ELIDES J. ROJAS L. | EL UNIVERSAL
El gobierno podrá decir lo que quiera, sus ministros podrán montarse en todas las estatuas de plaza que encuentren para desde lo alto soltar el discurso imparable de que en Venezuela no entra ni coquito y que ya está a las puertas del desarrollo. Podrán pasar todo el día en cadena montando la olla propagandística más poderosa desde los tiempos del imperio romano. Podrán aumentar el volumen al tiquititaqui de la revolución y los beneficios del socialismo frente a la ruina del capitalismo. No importa.
La verdad es que hay una realidad tremendamente lastimosa y vergonzante tan dura que deja a un lado la inútil diatriba que se origina en el solo hecho de ubicarse de un lado o de otro. No tiene sentido seguir con el ritornelo de la guerra económica y el sabotaje de la derecha, cuando en una Venezuela cada vez más pobre la gran mayoría de la gente no hace más que sobrevivir, pasar trabajo, mantenerse en la trinchera para que los malandros no los maten, olfateando como perros de caza dónde está la harina y en qué rincón del proceso socialista tienen los buhoneros el aceite o el acetominofén. Es la verdad. Esa realidad mata toda retórica de parlamentario trasnochado y tumba toda coba televisiva.
Tal vez, más allá de la mala alimentación, la falta de pasajes, la caída casi total de la producción de vehículos o el terrible desabastecimiento en áreas como repuestos para vehículos o productos de alta tecnología, es en el sector medicamentos y salud donde la ruina importada de Cuba ha hecho su mejor trabajo. Tan es así que los mismos médicos han dejado de aplicar las técnicas más avanzadas por falta de los productos necesarios y han vuelto a meter bisturí profundo en intervenciones en las que la laparoscopia tenía años como opción de muchas ventajas para el paciente y para el médico. Pero, como ya lo dice la historia; socialismo a la cubana es atraso. A Venezuela le toca vivir su cuota en pleno siglo XXI, a pesar del chorro de dólares del petróleo.
De allí que, como los cubanos que inventan una lavadora a partir de un motor de carro viejo o construyen unas balsas capaces de atravesar el Caribe para llegar a Estados Unidos a comerse el primer pedazo de carne de sus vidas, también los venezolanos han puesto en movimiento las neuronas adormecidas por una calidad de vida indudablemente mejor que la de estos tiempos de inflación empobrecedora y escasez al límite. Ya no hay laparoscopia, pero hay parches porosos. Si sufre de asma, pues a meterse eucaliptos hervidos en las noches. Para los sabañones rebeldes nada mejor que el ácido de batería y no hay cadillo que aguante unas pasadas de papel de lija número 3. Si sufre de acné haga crema de aguacate con barro de tierra negra. No han inventado nada mejor que un alfiler caliente para romper un orzuelo en su apogeo. Tampoco la ciencia, costosa y mercantilista, ha logrado mejorar la facultad cicatrizante de la crema de ají chirere. En caso de conjuntivitis un chorro de limón en cada ojo es el remedio infalible, aunque vea de cerca al Señor y a toda la Corte Celestial. Para dolores de muela y dientes torcidos siempre estará el alicate a la mano y un par de tablas fijadas con tirro de embalaje sustituyen a las inalcanzables herramientas inventadas en caso de fracturas o esguinces.
Lo difícil es acostumbrarse. Y eso ya ocurrió.
erojas@eluniversal.com
@ejrl
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