Por Luis Vicente León | Prodavinci
El Sistema Unificado de Compras Públicas es un intento del gobierno para organizar y controlar un proceso atomizado, no supervisado, ineficiente y corrompido de compras e importaciones que realizan de manera autónoma diferentes actores de gobierno central y de los entes descentralizados.
En un país normal, las compras públicas corresponden principalmente a un pequeño grupo de productos para el consumo propio del gobierno que responden tanto al presupuesto nacional como a la contraloría. El problema es que en el caso Venezuela las compras e importaciones públicas incluyen cosas tan diversas como maquinarias y sus respectivos insumos, pollo, café, azúcar y maíz entre otros ítems para la venta en los canales de distribución de alimentos del Estado; pero también otros tan variados como medicamentos e insumos médicos, carros y repuestos, armamento militar, bicicletas y hasta champú.
Tanto como 60% de las importaciones totales del país están hoy en manos del sector público. Y esa es una cifra dramáticamente más alta que la de cualquier país racional del planeta entero.
Y, obviamente, éste es un sistema peligrosísimo en términos de eficiencia y transparencia.
La experiencia mundial indica que los gobiernos no son los actores adecuados para realizar esta actividad. Se desgastan. Se corrompen. Y cada dólar que importan de manera directa genera menos de una cuarta parte en volumen de lo que puede generar el sector privado con la misma cantidad de dinero.
Algunos pueden pensar que eso justifica entonces que el gobierno intente poner “orden en la pea”, algo que en el presente de Venezuela parece traducirse en centralizar y organizar, con la excusa de evitar la corrupción y hacer más eficientes los procesos nacionales.
Sin embargo, cometen un error grave quienes así piensan, porque resulta que el problema central venezolano es el intervencionismo y el control del Estado sobre la economía.
No se trata de que los procesos de control en Venezuela son ineficientes y corruptos: se trata de que el control estatal es ineficiente y corrupto por definición.
Y mientras más intentes sofisticarlo, sea con métodos gerenciales o con métodos represivos, lo único que estás haciendo es ponerle más gasolina a la candela y alejándote más y más de la solución.
Sin un mercado cambiario adecuado y abierto, sin una empresa privada sólida que esté produciendo e invirtiendo, sin precios reales de las mercancías y los salarios, sin pagarle a los proveedores internacionales lo que se les debe, sin recuperar la confianza de los inversionistas y acreedores, por más motores que pongas todos estarán fundidos y la corriente terminará llevándose este peñero directo a la cascada, sin freno y sin salvavidas.
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