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miércoles, 5 de junio de 2013

Cachos hasta en la sopa. Por Angel Oropeza @angeloropeza182

ANGEL OROPEZA | EL UNIVERSAL

La celotipia, también conocida como "celopatía", es un trastorno psicológico caracterizado por una exacerbación patológica del estado emocional negativo que surge cuando una persona percibe su relación amorosa con otra amenazada por una tercera. Es una patología compulsiva y fuertemente autodestructiva, que produce un estado de alta ansiedad e inseguridad en la persona que lo sufre –aún sin saberlo- y que puede llegar incluso a causar estados de disociación psicótica y distorsión delirante de la realidad. El celópata vive en un estado de permanente infelicidad e insatisfacción, en función de sus miedos y sospechas de engaño, y no acepta otra verdad que no sean las "evidencias" que comprueban su inseguridad en la relación.

Existen ciertos rasgos de personalidad que definen al celópata. Entre los más característicos están egocentrismo, autoimagen inadecuada, desconfianza, inseguridad, narcisismo, dogmatismo y rigidez emocional. El celópata es en el fondo una persona débil e insegura. Su autoestima es tan baja que cree que cualquiera le puede arrebatar su pareja, porque en el fondo cualquier otra persona vale más que él o que ella. El hombre celópata, por ejemplo, generalmente esconde detrás de conductas y apariencias de exagerada masculinidad, una sensación de ser tan frágil y tan inseguro que cualquier otro puede, utilizando el lenguaje malandro, "tumbarle" a la mujer.

Es imposible no asociar a estos pobres "machos celópatas", cuyo miedo les hace ver cachos hasta en la sopa, con algunos de los voceros del actual y dudoso gobierno venezolano. Se consideran tan frágiles e inestables –quizás producto del convencimiento de su propia ilegitimidad popular- que cualquier cosa los "desestabiliza", desde la visita de un líder político a otro país, hasta el reclamo entendible del pueblo por no conseguir papel "tualé". Para ellos, cualquier acción política o social, del tipo que sea, es potencialmente amenazante para su quebradiza estabilidad. Pero, al igual que con el enfermo de celotipia, no porque la acción "real" busque ese fin, sino porque su inseguridad y desconfianza en la gente (al fin y al cabo, saben que la mayoría no votó por ellos) es tan grande que sienten que cualquier cosa puede más que su indigente legitimidad.

Si los profesores universitarios salen a la calle a protestar por sus salarios de hambre, el Gobierno se apresura a calificarlos como desestabilizadores. Si el rector Vicente Díaz pide al CNE que apruebe la verificación sobre si hubo fallecidos votando el 14A, otra de las rectoras salta y le acusa de "golpista". Si los organismos de salud exigen que se publiquen partes numéricos de los casos de influenza AH1N1, la Ministra responde que eso crearía una paranoia desestabilizadora. Si la Iglesia comenta que hay escasez de vino para consagrar en las celebraciones eucarísticas, se le comienza a adjudicar una intención política "non sancta". Si la gente reclama porque no consigue papel higiénico, ni pollo, ni aceite, ni mantequilla, la respuesta oficialista es calificarlos como "enemigos poderosos que están conspirando". Si los trabajadores protestan por la doble devaluación de su poder adquisitivo a que los ha obligado el gobierno de Maduro, cuando acaba hace menos de un mes de entregarle más de 2 mil millones de dólares a la gerontocracia cubana, la reacción es calificar estas protestas como "parte de una campaña antidemocrática y de desprestigio para desestabilizar al Gobierno". Si un Presidente vecino decide recibir la visita del líder de la oposición venezolana, se le acusa de manera infantil y destemplada de sumarse a la "agresión y desestabilización de Venezuela". Y si una chuchería que contiene papas, platanitos y tocineta tiene por casualidad el nombre comercial de "El Golpe", provoca que el Ministerio de la Defensa elabore –aunque usted no lo crea- una resolución oficial prohibiendo su venta en las cantinas de los cuarteles porque su nombre "contiene un mensaje subliminal en contra del proceso revolucionario" (Procedencia No. 000645 del Ministerio de Defensa).

Esta patológica inseguridad es además una evidencia adicional que permite caracterizar la naturaleza de nuestra oligarquía gobernante. No en balde –y ya lo alertaba Umberto Eco en su imprescindible obra Cinco escritos morales- el fascismo vive en una eterna obsesión por el complot, la desestabilización y la amenaza de supuestos enemigos.

Una persona que ve cachos hasta en la sopa, y que piensa que su pareja le va a ser infiel con cualquiera que se presente o se le acerque, es alguien tan frágil e inestable que provoca lástima. Igual que un gobierno que ve desestabilización en cualquier acción de disidencia o de protesta legítima. Eso solo es reflejo de su inseguridad y su precaria legitimidad.

@angeloropeza182




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