Por Luis Vicente León | El Universal
No tengo información privilegiada sobre este tema por lo que cualquier cosa que diga aquí forma parte de mis hipótesis personales y, como tales, pueden cumplirse o no. Sólo el futuro lo dirá.
Lo primero es entender que el gobierno sabe que con su respaldo actual no podría ganar una elección. También sabe que controla las instituciones de poder, con excepción de la AN, y que las decisiones de esas instituciones no van a retar, por ahora, los deseos y necesidades de la revolución. El gobierno entiende que la oposición tiene problemas de articulación y que eso la debilita para defender sus intereses y derechos. Finalmente, está claro para ellos que su estrategia ha sido la colonización de la democracia con la base de la democracia que es la elección. Saben cómo moverse en esa realidad, pero cambiar de ahí a una dictadura clásica, que preserve el poder por la fuerza y sin elecciones, los colocaría frente a una caja negra que no saben cómo funciona.
Con esto en mente, me atrevería a decir que el gobierno tiene un dilema. Necesita y prefiere validarse en un proceso electoral (algo confortable para ellos), pero no puede correr el riesgo de perderlo (porque sería demoledor). Eso nos deja dos escenarios en escalera: 1) una elección controlada (su opción preferida y conocida) o 2) una radicalización política total (si no les queda más remedio).
¿Cómo es eso de la elección controlada? Si el gobierno no ganaría las elecciones, parece que su juego ganador es retrasarlas y ubicarlas en una macroelección a finales del 2018. En ese tiempo, el gobierno podría tratar tres acciones concretas. La primera es prepararse para una reducción severa de la competitividad electoral. En dos platos, lograr que la elección no sea justa, equilibrada ni transparente. Pero no me refiero a las condiciones de ventajismo que ya han caracterizado obviamente las elecciones pasadas. Me refiero a que el gobierno decida y logre hacer algo más estrambótico. Eso de lo que tantas veces lo ha acusado la oposición de haber hecho, pero que ahora podría decidir hacer de verdad en todo su esplendor. Por cierto, que después de haber sido acusado de tantas cosas tiene una ventaja a su favor: no van a acusarlo de nada que no lo hayan acusado antes, sin costos para él. Pero con la brecha actual entre oposición y gobierno, esto no sería suficiente. La segunda estrategia sería llegar a esa elección con una oposición fracturada. Pero no me refiero a las fracturas naturales actuales, que luego la oposición suele resolver en primarias para la elección de sus candidatos, sino a la posibilidad de que la oposición tenga una candidato único, pero que se enfrente, no sólo a un chavista, sino a un candidato independiente, también contrario a Maduro, pero que no se someta a una primaria opositora (donde no podría ganar) y logra, sin embargo, aglutinar una masa relevante (mayoritaria o no) a su alrededor, disminuyendo la potencia opositora. En tercer nivel, queda la posibilidad de que el chavismo, entendiendo que el presidente tiene un grave peso en el ala, decida cambiar el caballo y apelar por una oferta alternativa y fresca, que tenga la capacidad de elevar, aunque sea de manera restringida, la conexión de la gente con el legado de Chávez, mucho más fuerte y popular que el presidente Maduro.
¿Ganaría el gobierno con esta estrategia? Ni idea. Sigue siendo peliagudo, pero no tiene muchas opciones. Lo que sí queda claro es que si llegando a esa elección descubre que ni con magia gana, entonces les queda el segundo escenario. El riesgo es alto, pero será siempre menor que perder seguro en el primero. De todo esto hablaremos el miércoles en nuestros “Escenarios Datanálisis”.
luisvleon@gmail.com
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