Ana Julia Jatar / El Nacional
No hay nada que a primera vista sugiera el riesgo que corre la libertad de una sociedad cuando un gobierno introduce controles de cambio. Por eso son tan peligrosos. Y es que pocos entienden que de todos los controles que un gobierno puede ejercer sobre la economía, el de asignar de manera centralizada y a dedo la capacidad individual de comprar fuera del país, puede terminar afectando sustancialmente la vida privada de las personas.
En Venezuela quizás el caso más fácil de entender sea el de la escasez de pasajes aéreos. Debido a los 3.700 millones de dólares que el gobierno le adeuda a las líneas aéreas muchos se quedaron sin viajar mientras el gobierno deshoja la margarita para decidir arbitrariamente a quién le paga y a quién no. Entiéndase bien, no fueron los viajeros quienes dejaron de pagar, sino el régimen el que decidió usar los dólares prometidos a las líneas áreas en otras obligaciones. Lo cierto es que por las mismas razones y unido a otros controles no llegan las medicinas importadas, no hay acetaminofén para tratar la chikungunya, ni champú, ni cloro, ni harina para pastas, ni jabón para lavar, etc. En otras palabras, el régimen ha decidido no cumplir con la entrega de dólares prometidos a las empresas para la importación de insumos luego de que estas le pagaran en bolívares. El argumento esgrimido por los economistas Hausmann y Santos para explicar la escasez de divisas es que este es un gobierno que prefiere pagarle a Wall Street, para seguirse endeudando, que cumplir con sus obligaciones con el pueblo venezolano. Lo que yo añadiría y quisiera destacar es lo siguiente: la política de racionamiento de divisas ya ha dejado de ser un tema económico para convertirse en un instrumento de control político del régimen y en eje central de su propia supervivencia.
Ninguno de los que se encontraban en el automercado de Cumbres de Curumo la semana pasada porque “acababa de llegar” el detergente ACE, establecían la conexión entre control de cambios y el control de su cotidianidad por parte del gobierno. Una joven me dijo con un frasco de champú y de acondicionador en la mano, mientras hacíamos la cola para pagar: “¡Finalmente me puedo lavar la cabeza! Lástima que no puedo comprar más de uno,¡ahora quién sabe cuándo volverán a llegar!”. Ni hablemos de nuestra internacionalmente conocida escasez de papel toilet. Y es que este es un régimen que se ha metido en todos los intersticios de nuestras vidas también decide hasta sobre nuestras privadas rutinas del baño.
Es cierto que los controles son utilizados en coyunturas para frenar la fuga de capitales y resolver problemas coyunturales de balanza de pagos o de desconfianza en la moneda. Por estas razones en Venezuela ha habido 3 controles de cambio antes del actual (Rómulo Betancourt en 1960, Luis Herrera en 1983 continuado por Jaime Lusinchi y el de Rafael Caldera en 1994), pero el establecido por este gobierno el 5 de febrero de 2003 se diferencia de los demás en 3 elementos fundamentales. Este control ha sido el primero en mantenerse en medio de un boom petrolero, es el que ha logrado el mayor diferencial cambiario entre el dólar oficial, 6,30 bolívares y el libre 101,53 bolívares (para el momento de escribir este artículo); y ha sido el que se ha mantenido vigente durante más tiempo, hasta la fecha más de 11 años. Estas diferencias sugieren que mas allá de ser el eje central de la política económica, la adjudicación selectiva de divisas ya es parte esencial del control político del gobierno sobre la sociedad. El control de cambios del chavismo no nace como elemento que conlleva a alguna estrategia económica, sino que ha sido concebido paso a paso por las mentes totalitarias que nos gobiernan para mantener arrodillada a la sociedad venezolana.
Quizás con estos peligros en mente, Friedrich Hayek nos recuerda en su famoso libro Camino a la servidumbre refiriéndose a los controles sobre la venta de divisas por parte de los gobiernos como: “El avance decisivo en el camino hacia el totalitarismo y la represión de la libertad individual” y luego continúa diciendo: “Es, de hecho, la entrega completa del individuo a la tiranía del Estado, la supresión definitiva de todos los medios de escape, no solo para los ricos, sino para toda la sociedad”.
La próxima vez que visitemos una farmacia o un mercado y nos digan que no hay lo que buscamos, recordemos que el único culpable del “no hay” es este gobierno y no solo por ser ineficiente, sino porque pretende arrodillarnos al mantener secuestrados nuestros dólares y nuestros derechos.
@anajulijatar
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