Fausto Masó / El Nacional
Se respira en algunos círculos el convencimiento de que en cualquier momento estallarán de indignación los que aguardan horas en colas para adquirir harina PAN. A diferencias del 27 de febrero de 1989, esta vez la radio y la televisión no informarán en vivo y en directo de cualquier saqueo.
Hubo tiempos en que las marchas las protegía la Policía Metropolitana, participaban ancianos y familias con sus hijos pequeños, la oposición contaba con estaciones de televisión, la Iglesia, Pdvsa y un discreto apoyo militar, cosa que sabía Chávez cuando provocó los sucesos de abril de 2002: una enorme multitud marchó hacia Miraflores, dispuesta a pagar el precio necesario para removerlo del poder. Ocurrió un golpe de Estado, militares supuestamente fieles a Chávez le exigieron la renuncia, el Ejército se dividió; los que tomaron el poder subestimaron a Chávez, olvidaron la lección de los golpistas suramericanos: la primera decisión es sacar del juego al presidente depuesto. En las encuestas el apoyo a Chávez había caído, la oposición no la dirigían los partidos políticos, sino los medios, cosa que no ocurre ahora, cuando la unidad, la MUD, representa algo intocable para el país opositor. En las marchas que ocurrían semanalmente se rechazaba a los líderes de la oposición. Las cosas han cambiado, pero algo se repite: la indignación frente a las últimas medidas ha resucitado la convicción de que hay que pagar cualquier precio para cambiar de gobierno, hay el sueño de volver a Caracas una segunda Kiev, ciudad donde europeos y norteamericanos apoyan abiertamente a los que desafían la muerte bajo temperaturas polares, cosa que no ocurriría en Venezuela, porque América Latina en la reunión de la Celac le rindió pleitesía a Fidel Castro y al difunto Chávez...
La gente quiere calle, pero ¿tomarían las calles de La Bombilla o de Carapita? Los estudiantes están dispuestos a protestar como no se ha visto desde hace tiempo. La oposición está dividida, igual que el gobierno. La modificación de la ley de ilícitos no se aprueba, en privado ministros y políticos chavistas les aseguran a empresarios que ya está lista. El sector radical oficial carece de peso en el pueblo pero está bien representado en el gobierno y odia que se enriquezcan unas casas de bolsa. El discurso de la guerra económica es un dogma de fe para ese chavismo, no habría crisis ni escasez sin los ataques de los ricos, los acomodados, los grandes empresarios. A los pobres los odiarían los ricos, que hacen todo lo posible por arruinar a Venezuela. Esa fantasía la toman en serio muchos de los que rodean a Nicolás Maduro. A los comerciantes hay que arruinarlos, ellos no generan empleo, explotan al pueblo. Por tanto, el dólar permuta los enriquecería. Hay que humillarlos, quitarles sus empresas si siguen con la guerra económica. Esta fantasía enloquecedora nos lleva a un conato de 27 de febrero. Por su parte, la oposición se encuentra inmovilizada porque el desenlace de esta lucha política ocurrirá en las calles de Carapita, unos miles de motorizados tomaron el centro de Caracas y pusieron al gobierno de rodillas. El otro escenario, como bien lo ha comprendido Diosdado Cabello, son los militares a los que pide lealtad.
¿Los motorizados se rebelarán por la falta de productos? El gobierno no les aplicará ninguna limitación en Caracas, a pesar de que 80% de los delitos se cometan en motos. El gobierno le teme más a los motorizados que a la clase media… pero las calles de Carapita no están tranquilas. Ojo. Y en el interior de Venezuela los estudiantes toman la calle.
Maduro enfrenta una rebelión popular, cuyas causas debe buscarlas en sus propias medidas económicas. Se le acabaron los dólares, Jaua declara que las remesas a Colombia se harán en pesos colombianos…
@faustomaso
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