Por Luis Vicente León | Prodavinci
Un reciente artículo de The Economist coloca a Venezuela en un índice de alto riesgo de convulsión social para el próximo año. Esto ha ocasionado que varios periodistas de las fuentes económica y política se interesen profundamente en entender qué es lo que sucede en el país y hasta dónde existe el riesgo —al menos en la dimensión de lo hipotético— de que en 2014 se generen las condiciones para un conflicto.
Vayamos al grano desde el principio: proyectar una convulsión social es una de las tareas más difíciles para la futurología, porque si hay un tipo de eventos en la historia que no depende de los factores convencionales ni de los elementos que uno teóricamente suele considerar, esos son los estallidos sociales.
El arranque de la Primavera Árabe, en Túnez, tenía como lema “Dignity before bread”. Este antecedente, alejado en el tiempo y en el mapa, es una muestra de que una crisis económica no es invariablemente el prólogo de un estallido social.
Ahora bien, leyendo específicamente lo que se puede advertir del 2014 en el caso venezolano, los eventos económicos pueden empeorar el problema de abastecimiento durante toda la primera parte del año. Además, el gobierno está introduciendo eventos en el tablero que no resolverían el problema, sino todo lo contrario: lo agudizarían. Pero tampoco es cierto que el país estará totalmente desabastecido: Venezuela tiene un flujo de divisas que sigue siendo impresionantemente elevado y nuestra dependencia importadora es histórica, así que es mucho más probable que haya un deterioro paulatino en la calidad de vida, pero sin que se evidencia una escasez total, nada que vaya más allá de algunas faltas en los anaqueles de los mercados, una situación que en el caso de los venezolanos ha demostrado generar habituación en lugar de reacción popular.
Por otra parte, las conexiones políticas del presidente Maduro se han reforzado y su legitimación electoral luce cada vez más evidente, luego de los resultados de las elecciones municipales. Así que difícilmente veremos un conflicto cuyo germen que la ocasione sea el descontento político, al menos a corto plazo, mientras se está llevando a cabo finalmente la luna de miel que Nicolás Maduro no tuvo luego de la elección presidencial.
Sin embargo, es seguro que habrán conflictos y protestas en diferentes regiones y sectores, pero no por unas condiciones singulares del ambiente político en Venezuela, sino porque es lo típico en una economía en deterioro como la nuestra.
Y esa conflictividad será evidente e incluso podría convertirse, en algunos casos, en estruendosa, pero de ahí a esperar la masificación de esa acción como un evento peligroso para la estabilidad del gobierno puede ser un salto muy alto, que necesitaría de una capitalización política de los acontecimientos muy distinta a lo que puede leerse en este momento.
Así, ni el estallido ni la convulsión social son parte de mi escenario base de proyección para Venezuela en el 2014. Aunque es muy cierto que un movimiento de este tipo no sería imposible en un país desequilibrado, con una economía deteriorada, el anticipo de desabastecimiento más marcado de la región y una acción agresiva contra la empresa privada (que se traducirá en deterioro económico y laboral), sí es muy improbable en un país con un flujo de caja tan elevado, importaciones públicas en crecimiento, populismo desbordado y un gobierno recién fortalecido por el voto popular, frente a una oposición que luce bastante desorientada sobre cómo enfrentar su futuro, mientras sus vínculos de unificación se muestran bastante gastados.
La oposición tiene demasiados retos de rearticulación y solución de problemas internos como para representar un factor peligroso para el gobierno en un año sin elecciones. Y aunque los grupos más radicales de la oposición pueden ganar terreno frente a la derrota en el plebiscito simbólico que se planteó para las elecciones municipales pasadas, el proceso de consolidación de esas fuerzas no será tan rápido.
Pero si el gobierno es demasiado torpe y no cede terrenos en el tema cambiario y de las importaciones, el país entrará realmente en una escasez profunda (incluso con su capacidad de importación) que podría elevar el riesgo de protestas que puede hacer que se pierda el control. Pero esta vez no parece que el Ejecutivo Nacional vaya a dejarse gobernar por instintos suicidas: superada la pasada elección, tiene que introducir elementos menos primitivos para proteger la economía. Amanecerá y veremos.