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miércoles, 6 de abril de 2016

El fátum de la Asamblea Nacional. Por Carlos Blanco


Carlos Blanco / El Nacional

Está escrito que el destino de la AN es encabezar la salida del régimen de Maduro. Su misión está dictada en el código genético de su nacimiento el 6 de diciembre pasado. La voz que constituyó ese cuerpo no lo dejó al garete: su mandato es buscar la salida constitucional de Maduro, contribuir al cambio de régimen y a la instauración de una sociedad de ciudadanos libres en una democracia funcional.

Hay quienes temen que una disonancia creciente entre las expectativas y lo que hace la AN pudiera ser factor de descrédito de esta institución. Es posible. Sin embargo, lo que aprecio en el horizonte es que, con las leyes ya aprobadas, de Amnistía, del Banco Central, del Tribunal Supremo, junto a las que están en la tubería y con medidas adicionales, el mandato del pueblo sobre la AN se cumplirá inexorablemente. Entre estas medidas adicionales se encuentran la incorporación de los diputados de Amazonas, el estudio de la doble nacionalidad de Maduro y otras decisiones de similar calado.

Los diputados no harán más que cumplir con su tarea, mientras el régimen, ahora espichado, se verá obligado –como es evidente– a continuar en la suya. Aferrados a los maderos que reflotan después de la catástrofe, siguen empeñados en dar órdenes a los ángeles; a Urano, como dios de las lluvias, y a Zeus, como dios de la luz y, tal vez, más modestamente, patrón de la electricidad. La realidad, desconsideradamente terca, ha resuelto no hacer el menor caso a Maduro.

El desconocimiento por parte del régimen del mandato recientemente dado a la AN, legítimo y abrumador como es, traza un camino y un ritmo. Podrá haber zigzags, como es lógico, al ser la realidad irreductible a las adivinaciones, pero el camino es el camino.

Llegará un momento, al parecer pronto, en que la AN, en el ejercicio de sus facultades constitucionales, será desconocida en su totalidad por el régimen. No lo dirán: lo harán. El concierto entre el Ejecutivo nacional, el TSJ, el Consejo Nacional Electoral y el llamado Poder Ciudadano tiene como misión ahorcar políticamente el Poder Legislativo. En ese instante, la AN tendrá que cambiar de escenario y apelar a los factores nacionales e internacionales para instaurar la legalidad constitucional y democrática.

Nadie sabe cómo va a ser ese proceso, ni cuáles serán sus rostros. Pero, sin duda, serán de aquellos que encabecen el cambio y se atrevan a guiar a un país deshecho, desorientado y vuelto migas, por un tiempo de desierto al cabo del cual Venezuela no tendrá más opción que emerger libre, sana y transparente.


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