ORLANDO VIERA-BLANCO | EL UNIVERSAL
Nicolás Maduro ha presentado su solicitud de Ley Habilitante. Modalidad imperfecta por desnivelar el principio de separación de los poderes y absorber facultades propias del Poder Legislativo. En esta oportunidad el leitmotiv gira en torno a la corrupción, lo cual supone además, legislar en materia penal. Muy mal augurio en país donde la justicia es una herramienta política.
¿Hacia dónde marcha esta bandera anticorrupción? ¿Se busca radicalizar o relajar más? ¿Es el inicio de una nueva cacería de brujas distractora y autoritaria o un reforzamiento regulatorio para aligerar un régimen cambiario que asfixia al propio Estado? A la luz de un país desabastecido, que ha registrado los niveles más altos y alarmantes de malversación, peculado o cualquier tipicidad de corrupción, aderezado de escasez, hiperinflación y miseria, iniciar una lucha contra la corrupción -confesando cohecho- no deja de ser un "gimmick" o mal necesario (en términos de gobernabilidad), para un gobierno que tambalea en medio de una profunda crisis de valores y desviaciones patrimoniales. Una contradicción, una hipérbole efectista, en medio de un proceso incontenible de desencanto, inestabilidad, protestas y conjuras, donde la coima es la pauta.
Maduro se la juega. No es difícil pronosticar que si no flexibiliza la economía se hará ingobernable. Él se ha enfocado en denunciar los vicios e irregularidades de Cadivi (Cadivismo lo llama elocuentemente, como si fuese un apéndice de la MUD), cuando el epicentro de la corrupción en Venezuela radica en el sistema de control cambiario, que ha distorsionado nuestra economía a todo vapor. Maduro sabe que contener la presión del descontento social pasa irremisiblemente por optimizar la producción, la circulación de mercaderías, la inversión y la confianza. Pero nada de ello será posible, si no se activa un proceso sustentable de oxigenación del mercado de divisas. La bandera de la corrupción es un arma peligrosa, que por un lado busca depurar y agilizar la convertibilidad de divisas, pero por el otro produce un costo insaciable de fuga de capitales... Entonces "la solución" que han atizado es penalizar más para atemorizar y relajar después (¿?)... Si en el marco de la Ley Habilitante de van a crear nuevos comités o tipicidades delictivas de ajusticiamiento revolucionario, el remedio será peor que la enfermedad. Asegurar la gobernabilidad en medio de la exasperación justiciera, es catalizar el conflicto y se les revertirá. ¿El miedo logrará descender los niveles de corrupción? Por el contrario, elevará la desconfianza y la desinversión, si es que queda interés de invertir. Maduro luce entrampado en su propia receta habilitante, siendo que lo estadista, era pedirle tregua al país con gallarda humildad.
Acuñar la idea de que "no existe corrupto sin corruptor" no es más que un silogismo falaz, que pretende colocar en los hombros de un sector de la población, tildado de burgués-sic-la mayor responsabilidad en el manejo pervertido de los fondos públicos... Lo que realmente convierte a Cadivi en un factor de corrupción, es la altísima discrecionalidad que descansa en manos de un funcionario que tiene el poder de favorecer un cambio preferencial a una tasa 7 veces menor al innombrable. El gran corruptor en términos de aptitud para corromper, es el Estado mismo, porque es desde tales instrumentos regulatorios, leoninos y controladores, donde se origina la perversión para el soborno, el recargo discriminatorio de controles y el ventajismo administrativo.
La libre convertibilidad (o un sistema de bandas), es lo que aliviaría la ansiedad sobre las divisas, por lo que no es un problema de burgueses vs burócratas, de capitalistas contra socialistas, sino un modelo confiscatorio contra el derecho ciudadano a acceder libremente a sus dólares. Lo contrario estimula la viveza, el atajo y la especulación. Desmontar el control de cambio pasa por descriminalizar la trasferencia y tenencia de otro signo monetario. Pero si lo que se quiere es reforzar la vigilancia para anclar la disposición legítima de capitales con un sistema más policial, los peajes seguirán existiendo. Maduro está inmovilizado en un juego gendarme e ideológico (dixit Giordani), que no resistirá los embates de un pueblo azotado por la pérdida del poder adquisitivo. Ideologizar y/o militarizar Cadivi y las aduanas, podría ser la última carta de Maduro en su desesperado intento de sobrevivir la era post Chávez.
El discurso de Maduro en la AN -innecesariamente irritante y torpemente extemporáneo- apunta a una maniobra inadecuada de sabor persecutorio, que hará inviable el relajamiento cambiario. Maduro no tiene otro camino que convertirse en el ala liberal del paquete socialista que heredó. Es la única apuesta que le queda para asegurar el poder: la estabilidad. Pero no puede marcar distancia de sus radicales a contrapelo de los afanes de apertura de La Habana. Maduro se pierde en su laberinto... siendo que si se anilla igual naufraga, y si cede, sus camaradas no lo perdonarán.
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