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martes, 27 de octubre de 2015

Nunca olvidaré la Perrarina. Por Eduardo Semtei


EDUARDO SEMTEI ALVARADO / RUNRUNES

Nací en una familia pobretona. Alpargatada y tropical. Unos tiraban flechas y otros tocaban tambor. Chávez no tiene el monopolio de la infancia desvalida y desnutrida. Lusinchi le lleva una morena. Y si de morir augusta y pobremente se trata, nadie le gana a Luis Herrera Campins. En todo caso, y a propósito del asunto que hoy ocupa nuestro artículo, recuerdo una encuesta, siendo yo un párvulo desorientado, realizada por el Banco Central durante el gobierno de Betancourt acerca del consumo de frutas. Eran los primeros planes de alimentación infantil y escolar. Las preguntas. Mis respuestas. ¿Come usted frutas? Cuando caen de la mata. ¿Qué fruta le gusta más? El jobo. El cotoperí. El guácimo y la guama. La carne del coco y, si fuera sabrosa y dulce, el relleno de la tapara. ¿Le gustan la manzana, el durazno, la guayaba, la guanábana o la lechosa? Bueno, no sé si me gustan, nunca las he probado.

Un mes más tarde hubo otra encuesta sobre proteínas. ¿Come usted carne? De iguanas, cuando las cazo y en veces de rabopelado. ¿Qué le parece la carne de cerdo? Me parece lejana. ¿Y la carne de cordero? Ni idea a qué sabe ese animal que parece una vaca chiquita, sin cachos y peluda. Entonces, bachiller, ¿cuál es su comida preferida? Contesté seguro. Firme. Me gusta la Perrarina. El encuestador me miró asombrado. Me auscultó fijamente y repitió la pregunta. ¿Qué alimento le parece más sabroso? Reiteré: la Perrarina.

En aquellos lejanos tiempos, estamos hablando de 1960, un kilo de Perrarina costaba 2 bolívares y el de la carne de lomito, 1,5 bolívares. El queso, un kilo por 0,50. La mortadela, 0,75. Un pan de piquito, una locha (para los recién llegados al mundo, una locha era la doceava parte de un bolívar, 0,125%).

Yo conjeturo, ya de mayor y con unos cuantos años de estudios: infancia difícil, bachillerato escaso, universidad pública y posgrado becado, que algún necio de esos que van por allí, con la peinilla en la mano y cara de yo no fui, un enchufado cualquiera, tomó un curso de economía en Londres y en el enredo entre libras esterlinas, peniques y chelines, confundiose de tal manera que implantó un cambio monetario a la usanza inglesa y, en lugar de copiarse la relación entre peniques y chelines (un penique es la doceava parte de un chelín), inventó la locha que era la octava parte de un bolívar.

By the way, tenía un amigo al que le decían care’locha. Se parecía al actual presidente de la Asamblea. Es que por decir una cosa digo la otra, y la miento aquí: no comía carne, no comía frutas, no comía pescado, pero sabiendo que la Perrarina era más cara que todo, me resultaba una frase de orgullo, una vanidad infantil, una demostración de universalidad y riqueza, decir que comía uno de los alimentos más caros en esa época. La Perrarina. Y justamente la de Protinal. No era cualquier cosa. Hablé de sopa de Perrarina, en salsa, en albóndigas, tipo hamburguesa y cuento pa’lante con ese encuestador.

En ese lejano tiempo todavía el imperialista, neoliberal, desgraciado y esclavo fondomonetarista de Lorenzo Mendoza y su grupo conspirador Polar no habían inventado la harina de maíz precocida y, por lo tanto, solo había masa de maíz pilado. Un kilo de aquella masa que asombrosamente hoy es un artículo de lo más lujoso costaba 0,25 bolívares, es decir, un medio (otra vez para los recién paridos, un medio era la cuarta parte de un bolívar que si hubiese respeto por las matemáticas debió haberse llamado un cuarto, pero bueno, cómo se hace, los economistas son unos psicóticos).

Volviendo a mi historia, los ricos de aquella época, unos de apellido Piñango y otros de apellido Aguilar, se ufanaban de mangiare una buena mesa, repleta de carnes, vegetales y frutas. Quesos y licores. Pero yo sabía, en el fondo de mi corazón y a lo largo de mi aparato digestivo, que ninguno de ellos (yo menos, por supuesto) tenía posibilidad de incluir en su dieta diaria el manjar de Protinal. Dog Chow. Este menú perraruzco (que era obviamente embuste) fue pasando de generación en generación, hasta que el Eterno, el Inmenso, el Galáctico, se lo creyó y, ante un mundo incrédulo, dijo que había muchas familias, muchos niños que comían Perrarina. Y hoy lo digo, lo confieso: Chávez se refería a mí, a mi historia, a mi cuento, a mi embauque.

Así que hoy, lunes 25 de octubre de 2015, le pido perdón al mundo por haber mentido tan descaradamente (pamplinas, pero quién se iba a imaginar en aquella época que tan disparatado cuento pudiera ser parte tan importante de una campaña electoral). Y como prueba de mi arrepentimiento voy a comer Perrarina sabiendo, como todo el mundo, que un kilo de tal alimento cuesta hoy un poco más de 600 bolívares fuertes mientras que el kilo de la harina precocida de maíz, la famosa harina PAN sigue costando 10% de aquel valor, es decir, 60 bolívares. (Pobres Lassie, Rin Tintín, el Perro Vagabundo, Pluto, Laika, Snoopy, Tribilín y Scooby Doo si los ponen a comer atún y lomito en lugar de Dog Chow). Al final, puedo decir qué política tan perruna o qué perra la política. En todo caso, amigo lector, como este es un cuento, le anoto que la mitad del asunto es mentira. Adivine, pues, cuál es la mitad verdadera.

@eduardo_semtei


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