MIGUEL E. WEIL DI MIELE | EL UNIVERSAL
Ya en esta columna hemos hecho referencia a la necesidad de poner sobre el tapete el tema del reconocimiento de derechos de homosexuales, bisexuales y transexuales. La ideas de progreso y progresividad, obligan a quienes las usan como bandera, a advertir sobre la situación de discriminación perseverante, derivada de una mentalidad de convento de clausura arraigada en nuestra idiosincrasia, muy a pesar de tanto Guzmán Blanco y Estado laico. La discusión nunca se dio, porque no les interesa, o porque hay problemas más importantes que resolver (como si se resolvieran). La dignidad humana, no es parte de la agenda, ni es importante, si usted está en otra acera.
Los sexodiversos estaban allí como objeto de burlas, personajes de la rochela, o para entrenar misses, y no mucho más. Ese era (o es) el tópico persistente, mientras el mundo democrático occidental que cada vez integra más, reconoce más, y corrige más su propio error histórico, y nos deja atrás en un aspecto, como en tantos otros. Ahora, entró en escena Pedro Carreño. Su opinión al respecto era la que nos imaginábamos. Ha sido característica del pesuvismo, sobre todo con Maduro, la de recurrir a la mariosilvada de la homosexualidad como insulto. Una conducta que manifiesta no sólo su homofobia, sino su estilo fascista de hacer las cosas, su desprecio por las minorías, y todo lo que ya sabemos. Pero la actitud fue tan desproporcionada, que pareciera haber afectado incluso a aquellos que no eran partidarios de meter en la agenda la defensa de un sector de la sociedad cuyos derechos han estado en el closet demasiado tiempo.
El aparataje político, opositor y oficialista, siempre ha tenido una excusa para su homofobia a medias tintas. Bastó ver la respuesta (o el silencio) de muchos ante el atropello de Carreño para notar que la homofobia no es sólo cosa de revolucionarios. Algunos trascienden las medias tintas y las manifiestan recalcitrantemente, como el misionero católico candidato a la Alcaldía de El Hatillo. Pero lo del oficialismo, en su onanismo al cacique machote y en la intención de imitarlo, generaría una reacción en la opinión pública sin precedentes, que los ha obligado a corregir y ahora son todos amigos de los gays, y que lindo y que bonita la diversidad sexual. Vamos todos a bailar en un arcoiris, dicen. La oposición lo mismo. Y algunos se creen la pamplina, o se hacen los pen... Quizás sólo VP de la mano de Tamara Adrián ha defendido abiertamente el punto.
El recule de los políticos gracias a disentería verbal de Carreño es importante, pero no es suficiente, y el momento de ponerle seriedad al asunto ha llegado. No se trata sólo de señalar al gobierno de homófobo. Tenemos un Parlamento en el que la discusión sobre el tema jamás ha estado en los puntos del día, y por primera vez en mucho tiempo, vemos a líderes de lado y lado decir que no son homofóbicos, y que apoyan al colectivo LGBT. Una propuesta legislativa de reconocimiento de derechos civiles hasta ahora negados (como el matrimonio) y protecciones contra la discriminación, o al menos el inicio de una discusión real al respecto en el seno parlamentario, sería una evidencia de la voluntad pregonada por los unos y los otros. Porque las ruedas de prensa no bastan para dignificar a las personas que desde siempre han formado parte de nuestra sociedad a medias, negados, objeto de burlas, y discriminaciones, sin los derechos que todos los demás tenemos. Está servido el momento, para demostrar que no es pura habladuría. Eso, o podemos seguir por el camino de Pedro, que aunque no se apellida Picapiedra, es también, un cavernícola. Y Yabadabadú.
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