Por Alberto Barrera Tyszka | Prodavinci
Yo le he puesto cabeza. Se lo juro, diputado Borges. Y me he colocado enfrente y detrás de la frase, la he mirado por arriba y por abajo, la he pronunciado de mil maneras, pero nada. Nada de nada, diputado. No la entiendo. No me suena. No sé cómo hacer para que su propuesta se relacione con nuestra realidad. Déjeme ponerle un ejemplo: cuando usted, desde el podio de la Asamblea Nacional, decía que el parlamento iba a aprobar el abandono del cargo por parte de Nicolás Maduro, casi nadie en este país lo estaba viendo o escuchando. En todas las radios y en todos los televisores se repetía la imagen de Nicolás Maduro repitiendo una cadena del día anterior. Él estaba ahí. Absurdamente presente. Imponiéndose. Maduro seguía en su lugar y a usted nadie lo estaba escuchando denunciar que Maduro había abandonado su lugar. No sé si me explico.
Déjeme decirle que también lo he escuchado en alguna entrevista, insistiendo en el punto y tratando de explicarlo mejor. Pero quedé igual. Peor aún: dudé de mí, sentí un parpadeo feroz en la autoestima. Luego comencé a pensar que quizás era un problema de contexto. Que se estaba produciendo entre usted y nosotros un chisporroteo discursivo. Es como si todo el país estuviera hablando del precio de las cebollas y usted, de pronto, empezara a hablarnos de Justiniano y del origen del derecho romano. Ahí hay un cortocircuito, una pelea de luces y chasquidos que termina en un vacío.
Tratar de demostrar que Nicolás Maduro ha abandonado su cargo puede ser un ejercicio retórico interesante, pero es un ejercicio audaz de la imaginación. Hay que tener mucho pensamiento abstracto para encontrarle rápida coherencia a esa propuesta. Yo sospecho que a la mayoría de los venezolanos la experiencia nos dice otra cosa. La mayoría, más bien, sentimos que Nicolás Maduro lleva meses aferrado desesperadamente a su cargo. Más aún: sentimos que no le importa destruir al país con tal de permanecer ahí, así, en su cargo. Se ha vuelto más autoritario y cínico. Ha utilizado sin pudor las instituciones del Estado. Ha abusado de su poder. Ha mentido como nadie… todo, precisamente, para no abandonar ni un segundo la Presidencia de la República. Por eso impidió a toda costa el Referendo Revocatorio. Por eso el Poder Electoral terminó delatando su servidumbre en una pequeña nota de prensa. Por eso cobardemente se improvisaron juicios express en contra de la MUD. Para no correr ni siquiera el riesgo. Para prohibir la democracia de cualquier manera.
Hace un año, diputado Borges, cuando la oposición tomó posesión del Parlamento, nos ofrecieron concentrar su acción política en la salida de Maduro de Miraflores. Y fracasaron. Las explicaciones dan para un largo debate. Las especulaciones dan para un maratón de disputas. Esta semana, al asumir la Presidencia de la AN, usted ha vuelto a poner en el centro de su programa la salida de Maduro. Por supuesto que tiene otras propuestas pero su centro, su primera convocatoria, su urgencia, apunta nuevamente hacia lo mismo. Y rápidamente, el escenario político quedó atrapado otra vez en el mismo forcejeo inútil. Usted anuncia que el parlamento declarará el abandono del cargo y Maduro —al mismo tiempo— celebra su obesidad en cadena nacional diciendo “estoy kilúo”. Al día siguiente, el oficialismo vuelve a introducir una demanda para que el Tribunal Supremo de Justicia impida el trabajo de la AN; mientras la Fuerza Armada nos muestra nuevamente su sometimiento al partido de gobierno. Es una historia que ya conocemos. En menos de 10 días, el 2017 se parece peligrosamente al 2016.
Lo peor de todo, diputado, y perdóneme la desesperanza, es la inquietante sensación de que la élite política —sin importar bandos o ideologías— está cada vez más aislada. Que vive pendiente de sus intereses y de sus proyectos, de sus cupos y de sus cuotas de poder, muy lejos del país real, abandonado, devorado por la simple y brutal economía.
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