MIGUEL BAHACHILLE M. | EL UNIVERSAL
La petulante premisa catequizada por Chávez, ahora seguida por Maduro, según la cual el comercio per se constituye una nociva y especulativa actividad que beneficia solo a un pequeño sector de la economía en detrimento de la mayoría, ha demostrado ser, luego de 16 años de experimentos, una aciaga simplificación aplaudida a veces por ignorancia o, peor, por malsanos intereses subalternos.
Desde los diestros fenicios pasando por el esplendor de las mercaderías en el Puerto de Alejandría, el comercio lleva implícito una extraordinaria movilidad no solo económica sino social por la cantidad de mano de obra que requiere. Esa "noción mercantilista" que predominó durante los siglos XVI y XVII y asumió inmenso auge entre el XVII y XVIII, se hizo imprescindible para ampliar el poder no solo económico sino político de países y regiones. Surge entonces la acreditación académica de diversas Escuelas y Teorías Económicas.
¿Qué relación tiene el párrafo anterior con la actual debacle? A finales del siglo XIX y al comienzo del XX, en la Venezuela atribulada por la pobreza y destruida por las guerras federales, emerge el comercio como una de las actividades dinamizadoras más explicitas. Florecen así audaces inversionistas que coparon el escenario comercial sobre todo en Caracas, Maracaibo, San Cristóbal y parte del centro.
Los almacenistas de larga data que subsistieron por décadas abasteciendo a pequeños minoristas, boticas, licorerías, ferreterías, quincallerías, bodegas, camiserías, talabarterías, con la particularidad de cada caso, se convirtieron en los principales promotores del empleo. Hoy, lejos de estimularlos, son sometidos al más inclemente acoso gubernamental de nuestra historia (caso Polar).
A partir 1999 el comercio padece de ignominiosas agresiones institucionales y personales de signo marxista que atentan contra la libre competitividad. El prejuicio ideológico que llevó a la confiscación y/o expropiación de comercios, bancos, agroindustrias, factorías, terrenos urbanos, haciendas ganaderas y agrícolas, juntada con la corrupción, ha traído en buena parte la actual debacle de abastecimiento y distribución de bienes básicos.
La expulsión compulsiva de colombianos residentes en Venezuela y el cierre de fronteras sobre todo con pueblos del Táchira, en nada protege la estabilidad social de la zona y tampoco del país. Todo lo contrario. El despensero productivo muere de mengua mientras es sustituido por el bachaqueo. ¡Viva lo espurio y que agonice lo lícito!
Toda actividad comercial compite en razón de su calidad y fecundidad. Cabe recordar cómo el venezolano hacía "turismo comercial" en Cúcuta para adquirir mercaderías a bajo costo. Al gobierno colombiano nunca se le ocurrió denunciar al venezolano por "hacerse de productos cucuteños" para especular y desestabilizar a su país. Por el contrario siempre incitó su mercadeo como principio lícito de libre comercialización.
El parroquiano de hoy que según este extraño socialismo ha sido intercedido para su bien, actuando como penitente, está obligado a recorrer una multiplicidad de comercios "cazando" productos acordes con las variaciones de mercadeo del dólar. De un negocio a otro el mismo bien puede variar entre el cincuenta y mil por ciento en una misma cuadra. La ruina del comercio forma parte de circuito destructivo que acosa toda vena productiva del país.
La mendicidad se ha convertido en un filantrópico factor cultural para cada venezolano. Ya no sorprende observar largas colas en nuestro recorrido habitual. "El de la cola" preferiría ganar lo suficiente para adquirir sus bienes a gusto y no estar sometido por el cinturón oficial que busca quebrar su dignidad a punta de limosnas. Que al menos suceda como en Ecuador, Perú, Brasil, Méjico, Bolivia, para no voltear la mirada hacia el aborrecido imperio. Ciertamente el 6-D no es una fecha mágica pero sí el inicio para erigir parte de lo destruido.
miguelbmer@gmail.com
@MiguelBM29
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