Luis Vicente León / Prodavinci
La migración se ha convertido en un tema central de nuestra vida. Las historias ya no se refieren a cuentos abstractos del familiar del amigo de una amiga. Es difícil conseguir venezolanos a quienes esta historia no les toque de cerca. Por supuesto arranca por quienes ya se fueron, quienes se están yendo y quienes se van. Para ellos es la historia de su propia vida, esa que tienen que cambiar no por placer sino por necesidad. Algunos porque sus negocios ya no pueden desarrollarse y necesitan buscar alternativas donde invertir recursos y conocimientos. Y entonces se fueron muchos inversionistas, sus familias y su dinero, pero sobre todo su espíritu emprendedor, que se convirtió en exitosos centros comerciales en el exterior, edificios bien hechos en Madrid, Bogotá o Santo Domingo, proyectos financieros, de servicios y restaurantes en Miami y Panamá. En inversiones, empleo y desarrollo que pudo estar aquí…y no lo dejaron estar.
Y se fueron después profesionales de alto nivel. Primero los petroleros, después muchos de nuestros médicos especialistas y muchos profesionales más y con ellos sus años de formación y experiencia que ahora sirven a sociedades que los acogieron con gusto e interés.
Y entonces la crisis se puso peor. La capacidad del país para atender las necesidades de su población se pulverizó. La caída en la capacidad de compra es monumental y la población más necesitada llevó la peor parte, en un país donde la segmentación social ya no es en bolívares. Se dividen los venezolanos entre quienes tienen acceso a dólares y quienes no. Y esta realidad no tardó en motivar a muchos “que no” a buscar alternativas en el exterior para resolver sus vidas y las de sus familias. A diferencia de las primeras olas migratorias, más focalizada en élites económicas y profesionales, que son pequeñas como porcentaje de la población, la nueva ola involucra a la base de la pirámide, lo que pronostica una salida masiva en número de personas, muy superior a lo que ya se fue. Esta nueva oleada no lo hace de manera ordenada, ni estructurada, ni legal y comienza a representar un problema social y humanitario para los países receptores.
Producto del desespero y la necesidad, muchos venezolanos se montan en un autobús y se van. ¿A dónde? no tiene que ver con un tramite oficial sino con una prima lejana que se ofrece a ayudar. Un hermano que se fue primero o un abuelo que era de allá. Y entonces, respira profundo, piensa en la medicina de su mamá, en la escuela del carajito, la comida del papá y con un edificio en los hombros, pesado de solidaridad, se va.
¿Cuántos son? No sabemos. La mayoría son informales y no se van a reportar, pero esta en crecimiento exponencial. Las estimaciones más sofisticadas se alejan de los números estrambóticos que algunos ponen a circular. No es cierto que hay más de cuatro millones y medio de venezolanos en el exterior. Pero si hay al menos 7% de la población afuera y esta ola migratoria lo puede triplicar en los próximos años. El número que más nos impacta de la última encuesta Datanálisis es el porcentaje de residentes que están haciendo trámites o búsquedas de información o contactos para emigrar y que subió de 12% en 2015 a 35% en 2017. Si consideramos que esta penetración ocurre en el segmento poblacional más grande del país, la proyección migratoria es alarmante.
Nada resolverá esta situación, que nos afecta dramáticamente, si no somos capaces de ofrecer a nuestros hijos una vida digna hoy y la posibilidad de vivir mejor que nosotros mañana. Ese es nuestro reto país y no podemos dejarnos ahuyentar ni primitivizar. Hay que hacer lo que haya que hacer, a pesar de tener miedo. Esa es la definición de valentía.
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