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jueves, 23 de octubre de 2014

¡Qué gran Caracas!. Por Hermann Petzold


HERMANN PETZOLD RODRÍGUEZ | EL UNIVERSAL

Nací en Maracaibo, y desde pequeño, todos los años, tuve la oportunidad de ir a Caracas de vacaciones por tener familiares que residían en la capital. Con cierta propiedad puedo mencionar: ¡Cómo ha cambiado Caracas!

Tengo muy buenos recuerdos de Caracas. Para alguien que era un niño, la diversión era fácil de conseguir sin mucha tecnología alrededor que lo distrajera. Los juegos tradicionales; el darse una vuelta por el Parque del Este y admirar una carabela donde uno podía explorarla por dentro e imaginarse cómo llegó a encallar en un parque en medio de la ciudad, y también en ese mismo parque, navegar en unos botes sobre un lago artificial que era -ya en ese momento- contaminado por donde se observara.

Sin embargo, la felicidad sobreabundaba. La novedad de ir al Zoológico de Caricuao, con unos animales que más que exóticos y en peligro de extinción, eran los más comunes, pero en la infancia uno solo ve novedad y asombro. En cambio, cuando uno ya es adulto solo ve rutina y caos, en lugar de seguir viendo la capital con ojos de niño, ilusionado por aquello que está por descubrir.

Mis recuerdos de Caracas, están muy ligados al recuerdo de una tía, Maní, como cariñosamente la llamábamos; era la dueña de la casa en la cual me hospedaba con mi familia en La Florida, muy cerca del Comité Ejecutivo Nacional de Acción Democrática. Esta casa más fría por dentro que por fuera, adquiría un olor característico, con sus paredes corrugadas, con su puerta de entrada parcialmente de vidrio, y con misteriosos cuadros de familiares que posaban y te hacían el guiño.

Esta casa ha desaparecido, pero queda el recuerdo de estar sobre una calle ancha donde coincidía, duramente mi visita anual, dos acontecimientos comunes en mi historia.

El primero era la grabación de varios capítulos de novelas sobre esa calle, el cual era un espectáculo en la curiosidad de niño por averiguar si alguno de esos actores era conocido por verlo en la televisión y si habría oportunidad de pedirle un autógrafo.

El otro acontecimiento, era un camión de helados que emitía una pieza musical de tradición, que nos indicaba la acción de gritar "heladero, heladero" para que frenara -sin que la música callara- y poder pedir los helados de nuestra preferencia, independientemente de contar con el apoyo inicial de nuestros padres para el financiamiento de los mismos.

Otra actividad que disfrutaba al venir a Caracas, al ser la ciudad de Maracaibo prácticamente plana, era visitar el cerro Ávila, escalarlo sobre los brazos de mis padres, y divisar, con aire puro incluido, la pasividad y visibilidad de una Caracas que al día de hoy es una verdadera selva.

Finalmente, un recorrido obligado al visitar Caracas, era ir al centro. Hace un par de años atrás, volví a la misma zona, donde pude divisar la casa natal de Simón Bolívar, la cual había visitado varias veces cuando niño. También estuve muy cerca del Congreso Nacional, llamado Asamblea Nacional actualmente; el centro de Caracas, con sus Torres del Centro Simón Bolívar o Torres de El Silencio, sobre la avenida Bolívar, es un espectáculo que ayer se admiraba y con libertad se paseaba, y hoy está dominada por la economía informal en todo su esplendor y extensión.

¡Cuánto extrañamos de esta ciudad! Gritos al unísono haríamos a diario para volver a las tradiciones y lugares con los que crecimos, y a un paisaje más amigable con los ciudadanos y las generaciones de relevo. Sería como volver a ver a un familiar perdido, a un amor que estaba en el olvido o a recuperar a esa hija abandonada.

No abandonemos la ciudad, y mucho menos permitamos que nos quiten el recuerdo de lo que era. Convirtamos el ayer, el pasado, no en un lamento, sino en un presente de querer vivir hoy con la Caracas que teníamos.

www.HermannPetzold.com

@HermannPetzold

Hermann.Petzold@outlook.com


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