Félix Seijas / La Patilla
Ante la derrota en la reciente elección parlamentaria, los líderes del oficialismo han optado por radicalizarse aún más lanzando amenazas y ejecutando acciones que sin dudas apuntan a desconocer lo que representa el resultado del 6 de diciembre. ¿Por qué hacen tal cosa? ¿Tiene sentido esa actitud?
Por supuesto que una lectura de la reacción del gobierno es que para los jerarcas de la revolución el costo de perder poder político es muy alto. Eso es algo que no están dispuestos a aceptar. Para ellos es preferible una salida forzosa antes que consentir cualquier tipo de contrapeso en el poder. Pero más allá de este hecho, ¿son los zarpazos que lanzan Maduro y su entorno patadas de moribundo sin esperanzas? No del todo.
Con la muerte de Hugo Chávez en 2013, cerca de 8% de los votantes venezolanos decidieron apartarse de la “revolución” y apostar por la alternativa que en aquel momento representaba Henrique Capriles Radonski. Esto ocasionó la nivelación de las fuerzas electorales entre gobierno y oposición, reflejado en el resultado de los comicios presidenciales del mismo año. El PSUV perdía estos votos de manera definitiva.
Con el agudizamiento de la crisis económica durante el mandato de Nicolás Maduro, quienes permanecían fieles a los sucesores de Chávez comenzaron a dudar. Así empezó un proceso de desapego de la figura del presidente y su entorno. Para ellos estos líderes ya no representaban lo que en su imaginario era la esencia del Comandante. “Es que sin Chávez ya esto no es lo mismo”, decía una chavista desconsolada en un grupo focal. “Hay que decir que Chávez se equivocó dejando a estos ahí, lamentablemente se ve que no dieron la talla”, decía un treintañero en otro grupo. Estas personas se desprendían de las fuerzas rojas por desencanto, no por la convicción que mostraron los que lo hicieron en 2013.
En 2015, poco menos de la mitad de esos desencantados decidió apostar de nuevo por los ojos de Chávez. Ellos tomaron esa decisión durante los cuatro meses previos a la elección. Por otra parte, en medio de la incertidumbre un pequeño grupo de descontentos se atrevió a pulsar la tarjeta de la Unidad. “No sé, yo voté por la manito pelúa esa”, dijo un motorizado a un compañero, casco debajo del brazo, atravesando el lobby de una clínica. El resto, aquellos que llegado el momento final mantenían sus dudas sobre qué hacer, decidieron abstenerse dando el golpe de gracia a las filas rojas.
Así, el oficialismo perdió entre 2013 y 2015 cerca de 2 millones de votos, los cuales desaparecieron, principalmente, entre el humo de la abstención. Por su parte, la oposición logró no solo mantener los votos logrados en 2013, sino aumentarlos en una cifra cercana a 400.000. El resultado final fue la conocida debacle electoral para la revolución.
No obstante, es un hecho que el gobierno aún mantiene poco más de 40% de respaldo electoral, y esto no es poca cosa. Adicionalmente, Maduro y su entorno saben que la mayor parte del 10,5% que perdió en estos comicios son personas que le han retirado su apoyo, pero que aún no lo depositan en nadie más y por lo tanto podrían ser rescatables. Esto último puede tener sentido si se piensa en estas personas como votantes que guardan recelo a lo que puede representar la oposición en el poder. Entonces el discurso agresivo del oficialismo juzgando y condenando de manera anticipada a la MUD podría avivar tal recelo, debilitando la imagen de la coalición ante ese segmento de votantes. Recordemos que desde el oficialismo se ha iniciado una campaña de acusaciones en la que se asegura que la oposición emprenderá acciones contra “el pueblo”, todas atrevidas, como por ejemplo eliminar el sistema de pensiones. El objetivo es nivelar de nuevo las fuerzas.
Por otro lado está la gran presión bajo la cual la oposición tiene que actuar. No solo debe manejar de manera eficaz los ataques del oficialismo, sino que en cierta manera el tiempo conspira en su contra. La oferta electoral de la MUD fue el cambio. Las expectativas de la población luego de una victoria contundente son enormes. Es sabido que los pueblos juzgan a sus líderes basados en la brecha que hay entre expectativas y percepciones de la realidad. Las mismas personas que un domingo recibieron a Jesucristo con ramos, a los pocos días lo condenaron. Eso lo sabe el gobierno y desde ya ha empezado a hacer todo lo posible por endosar a la MUD la dura situación económica que viviremos en 2016. Con esto apunta a fracturar la moral del voto opositor.
No es poca cosa lo que enfrenta la Unidad. A su favor tiene la baja credibilidad que exhibe Maduro. No todos los que el domingo 6 votaron por el Gran Polo Patriótico confían en el aglomerado rojo. Allí hay dudas. Por su parte, el gobierno tratará de hacer ver que “los otros” son peores. El nivel de radicalización aumentará cada vez más. Y todo esto ocurrirá en medio de uno de los peores años en materia económica en la historia del país.
La Unidad consolidó un 2015 lleno de aciertos. La clave fue precisamente permanecer unida sorteando los escollos que se le presentaron. En 2016 necesitará aún más unidad y cabeza fría.
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