Mercedes E. Rojas Páez-Pumar / @merce_rojas / Banca y Negocios
Mercedes E. Rojas Páez Pumar @merce_rojas
Agosto es el mes predilecto para el descanso, llegaron las vacaciones escolares y con ellas la necesidad de planear una escapadita. Mientras unos cambian corbatas por piñas coladas, el sector turismo carga baterías para recibir a los temporadistas, pues el descanso de algunos se logra gracias al trabajo y esfuerzo de otros.
Según datos del Ministerio de Turismo, durante las vacaciones escolares de 2015, se movilizó un total de 12.542.842 vacacionistas entre los diversos destinos turísticos que ofrece el país. Lo que se tradujo en un total de Bs 84.418 millones, cifra que representó una variación del 65,02% en comparación con los datos del año anterior.
No es extraño que las cifras hablen de crecimiento y mejoras. Pero tal y como cita el refrán “el que tenga ojos que vea” y no hay que tener visión 20/20 para digerir la realidad tal cual es en este 2016.
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En el pasado las playas margariteñas albergaban a cientos de bañistas sobre su cálida arena, era el destino por excelencia para aquellos que se querían dar un gustico, pero no contaban con recursos suficientes para hacerlo fuera de las fronteras del país. Compras, gastronomía exquisita, cómodos hoteles y resorts, rumbas, numerosas y paradisíacas playas para todos los gustos, en fin, Margarita siempre se caracterizó por ser una isla con mucho por ofrecer. Sin embargo, la crisis económica que atraviesa el país hace que los sueldos alcancen para hacer las compras de casa y no mucho más.La cantidad de turistas en la isla mermó con una notoriedad importante. Aquellos que venden artesanía y ofrecen cualquier servicio imaginable, lo saben y caminan las playas de cabo a rabo en busca de clientes. Su abordaje es invasivo, casi suplicante. Vender un par de zarcillos hechos con perlas, masajear los músculos de algún turista estresado o hasta pedir limosna, es el trabajo por excelencia durante la temporada. Resulta complejo cuando existe mucha oferta, pero poca demanda. Una masajista camina entre los toldos ofreciendo su servicio: reflexología, masaje de cráneo, de pies y hasta de cuerpo entero. “Yo no entiendo cómo es que en plena temporada Playa El Agua esté tan vacía… En Parguito tampoco consigo clientes”. Una pareja de argentinos pensó que disfrutaría de la tranquilidad del sonido de las olas con su pequeño hijo de 4 años. Apenas un vendedor notó su particular acento se postró en su toldo para nunca más salir y corrió la voz entre otros vendedores. Había encontrado a la gallina de los huevos verdes entre la arena.
“Hasta los extranjeros son duros para comprar. Esa gente que viene de afuera cree que tiene a Cristo agarrado por la chiva porque traen apenas $1.000” comenta el vendedor con un marcado acento oriental. “Estos argentinos están duros, no me quieren comprar un juego de zarcillos de perlas por $5. A ustedes como son venezolanos y saben cómo es la cosa, se los dejo en Bs. 2.000”, finaliza.Para un turista del extranjero, el precio del masaje cuerpo completo está en $30, para un criollito el precio es de Bs 5.000. Francisco disfruta trabajando en temporada alta, como parte del staff de entretenimiento de un hotel 4 estrellas. “En el hotel hay gente, pero no tanta como en otros años. Durante esta semana el servicio ha sido súper personalizado, conozco a todos porque son pocos”. Y es que hasta en el buffet del hotel “all inclusive” para el que opera este joven margariteño, se nota la crisis y la escasez. La mantequilla, el azúcar y la leche no están en el menú y las tradicionales arepas se fueron de viaje a otro destino. Este último alimento, típico del desayuno criollo solo aparece en una que otra cena temática que pretende rendir homenaje a la gastronomía venezolana, pero realmente la deja muy mal parada al no poder ofrecer cada elemento de la vasta oferta tricolor. Sin duda el turismo, una de las fuentes de ingreso más explotables de Venezuela por su amplio potencial, sufre como consecuencia de la crisis generalizada.
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