Mercedes E. Rojas Páez-Pumar / @Merce_Rojas
El “hombre nuevo” se alimenta de lo que encuentre sobre la mesa, una especie de bochornosa recompensa tras interminables horas de cola, acompañadas por la incertidumbre y las inclemencias climáticas. Los altos precios de las proteínas las desdibujaron de la pirámide alimentaria, la leche es un bonito recuerdo del pasado, la harina de maíz precocida una victoria… ¿Y el mango?
La temporada de mango anuncia su llegada a finales de abril, los frondosos árboles se cargan con la “tropicalidad” de su fruto: rojo, jugoso, dulce y provocativo.
El hombre nuevo tiene hambre y se desboca sobre supermercados para cumplir la meta: alimentarse y darle de comer a los suyos. Las congregaciones en las afueras de estos establecimientos comienzan por las madrugadas, una realidad que está a la vista de todos sin importar cuanto quieran maquillarla. Tampoco es secreto que el mango es el alimento de la temporada y como evidencia de la apretadísima situación económica, niños, adultos y hasta ancianos buscan despojar de sus frutos a cualquier árbol que se atraviese.
Si usted no sabe de botánica y aun no reconoce al arbusto, sabrá identificarlo cuando vea un grupo numeroso a su alrededor, intentando atrapar el almuerzo. “Aquí va un kilo de pollo”, bromea un hombre de mediana edad mientras señala una bolsa de plástico cargadita con el dulce fruto. La escena es conmovedora y confusa, uno no sabe si llorar o sonreír, como guiño al carácter bromista del venezolano, que todavía sabe manifestarse en los momentos más adversos.
Y cómo no consumir esta tradicional fruta venezolana si está ahí a disposición de todos, o mejor dicho de aquellos que lleguen primero. El mango es gratis y el escenario devastador: “La caída de consumo podría superar este año el 10%, esperándose una contracción similar en el PIB. Eso mientras las reservas internacionales han caído aproximadamente 4.300 millones de dólares, tenemos la inflación más alta del mundo, índices de escasez de comida y medicinas espeluznantes y el índice de confianza de los consumidores toca su piso histórico”, comenta Luis Vicente León, presidente de Datanálisis.
No hace falta la data. Basta que usted y su sentido común salgan de paseo a la calle para entender que las colas se hacen más grandes y no descansan. Los mangos son el competido objeto de deseo y la tensión, la frustración y la desesperación reinan en el ambiente.
El ingenio siempre vence. Aurelio, un obrero que trabaja actualmente en una construcción por Prados del Este, me muestra su invento: un cuñete de pintura vacío amarrado a un palo de escoba, que alza entre las ramas para que la fruta no se “magulle” con la caída. “Si el día es bueno me traigo mi viandita con comida, pero si no, resuelvo con unos manguitos”, comenta mientras señala el cargado arbusto que por cosas del azar está situada en el terreno contiguo a la casa que remodela. Como la calle no es muy transitada y la fuente de alimento permanece oculta y con poca demanda, decide compartir algo de su botín conmigo.
El mango es sabroso y versátil, se puede comer verde, maduro, crudo, en jalea, en jugos, ensaladas, con adobo… Pero como todos los excesos son malos, la cantidad de fibra que posee el fruto puede causar efectos laxantes, si este es consumido en grandes cantidades. No en vano existe el popular “mayito”, nombre con el que bautizaron a los males estomacales por la ingesta constante durante el mes de mayo, momento en el que oficialmente empieza el festín.
“La carne del pobre” como se le conoce popularmente, calma el hambre por unos minutos pero no alimenta.
¿Qué pasará en septiembre cuando la temporada llegue a su fin? La respuesta parece tan incierta como el futuro político del país. Sin embargo la próxima vez que un mango caiga y lo golpee, recuerde que es un golpe de realidad. En realidad el hambre no se calma con bolsas de comida o la fruta de la temporada.
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