Luis Vicente León / Prodavinci
Muchas veces nos preguntamos ¿por qué se van los que se van?
Pero hay una pregunta que nos hacemos menos y, sin embargo, es fundamental: ¿qué pasa con la gran mayoría de la población que se queda? Evidentemente son más. Entonces, ¿cómo no tratar de entenderlos?
Algunos despachan esta pregunta con una simple respuesta: “No se van porque no pueden”. No dudo que una parte de la población tenga deseo de marcharse, pero los bloqueadores para hacerlo son insalvables: edad, limitaciones familiares, falta de conexión con el exterior, miedo, entre otros. Pero no es cierto que éstos son los únicos factores.
Hay algo más que retiene a la mayoría de los venezolanos y tiene que ver con dos elementos fundamentales que debemos entender. Un primer grupo simplemente saca su cuenta y piensa que le conviene estar aquí. Que, pese a la crisis severa y los riesgos que ésta acarrea, considera que las oportunidades siguen abiertas y piensa que los vacíos que dejan quienes se van pueden ser llenados por ellos, dándoles nuevas opciones de negocio, trabajo y lucha. Entienden que, pese a la crisis, los venezolanos se levantan y se lavan los dientes, comen, se desplazan, se comunican e incluso se entretienen, actividades que están presentes incluso en las peores guerras y crisis de la humanidad. Alguien tiene que atenderlos y ellos sienten que pueden y deben estar ahí. En este grupo se encuentran también quienes, con recursos externos ahorrados o invertidos a través de los años de bonanza, podrían irse, pero, al analizarlo con detalle, entienden que sus reservas en moneda extranjera tienen siete veces más capacidad de compra en Venezuela que en casi cualquier otro país y que marcharse significaría pulverizar sus ahorros y reducir dramáticamente su tiempo de protección. El dato es demoledor: con 50 dólares compras 35 kilos de carne en Venezuela (a precio negro) y sólo 4 kilos en Miami. Lejos de la visión del migrante hipersensible a la inseguridad, a la política o a la crisis económica interna, algunos venezolanos no ven la salida como una oportunidad de mejora, aunque pudieran vivir más tranquilos, más seguros o con mejor infraestructura y educación. La ven como un sacrificio que traería consecuencias negativas a su calidad de vida. Entonces, cuando la esposa le pregunta al marido: “¿Por qué no nos vamos si todos se van?”, él responde: “Porque todavía tengo muchas cosas que hacer aquí”, “porque vamos a comernos los ahorros” o “porque vamos a pelar más que protagonista ciega en novelita rosa”.
Nos queda el segundo grupo, menos pragmático y más emocional, quienes simplemente no se van porque sienten que deben defender sus espacios y luchar por su país. Como decía Rómulo Gallegos en Reinaldo Solar:
“…quedarnos aquí, para sufrir con todo el corazón la parte que nos corresponde en el dolor de la Patria, para desaparecer con ella, si ella perece; para tener la satisfacción de decir más tarde, si ella se salva y prospera: yo tengo derecho a este bienestar porque lo compré con mi dolor”.
No soy quién para juzgar las razones de nadie, sólo quiero describirlas para entender por qué se van los que se van, y también por qué se quedan… quienes nos quedamos. Cada quien tiene el derecho de buscar su felicidad, ahí donde crea que esté.
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