Fausto Masó / El Nacional
Contrasta la opulencia de los funcionarios chavistas con la vida modesta de algunos ex presidentes. Un chavista adquirió una mansión en el Country, otros viajan por Europa con todos los lujos; en cambio, un Luis Herrera necesitaba la ayuda discreta de sus amigos para solventar urgencias personales, la familia de Pérez sigue viviendo al día, apenas su hija Sonia trabaja en un organismo internacional. En contra de lo que opina la mayoría, nuestros presidentes no se enriquecieron en Miraflores, a pesar de las calumnias que se lanzaron contra ellos. Los descendientes de Rómulo Betancourt viven de su trabajo, igual que los de otros presidentes. Es corriente encontrar famosos políticos, adecos o copeyanos, que sobreviven modestamente, aunque haya que reconocer los casos de corrupción sonados del pasado.
La corrupción se ha agravado con Nicolás Maduro; los funcionarios de Chávez actuaban con mayor pudor, el difunto presidente vigilaba y castigaba las exhibiciones de riqueza, exilaba a sospechosos de corrupción al extranjero, no los enviaba a la cárcel.
Maduro carece de la autoridad del fundador del chavismo, a ratos pareciera que no mandara. Así ha derrumbado hasta la popularidad de Chávez; según muestra una encuesta de Alfredo Keller, el recuerdo positivo que existía del ex presidente cayó recientemente, y la propia popularidad de Nicolás Maduro bajó 8 puntos. 88% de los entrevistados en esa encuesta sostienen que se necesitan cambios, y 60% de los propios chavistas piensan igual. Es decir, han desaparecido los maduristas, el apoyo con que contaba el actual inquilino de Miraflores se esfumó y en estos días la campaña para las próximas elecciones no lo muestra, ningún candidato a diputado le pide apoyo. Maduro no existe políticamente para los propios chavistas.
En realidad, Nicolás Maduro paga pecados propios y ajenos, los del propio Chávez que murió, por así decirlo, a tiempo, sin sufrir las consecuencias de sus errores.
66% de los venezolanos creen necesario devolverles a las gobernaciones la administración de hospitales, escuelas, autopistas. 59% quiere que los militares regresen a sus cuarteles y no intervengan en política, y una cifra sorprendente, 51%, quiere eliminar los controles de precios y de cambio. La tesis del control de precios ha sido un dogma en la historia de Venezuela, la popularidad del gobierno del propio Luis Herrera se desplomó cuando liberó los precios. Hoy la opinión pública ha aprendido dolorosamente la inutilidad de los controles, sabe que acaba con la producción, limita el empleo, arruina el país.
Paradójicamente, el socialismo en Venezuela ha logrado una revolución, los venezolanos se han vuelto capitalistas: creen en la inversión extranjera, rechazan limitar la actividad económica, no ven a Cuba como un modelo. Igual que ocurrió en otras partes del mundo, el socialismo volvió a los venezolanos partidarios de la libre empresa. Esto no era lo que buscaba sin dudas el propio Chávez y lleva al otro extremo, a no reconocer la utilidad de la intervención del Estado en la economía.
Ha ocurrido algo sencillo pero que no reconoce la misma oposición: los gobiernos civiles han sido los mejores que ha habido en el país, desde Rómulo Betancourt, Rafael Caldera al mismo Jaime Lusinchi. El rechazo a los civiles en el poder le abrió el paso al militarismo y a Chávez; estos años de chavismo nos han convencido de que el civil más inepto gobierna mejor que un militar. Todavía, sin embargo, es un verdadero tabú sostener que Pdvsa pudiera ser privatizada, reconocer que Venezuela no está ya a la vanguardia de la producción petrolera mundial.
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