José Vicente Carrasquero / Runrun.es
Con la escogencia de Maduro como sucesor, Chávez dejó testimonio de la poca formación de quienes conformaron su entorno de trabajo durante los años que ejerció la presidencia de la república. Lo cierto es que durante estos ya más de tres años que Maduro ha estado al frente de la jefatura del Estado, al principio como vicepresidente y luego como titular del cargo, no ha hecho otra cosa que demostrar su escaso nivel intelectual y político para el adecuado desempeño de tan importante compromiso.
Maduro ha terminado siendo prisionero de otros poderes fácticos, de las circunstancia y de la quincalla ideológica que Castro le suministro a Chávez como instrumento para hacer política en nuestro país.
La debilidad política de Maduro lo hace ser prisionero de las fuerzas armadas. Es tan endeble su posición en el poder que ha tenido que entregar a los militares posiciones importantes. Le ha sido imposible devolverlos a los cuarteles. Ha llegado, como resultado de sus limitaciones, a crear una empresa militar que se encargaría de la explotación minera del país. ¿Por qué a los militares y no a las universidades? ¿Por qué a los uniformados y no a los trabajadores? Luce que la estancia de Maduro en Miraflores depende tanto de los militares, que se le hace necesario concederles atribuciones que la constitución le reserva al Estado como un todo.
Maduro es prisionero de su incapacidad de tomar decisiones. En este asunto existen varias dimensiones que merecen ser mencionadas. Primero debemos decir que el presidente no llega a tener un cabal entendimiento de la crisis económica que vivimos y sus dimensiones. Esa manifiesta incapacidad lo circunscribe a un accionar limitado, errático, desenfocado que lo lleva a clamar por la ayuda del altísimo: Dios proveerá se atrevió a decir un día.
No puede tomar decisiones porque el mismo discurso que heredó de Chávez se lo impide. Es prisionero de un aparato de ideas que le impide tomar las medidas necesarias para superar un modelo económico que fue capaz de incinerar un millón doscientos mil millones de dólares (US$ 1.200.000.000.000,00) sin que exista una obra que pueda justificarlos.
Es prisionero de los tenedores de bonos de la deuda pública y de bonos emitidos por PDVSA. Los mismos que por mantener sus pingües ganancias le dicen que Venezuela puede disponer de sus activos en el exterior para no tener que renegociar la deuda. ¿No le llama la atención apreciado lector que el gobierno prefiera seguir honrando mansamente la deuda y su servicio y mantenga al pueblo pasando trabajo? No estoy llamando a dejar de pagar la deuda. Estoy diciendo que la misma tiene que ser renegociada. Y digo más. Tenemos que acudir a los organismos multilaterales para que nos asistan en las medidas que obligatoriamente tenemos que tomar para acabar de una vez por todas con nuestro peor enemigo en este momento: la escasez promotora de pobreza y miseria.
Maduro es prisionero del supuesto legado de Chávez y de su imagen. De alguna manera siente que tiene que actuar como lo hubiese hecho su predecesor, responsable de toda la tragedia que estamos viviendo.
Maduro es prisionero de su entorno. De los que no quieren perder el poder porque tienen todo que perder. Cacofónico como pueda sonar, el poder está lleno de gente que tiene cuentas con la justicia. Personas que tienen riquezas que no están respaldadas por un honesto ejercicio de los cargos públicos que han desempeñado durante los últimos diecisiete años. Personas que tienen cuentas que saldar con la justicia internacional.
Maduro es además prisionero de un hampa desbordada. Unas organizaciones criminales que son capaces de asaltar casas presidenciales, escuelas de formación de militares, cuarteles de policías, asesinar funcionarios y militares para seguirse armando en un ejército de desalmados depredadores, que somete diariamente al pueblo venezolano y que pone en tela de juicio la capacidad del Estado de ejercer soberanía sobre todo el territorio nacional.
Maduro es prisionero del rentismo. Mientras vocifera a los cuatro vientos que se acabaron los tiempos en los cuales solo vivíamos del petróleo, envía a sus personeros a ver como convence a los otros productores, en mejores condiciones que nosotros para enfrentar la época de vacas flacas, para ver si ocurre el milagro de que los precios del oro negro se recuperen.
Maduro es prisionero de los Castro. Cada vez que tiene oportunidad viaja a La Habana a ver si el oráculo antillano le puede dar alguna luz de cómo superar la gravedad de la situación que estamos viviendo. Como es de esperar, los ancianos de La Habana solo le aconsejan acciones que les garantice a ellos seguir recibiendo la cuota de crudo que les regalamos todos los días. De ahí el despliegue represivo contra el pueblo y no contra los criminales.
Maduro es prisionero de una política exterior basada en el petróleo. En momentos de tanta gravedad como los que sufre el pueblo venezolano, seguimos enviando hidrocarburo en condiciones desfavorables para nuestras mermadas cuentas públicas. Piensa el mandatario que echar para atrás estos convenios sería lo mismo que desarmar el tinglado de apoyos políticos incondicionales con los que cuenta en el Caribe.
Maduro es prisionero de un clima de opinión poco propicio a soportar un paquete de medidas económicas que le cargue al pueblo el costo del despilfarro del que son víctimas. Es prisionero de una bomba de tiempo que armó con su propia inacción. Es prisionero del miedo que le produce la reacción de una nación obstinada de la situación de miseria a la que ha sido sometida. Es prisionero del miedo a asumir el costo político de que las acciones que debe tomar, mermen su cada vez más exiguo apoyo popular.
Maduro es prisionero sin otra salida que apartarse del poder y permitirle a los venezolanos escoger por la vía electoral a quienes asumirían la responsabilidad de tomar las acciones que sean necesarias para resolver la dramática situación que vivimos.
@botellazo
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