Laureano Márquez Blog / Runrunes
El régimen se quitó los pocos harapos que cubrían su desnudez y exhibe sus vergüenzas ante el mundo sin el menor pudor. Creo que solo Evo Morales y la gente de Podemos, en España, defienden lo indefendible con “admirable” malvada consistencia. La calamidad que hoy padece Venezuela pasará -de ello no cabe ya la menor duda- como pasan todas las calamidades. La pregunta es cuál es el saldo de daños y víctimas que dejará a su paso este huracán de destrucción.
Desde hace algunos meses, pero con mayor razón luego del 30 de julio, el país entra en el terreno de la ingobernabilidad, cosa que en verdad le importa poco al régimen, porque su propósito nunca ha sido gobernar, sino mantenerse en el poder para usufructuar ventajas, dividendos y control sobre la nación. La situación es de extrema gravedad porque Venezuela se ha convertido en eso que llaman un Estado fallido, esto es: un Estado cuyo gobierno no puede controlar el país, ni detentar el monopolio de la violencia legítima (aunque tenga el de la crueldad), no puede prestar los servicios básicos a la población y se halla excluido del concierto de las naciones. Es por ello que la sociedad venezolana está en rebelión abierta y continuada. Acorralada al extremo, como en el manifiesto de Marx: “ya no tiene nada que perder sino las cadenas”. Desde el poder la respuesta ha sido la de apelar al régimen del terror: asesinatos, torturas y cárceles. En nombre del Estado venezolano los cuerpos de seguridad matan, roban, violan, arremeten contra viviendas con armas y gases. Todo aquello en contra de lo cual Chávez se alzó -y a lo que no le faltaban fallas-, luce ahora como el paraíso perdido.
Los que hoy sostienen la dictadura venezolana deberían preguntarse hasta dónde están dispuestos a llegar para conservar el poder. Las violaciones a los Derechos Humanos y los crímenes cometidos se volverán irremediablemente su contra, porque la lupa del mundo civilizado está sobre Venezuela. Vivimos tiempos en que todo queda registrado, grabado, documentado. Deberían saber que, ante crímenes de lesa humanidad y violaciones a los Derechos Humanos, nadie puede argumentar en su defensa que recibió órdenes superiores porque cada uno tiene una responsabilidad personalísima. Deberían pensarlo bien antes de agregar nuevas páginas a su expediente.
El fraude electoral del 30 de julio puso en evidencia muchas cosas. Ojalá que esas cifras, que no le cuadran ni a Pitágoras, le sirvan al gobierno para conocer la verdadera dimensión del rechazo en su contra. Ni siquiera los empleados públicos, chantajeados con el despido concurrieron. En esto terminó la pesadilla chavista: amenazando con hambre a su propio pueblo si no se obliga a votar por ellos. Triste final para lo que fue una ilusión de tantos.
El secuestro de Ledezma y Leopoldo López da un mensaje claro al mundo de los propósitos de la constituyente: la aniquilación de la oposición venezolana y de toda forma de disidencia. No la tienen fácil: el contador de la medición de rechazo no para de aumentar y hace rato que dejó atrás el 80%.
No parece prudente que el mundo se ensañe en contra de Venezuela con medidas de sanción económica. De eso ya se está encargando el propio gobierno del país, hambreando a la población y obligando a morir de mengua por falta de salud y medicinas, la única cosa que hace con eficiencia, además de reprimir. Lo que sin duda si requerimos con urgencia son eficaces sanciones de tipo político orientadas específica y claramente en contra la oligarquía gobernante que ha conducido al país a esta desgracia política, económica y social.
Ya es tiempo de que el mundo civilizado -más allá de actuar cuando se producen las tragedias humanitarias- ayude a los pueblos -que en definitiva son la víctima fatal de los tiranos- a prevenirlas. Es la hora de Venezuela.
@laureanomar
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