Carlos Blanco / El Nacional
Venezuela experimenta la desintegración del tejido social de modo inédito. Las reglas de convivencia construidas a lo largo de su historia están dañadas y, en muchos casos, destruidas. Avanza en forma exponencial la criminalidad. El país, estupefacto, asiste a la conformación del nuevo imperio: el de los “pranes”, en el cual el poder de fuego de las bandas organizadas disputa territorios a un Estado en retirada, que apenas relincha con “operaciones” en las que siempre mueren los enemigos en “enfrentamientos” o ejecuciones. Ante la ausencia de Estado se produce esa versión infame de justicia que son los linchamientos, evocación urbana del circo sangriento en el cual la turba ejecuta a los que son o parecen culpables. Por su lado, la fantasía de lo imposible llegó: la pelea callejera por la pata de un pollo, de lo cual dan pavoroso testimonio las trifulcas en las colas por la comida. Aquella idea del chavismo “originario” de que el robo no es robo si hay necesidad, ahora se consagra en rapiñas y pillajes.
Venezuela avanza hacia el caos. Los poderes mundiales siempre han buscado la estabilidad ante la inestabilidad, como en 2004, cuando Carter y Gaviria consagraron una inexistente victoria roja. El problema de 2016 es que ahora hay que escoger entre la inestabilidad y el caos. La estabilidad se fugó. Kaput.
En el país late un cambio radical. Todos, incluido el régimen, lo esperan como resuello en la nuca. Por eso el estridente chillido sobre el golpe de Estado: ya viene, está allí, se le vio el hocico, se disfraza de Caperucita, habla inglés y otras tonterías. Resulta sorprendente que sea el régimen el que más hable de golpe; como quien invoca en aquelarre la presencia del Maligno. El asunto es que no hay golpe posible sin militares y no hay posibilidad hoy de golpe militar.
A ver si nos entendemos: un golpe militar es posible con unas fuerzas armadas estructuradas, en la cual los soldados obedezcan a los capitanes y estos a los coroneles, con respeto a las jerarquías, subordinación y disciplina. La FAN de hoy ha entrado en un proceso de disolución institucional perpetrada por sus mandos. De manera que un golpe estilo Chávez en 1992 no parece posible. Sin embargo, los militares que han estado desde el 4-F hasta en la sopa no podrán ausentarse en la sobremesa. Son un actor principalísimo del drama venezolana y estarán allí en la resolución del conflicto. ¿Cómo?
¿Presión silenciosa? ¿Desobediencia? ¿Alzamientos caóticos? ¿Leve empujón? ¿Te pido aquella, “la cual aceptas”? Nadie lo sabe. Pero, estarán.
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