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jueves, 14 de julio de 2016

No te perdono, Chávez. Por Carolina Jaimes Branger


Carolina Jaimes Branger / La Verdad

Hace tres días me despedí una vez más de mi hija menor. Y cada vez que me despido me duele más. Me duele porque como bien lo definió mi amiga Elizabeth Fuentes, soy una madre huérfana. Me duele porque siento que mi hija está mejor fuera que en nuestro país, cuando hubiera querido que ella viviera, como varias generaciones de sus antepasados, en Venezuela.

Me duele porque cuando las cosas mejoren -que van a mejorar- tal vez ella ya haya echado raíces en otra parte y no regrese. Me duele porque si se casa y tiene hijos, mis nietos vivirán en otro lugar. Los veré crecer a través de la pantalla de una computadora. Los podré abrazar muy de cuando en cuando. Venezuela será para ellos una referencia lejana de donde yo, su abuela, llegará a darles amor. Alguien exótico que cuando se va, llora como una Magdalena.

Mi hija, como tantos otros jóvenes venezolanos, se fue a buscar futuro a otra parte. El futuro que Chávez le destruyó. Y eso no te lo perdono, Hugo Chávez. Destruiste a Venezuela. La destruiste físicamente, pero aún peor, la destruiste moralmente.

Llegaste lleno de odio a vengar quién sabe cuántas humillaciones (porque no me cabe duda de que has debido ser humillado), pero pagamos todos por las culpas de pocos. Tuviste la oportunidad y el dinero –que casi nunca vienen juntos- de convertirnos en el mejor país del mundo y lo volviste leña.

Lo peor es que te moriste a tiempo: en el inconsciente colectivo no apareces como el responsable de esta debacle, cuando cada tragedia venezolana tiene tu impronta, es tu responsabilidad, lleva tu firma.

No, no te lo perdono, Chávez. No te perdono que hayas usado la corrupción como arma para dominar, cuando contradictoriamente llegaste a la presidencia prometiendo acabar con ella. Ese tumor del que hablabas en la campaña electoral, ése que ofreciste extirpar como un experto cirujano, creció y se comió lo mejor del país durante los años de tu gobierno.

No te perdono que hayas desvalorizado algo tan importante como el trabajo. Que les hayas metido en la cabeza a quienes no tenían que lo que no tenían era porque otros se lo habían quitado, cuando la mayor parte de las fortunas viejas venezolanas provienen del trabajo honesto de quienes las forjaron.

No te perdono que te hayas hecho el loco ante el robo descarado de tus panas militares y comunistas, de empresarios sin escrúpulos que han ganado en cada contrato lo que no hubieran ganado en toda sus vidas. No te perdono la hipocresía de tu discurso frente al grosero enriquecimiento de tu familia.

No, Chávez, no te perdono. No te perdono que hayas usado la inseguridad como estrategia, porque esas estrategias, como los boomerangs, terminan yéndose de las manos y regresando a golpear la frente de quienes los lanzaron. ¡Cuántas madres lloran a sus hijos asesinados por las huestes que armaste! ¡Cuántos niños han quedado huérfanos! ¡Cuántos jóvenes mutilados! ¡Cuántos ancianos desvalidos!

No te perdono que hayas tratado de resolver las injusticias que existían con más injusticias. Las inequidades creando otras inequidades. Los resentimientos alimentando nuevos resentimientos. No te perdono que hayas usado el poder para eternizarte, para nutrir tu megalomanía, para endiosarte.

No te perdono este dolor de madre huérfana que siento, porque todo ha sido por tu culpa, por tu culpa, por tu grandísima culpa. No te perdono. No te perdono. ¡No te perdono!


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