Habría que virar de los problemas constitucionales a los que afectan a la mayoría popular
CARLOS RAÚL HERNÁNDEZ | EL UNIVERSAL
Los candidatos de la Unidad dieron confianza más allá de las simpatías políticas de la gente y obtuvieron un triunfo brillante de 7 millones 700 mil votos. Lograron convencer que eran certidumbre y no bravuconería, estabilidad y no sobresalto, que la desilusión masiva se tradujera en votos y que dos millones de oficialistas se abstuvieran para dar oportunidad al bueno por conocer. Fue posible porque desde 2006 se había derrotado la antipolítica y sus laterales: el abstencionismo, el apresuramiento, los planteamientos de alta política abstractos e inaccesibles, la diatriba con el gobierno. Los mitos sobre el CNE, el fraude electrónico, el voto manual, la "depuración del registro", los doblecedulados, y todo esa feria de ripios. Por algún tiempo la impronta antipolítica marcó a la oposición, la vació de credibilidad y ninguna explicación revertía eso.
Fue una etapa de torpezas desopilantes que ganaron la antipatía de gobiernos y partidos políticos en todas partes, e internamente robustecieron al régimen, que podía haber terminado en 2006. Enjaulados los demócratas en sus errores, en cualquier país que aparecieran los consideraban golpistas, a Chávez un redentor y la revolución aprovechó para avanzar. Aquel aciago 11 de abril de 2003, ante la muerte de 19 personas, la comunidad internacional censuró a la oposición y apoyó a Chávez. Eso condujo a despreciar los organismos internacionales y los gobiernos de otros países, más proclives a la chequera que a los principios. Muchos se sentían orgullosos de su encierro, según Nietzsche, en el "narcisismo del sufrimiento". La gran ruptura (2006) consistió en entender que era tan importante parecer demócrata como serlo.
Pronósticos inanes
A partir de ese momento comenzó a cambiar paso a paso la receptividad en el exterior y a desvanecerse el prejuicio sobre los "momios" venezolanos. La inteligencia de unos y la torpeza de otros trajo estas aguas en las que la democracia comienza a navegar. Además de la abrumadora votación en 2015, el respaldo de la comunidad internacional fue decisivo para la victoria y contribuyó a volatilizar provisionalmente la tentación autoritaria. Borrada la imagen golpista, al cambio de piel correspondió una nueva y positiva valoración en otros países, ampliada por el apasionado y fructífero trabajo de Lilian Tintori, María Corina Machado y Mitzy Ledezma. Según el mundo, aquel aciago 11 de abril de 2002 el gobierno democrático derrotó un golpe de Estado. Esa visión viró ciento ochenta grados en 2015-16, y al contrario se temía una acción de fuerza adversa a los resultados electorales.
Contra los pronósticos, el CNE y la FFAA se comportaron por ahora como en un país civilizado. Eso evidencia lo banal de imaginar que la política es un mundo objetivo, predecible para buenos pronosticadores, cuando es un hervidero de pasiones, incertidumbre y decisiones aleatorias. La Unidad jugó duro, ratificó que se instalaría la Asamblea en la fecha y en medio de rumores hostiles, llamó a una manifestación popular de respaldo. Frente a operaciones judiciales para descompletar los dos tercios del quórum calificado, la nueva mayoría ratificó 112 diputados, pero con habilidad lo escurrió en la instalación porque hubiera eclipsado el evento, y sesionó sin los cuestionados.
Los militares acertadamente advirtieron que no les corresponde dirimir disputas judiciales pero si garantizar que se cumpliera el mandato constitucional de instalación.
Tranquilidad y militares
A partir de ahí quedó claro que las relaciones entre el Ejecutivo y el Legislativo serán escabrosas pero sin la muleta de la Fuerza Armada. En el acto de instalación de la AN, el gobierno jugó con torpeza en el recinto, y luego se retiraron sin evaluar las consecuencias del primer terremoto: la presencia de los medios de comunicación. La oposición entendió mejor la jugada y tuvo una actitud serena. Julio Borges expuso el programa legislativo con dos elementos esenciales, dos jabalinas calculadas con precisión para llegar a la diana mayoritaria: la Ley de Amnistía, y las bases de una legislación social, como otorgar la propiedad de su vivienda a grupos desfavorecidos, con lo que produjo algunos ataques de nervios. El presidente de la AN, Henry Ramos, hizo un discurso profundo, placentero y útil de leer, bien escrito en la cabeza porque improvisó.
Expuso con claridad y conocimientos las bases de un ejercicio democrático: separación y equilibrio de poderes, control de los organismos del Estado y búsquedas de diálogo. Después de días de alta politización necesaria, habría que virar de los problemas constitucionales a los que afectan a la mayoría popular, de acuerdo con la estrategia exitosa. Si no hay rectificación viene un crack de un momento a otro y en medio de todo, tranquiliza el comportamiento de la FFAA, no así que el recién nombrado ministro de economía largue una retahíla de vaciedades. Amenazar, al gobierno le da banderas para defenderse y aglutinar seguidores y es pertinente insistir en el diálogo nacional -aunque lo rechacen- sobre las medidas necesarias, ahora que hablan de una emergencia económica constitucional. La crisis económica y la crisis política se cruzarán y hay que seguir ganando al pueblo chavista.
@CarlosRaulHer
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