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martes, 2 de febrero de 2016

Del mal que te han inoculado. Por Roberto Giusti


ROBERTO GIUSTI | EL UNIVERSAL

Cuando los países enfrentan problemas básicos, vinculados a la sobrevivencia, es muy difícil pensar u obrar en otra cosa que no sea su urgente solución, un lugar común útil, sin embargo, para referirse a la tragedia que vive el país. Quiero decir con esto que si estás, como la inmensa mayoría de los venezolanos, en riesgo permanente de convertirte en una de las víctimas que pierden la vida cada media hora en hechos de violencia o debes de afrontar una cola sin fin para ver si te dan chance, primero de entrar al supermercado, segundo de encontrar lo que no sabes si tienen en existencia (generalmente lo mismo detrás de lo cual anda la multitud que te rodea) y tercero verificar que la plata no te alcanza para casi nada porque una latica de atún anda por las nubes, pollo no hay , carne mucho menos y ni hablar de la leche, pues bien, si todo eso es así, será imposible que, agobiado por tanta desdicha, escasez y carestía , tengas la serenidad necesaria para interesarte en algo tan lejano y vano como los resultados de las elecciones primarias entre republicanos y demócratas de Estados Unidos, la muerte de dos ballenas en Alaska, el matrimonio gay en Guatemala o la expansión del agujero de ozono.

Así, cuando tu mente y tu cuerpo están en permanente alerta te cansas, te estresas y puedes ver en el rostro de gente decente la intención de atracarte, pero te descuidarás ante el adolescente de facciones angelicales, que de repente te apunta a la cabeza con un hierro automático de fabricación rusa. Ahí comprendes la magnitud (si sales ileso) del mal que te han inoculado, estando, como estás, atenazado por el miedo, el caos y la distorsión de la realidad. Pero, peor aún, si andas en la búsqueda desesperada y estéril de un medicamento o, para ponernos menos dramáticos, te ordenan hasta las veces en las que no debes usar la pasta de dientes o te estipulan el tiempo de tu baño diario con el agua que no sale del grifo, ya no solo te deja de importar cuál es el campeón del béisbol profesional o el último libro, digamos, por ejemplo, de Pérez Reverte, que de todas maneras ya no llega a las librerías. Y eso es así porque vas comprendiendo cómo pretenden secuestrarte ya no solo la vida confortable y previsible, sino la vida misma (de la cual, en teoría, tienes el derecho de disponer como te venga en gana). En fin, toda una operación de sometimiento para robarnos la capacidad de pensar por nosotros mismos, el deseo de saber, la inquietud por ver más allá de las narices y convertirnos a la uniformidad y a la pasividad total. Algo, que, por lo visto el 6D estuvieron bien lejos de lograr.

@rgiustia


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