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jueves, 11 de mayo de 2017

Vislumbre. Por Laureano Márquez


Laureano Márquez Blog / Editorial Tal Cual

La palabra viene de la unión de dos voces latinas: vix, que significa “apenas” y luminare, que significa “alumbrar”.

Vislumbrar algo es, entonces, “medio ver” algo que está ahí, pero que todavía no se ve bien. En el amanecer se vislumbran los objetos que han quedado ocultos por la noche. No se ven todavía del todo, pero tenemos el indicio de que —si el mundo no se acaba antes— los vamos a ver pronto.

Así como la noche está irremediablemente condenada por la salida del sol, a los regímenes fracasados solo les queda la fuerza para sostenerse, pero hasta el uso de la fuerza agota. Al que reparte palos todo el día se le cansa el brazo y no llega a la casa con ganas de abrazar a su esposa. Al que se pasa todo el día lanzando “gas del bueno”, algo también le llega a él; y al que tiene hijos adolescentes, en una refriega con “el enemigo” se le puede presentar la duda de si aquel con la franela en la cabeza al que le lanzó un perdigonazo no sería su hijo. Cuentan que una de las razones por las cuales los nazis se inventaron “la solución final” fue porque a sus soldados les era muy penoso pasarse el día fusilando judíos; a las tres o cuatro horas de estar en ello, les era inevitable albergar la duda de por qué lo hacían y de si aquellos seres en una de esas no serían también gente. Comenzaron a enloquecer, a caer en el alcoholismo, a suicidarse.

Algo se termina en Venezuela y se vislumbra algo diferente. La neblina de los gases no deja ver bien todavía qué será, pero la historia no es una reflexión inútil; el conocimiento del pasado es como una lámpara sobre el oscuro presente, que nos ayuda también a vislumbrar cómo podría ser y, especialmente, como valdría la pena que fuera.

Menéndez Pidal, en su introducción a la Historia de España —no olvidemos que el 60,76% de la nuestra se corresponde con la suya— dice que el tiempo de los Reyes Católicos fue, con mucho, el mayor período de la grandeza española y que ello no fue obra de la casualidad ni del azar, sino de hechos muy concretos: Castilla venía del nefasto reinado de Enrique IV, llamado “el impotente”, que la había llevado a su peor momento de ruina, con el tesoro exhausto, la población descontenta y hundida en la miseria, los nobles desmoralizados, teniendo por única justicia el capricho del rey y —encima— la moneda devaluada como consecuencia de la corrupción. Al morir Enrique, asciende al trono su hermana Isabel, casada con el heredero del reino de Aragón. Isabel y Fernando unificaron España y protagonizaron lo que Menéndez Pidal considera el momento cúspide de esa nación

¿Cuál fue el secreto? Según el historiador —y el mérito es de la aguda visión política de Isabel— los Reyes Católicos se ocuparon de que en España hubiese, quizá por vez primera, justicia imparcial y, además, para las labores de gobierno escogieron a los más capaces, sin importar si eran nobles o plebeyos, e incluso si habían sido enemigos en algún momento; la inteligencia privaba por encima de todo. Esto produjo un efecto multiplicador, se regó como una mancha de aceite: una cadena de capaces escogiendo a más capaces como subalternos, no por adulación, sino por ingenio y preparación; un círculo virtuoso, como el rector de la UCAB. La reina tenía una habilidad extraordinaria para detectar el talento y es fama que guardaba un libro donde anotaba los nombres de las personas que destacaban por su inteligencia.

Cuando le tocaba proveer un cargo apelaba a su “diccionario” de gente capaz. Dice Menéndez Pidal, al referirse a este vuelco inusitado de su tierra, lo siguiente: “De la decadencia más baja al florecimiento mayor de un pueblo no hay más que un paso”, pero es un paso difícil de dar pasar del “lodazal de las codicias particulares al terreno de las nobles aspiraciones”, porque requiere un acto de voluntad que deseche el oportunismo, la viveza y la indolencia.

Vislumbro que Venezuela va a renacer si somos capaces de asumir el compromiso. Si lo sabemos hacer como es, sorprenderemos al mundo con nuestro brillo. Las nobles aspiraciones no son otra cosa que hacer coherente el país que se sueña con el que se practica cada día, el compromiso ético con la honestidad. Si logramos dar ese paso el florecimiento vendrá, porque inteligencia es lo que aquí sobra. Ese diccionario te lo tengo, Isabel, desde la A hasta la Z.


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