, muy maquillada. Llevaba un morral lleno con varias pastillas de jabón de tocador, dos kilos de leche en polvo y azúcar. Ese día sólo iría a una oficina.

—Ana, ¿y tú crees que el bachaqueo es malo?
—Bueno, no me gusta decirle así porque suena malo. Pero lo que yo hago no es malo, tengo dos niños que cuidar.
—¿Y tú eres colombiana?
—¡No! ¿Qué es eso? –reacciona sorprendida.
—El presidente dice que hay un plan de Colombia contra la economía de Venezuela, para llevarse la comida. Dice que los bachaqueros quieren desestabilizar…
—Bueno yo no conozco ninguno que sea colombiano y yo soy bien venezolana. ¡Y no me digas bachaquera! Yo no le hago mal a nadie: yo lo hago por mis hijos. Aunque a mí me parece bien que no se lleven más comida a Colombia, eso que hicieron.
—¿Cerrar las fronteras y sacarlos del país?
—Bueno, no, eso no.

Luis Vicente León considera que las recientes acciones del gobierno, al cerrar las fronteras con Colombia, responden a intereses políticos y no económicos, por lo que poco contribuirán a solucionar el problema:

“Con cerrar las fronteras no resuelves el problema del contrabando, lo encareces. Algunos de esos productos se quedan aquí, pero siguen los estímulos brutales para sacarlo. Lo de la frontera es una jugada inteligente políticamente, porque culpas a quien te dé la gana, pero yo creo que la gente no se come el cuento. Eso sí, la mayoría de la población no tiene capacidad de pensamiento abstracto, sólo conoce lo que ve y eso es el bachaquero. Por eso, algunos pueden creer que eso ayuda, que se están llevando la comida. Pero eso no resuelve el problema”.

Cuando se le pregunta al director de Datanálisis cómo se resuelve el problema, afirma que la solución es clásica:

“Hay un problema básico de controles de cambio que hay que abrir. Hay que sincerar la economía y colocar subsidios directos para el más pobre. El gobierno debe reconocer que la embarró, devaluar la moneda, y ajustar los precios”

Efectiva o no, el gobierno apostó a una estrategia para combatir, al menos desde el discurso, lo que es para los venezolanos el principal problema del país: el desabastecimiento de alimentos. De acuerdo con el último estudio del Instituto Venezolano de Análisis de Datos, 81,8% de los encuestados afirma que la escasez de alimentos es el principal problema del país.

En el estudio Ómnibus de Datanálisis, de julio y agosto, cuando se preguntó “qué problemas identifican en el país”, el 63,2% de los encuestados mencionó el desabastecimiento, 51,2% la inseguridad y 45,4% el alto costo de la vida. Y cuando se preguntó “quién es el responsable de esos problemas”, la mayoría de las personas (46,1%) culpó al presidente Nicolás Maduro. No a los colombianos. No a Álvaro Uribe.

William, el nieto de Rosa, tiene cinco años y no seis. Le pide a su abuela que lo deje cobrar los 400 bolívares por los cuales vendieron un kilo de leche en polvo (la de Mercal, pues las otras cuestan 500 bolívares dos puestos más allá, a su derecha). William cuenta tres billetes marrones y dos verdes y sonríe orgulloso, dejando ver que le faltan varios dientes. El comprador, un hombre mayor, también sonríe y le da las gracias. “El carajito sabe contar”, le dice a Rosa y se va satisfecho.

—¿Y tú qué quieres ser cuándo seas grande?
—Pelotero.
—¿Cómo quién?
—¡Cuando sea grande quiero ser pelotero o bachaquero! –responde el pequeño William, sonriendo con picardía.

Pero la sonrisa se vuelve un llanto a gritos, luego de que Rosa le suelta una cachetada por la ocurrencia. En medio del ruido de Petare el sufrimiento del niño casi no se escucha.


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