Fausto Masó / El Nacional
El pasado jueves, Nicolás Maduro afirmó que la marcha de hoy respondía a un plan golpista de la extrema derecha, negó que existiera una oposición democrática. Igual que ayer, el chavismo solo aceptará una oposición confinada al este de Caracas, cruzada de brazos y que disfrutará de los presupuestos de algunas gobernaciones.
Una marcha violaría ese pacto no firmado entre el pueblo, representado por el Gobierno y el PSUV; y los oligarcas, los apátridas, la burguesía, a los que no meten presos a cambio de que acepten estar pintados en la pared. Volvió a amenazar con enviar a prisión a Leopoldo López como si considerara imprudente -¿por ahora?- sugerir “ponerle los ganchos” a Capriles Radonski. También, a última hora, se habla de una marcha chavista para impedir la de la oposición y se mete miedo a la gente con las amenazas de violencia sangrienta.
La marcha no pretende sacar del poder a Nicolás Maduro, no responde a una provocación como la de Chávez cuando despidió por televisión a los gerentes de Pdvsa un 7 de abril y el 11 de abril marcharon cientos de miles de personas al matadero político. No, la oposición aprendió: la meta es respaldar las universidades, nada más; es suficiente, claro. Por mala fe, Maduro acusa a la oposición de golpista, afirma que habrá violencia, a pesar de que los estudiantes no hayan lanzado ni una piedra.
Esa estrategia maquiavélica de confinar a la oposición a un gueto eternizaría al chavismo en el poder, aumentaría el ventajismo en cada elección, todo el poder del Estado competiría con una oposición maniatada, hasta que con un pretexto se suprimiera el formalismo electoral.
Maduro no despierta el odio que provocaba Chávez. No pasa el tiempo expropiando, se está volviendo parte del paisaje, sobran los buenos chistes sobre Maduro. Olvidamos que haber subestimado a Chávez lo ayudó a que gobernara 14 años. Maduro representa un liderazgo corporativo, amenazado por una rebelión de las bases del chavismo, harta de que concejales y alcaldes se elijan a dedo. Cuenta con la misma mesa situacional que planificó la estrategia exitosa de Chávez.
Nos estamos acostumbrando a Maduro igual que al tráfico infernal, la delincuencia y el desabastecimiento. Maduro se está convirtiendo en una mala costumbre, pero las malas costumbres son eternas, mientras el espacio en los medios de la oposición le ocurre como a la piel de zapa de Balzac, se achica. Diosdado no conspira por sacarlo de Miraflores, los dos están hermanados porque la salida de uno, o del otro, significaría el fin de ambos.
Hay que marchar hoy, no para revivir la tontería de un abril nefasto, sino para luchar por las universidades; mañana tocará defender otros intereses populares, según una estrategia pacífica para restituir la democracia en las instituciones, pedazo a pedazo, en la Asamblea, el CNE, el Poder Judicial.
Diga lo que diga Maduro hay que marchar. Eso sí, basta de subestimarlo, sus pasos hacia el sector privado y su intención de reanimar Pdvsa muestran que busca conseguir los dólares necesarios para que este proyecto sobreviva.
Este Gobierno es mejor que el anterior, lo que no es una gran cosa. La persecución a los peces chicos de la corrupción muestra que Maduro no se suicidará políticamente y que está dispuesto a enterrar buena parte del legado chavista mientras continúa sus pretensiones autoritarias.
¡A marchar….!