Al disponer patrones de color sobre el piso del Aeropuerto Simón Bolívar en Maiquetía, Cruz-Diez no podría imaginar, que su vibrante obra vigilaría desde el silencio tanto adios. Todo aquel que partió con el tricolor “arrugadito” en la maleta, tomó una pausa sobre la Cromainterferencia, para darse ese último abrazo que, entre lágrimas, abre la promesa del regreso. Cuando el avión despega, rumbo a la incertidumbre, se sigue escribiendo otra historia, que pocos comentan: ¿Qué pasa con los que se quedan?.
En la Venezuela petrolera, son pocas las opciones alimentarias: no solo vivimos una fuga de cerebros, los productos básicos parecen haber salido de viaje también. Las altas tasas de homicidios ahuyentan y las cifras de la inflación parecen una historia de terror: 180,9% en 2015, cifra que se elevará según el FMI a 700% en 2016.
Con estas condiciones no es extraño que el talento decidiera tomar otro rumbo. Un estudio realizado por el sociólogo y profesor de la UCV, Tomás Páez, y otros venezolanos establecidos en otras partes del mundo, indica que de los venezolanos en el exterior un 90% tiene título universitario, 40% una maestría y 12% posee un doctorado.
La inmigración de venezolanos aumentó 13% en 2015, con respecto al año anterior, en la hermana república colombiana según datos de la oficina de migración de dicho país. 7.307 coterráneos solicitaron asilo en Estados Unidos el año pasado. Una cifra que supera el 100% en comparación con el 2014 según los Servicios de Ciudadanía e Inmigración de norteamérica.
Sin embargo existen quienes, por diferentes motivos, siguen apostando al país que tanto les ha dado. ¿Arraigo o apego? solo sus almohadas sabrán el más profundo motivo de su prolongada estancia, en una nación que se presenta poco acogedora para otros.
Como en todo existe otra cara de la moneda. Estas son las historias, quizás poco contadas, de varios venezolanos que entendieron que en tiempos de crisis, buenos son los que hacen pañuelos.
Perinola:
Más que un juego, un emprendimiento que no le teme a la adversidad
“Sólo Aquellos que siguen jugando, que siguen reservando espacio en sus vidas para el juego y para
disfrutar la vida, sólo esos mantienen viva la alegría de vivir, el brillo en los ojos y la juventud en su corazón”.
Rosetta Forner
Helena Gil, comenzó su exploración profesional y empresarial entre telas y patrones. No precisamente para hacer pañuelos, sino delicados y eclécticos modelitos que enamoraron a las caraqueñas. Sus inventos caseros dieron como resultado una marca con todos los hierros. “Tenía 21 años, todavía estaba en la universidad. Conocía a una modista, que sigue trabajando conmigo, y con ella empecé a hacerme mi propia ropa”. La curiosidad que causaban sus piezas en la gente, le dio un preciado insight: Helena debía dedicarse a la moda.
Entonces vino la necesidad de emprender y dar sus primeras pisadas dentro de la movida del fashion en Venezuela, que para aquel entonces (2010-2011) era un nicho competido. “Para ese momento se estaba formando una movida de emprendimiento en cuanto al diseño nacional. Por eso quise crear una marca con una identidad fuerte y de calidad incuestionable. Pasé un año preparando la colección y la estrategia de mercado y finalmente el primero de octubre del 2011 lancé Perinola HG”. Recuerda satisfecha.
Las remembranzas le dejan un sabor agridulce, pues no todo es color, estampados y pasarelas. Su marca nació y creció en un panorama de crisis, pero esta joven empresaria supo sortear los obstáculos, esos que definieron los músculos de su emprendimiento: “Es mejor ocuparse que preocuparse. Si hemos salido adelante bajo estas circunstancias, sueño con claridad lo que podremos lograr cuando todo mejore. Además está la satisfacción de hacer las cosas bien, de generar bienestar a través de tu trabajo, de promover esperanza, entre otros efectos que se pueden lograr”.
Es que Perinola es mucho más que moda. Este proyecto se desarrolló como parte de un compromiso social, bajo un modelo de producción cuyo objetivo es beneficiar a los núcleos de las trabajadoras, mejorando su calidad de vida y motivándolas a creer en sus capacidades. Una apuesta, desde su trinchera muy particular, al cambio. Y es que hasta el nombre es un guiño a la idiosincrasia del venezolano.
“Espero que los que nos quedamos, podamos aguantar suficiente para ir abonando el terreno para el cambio. Considero que paulatinamente muchos irán regresando. Soy inevitablemente positiva aunque el fantasma de la emigración ha estado presente desde que comenzó este régimen. El amor por este país y la identidad nacional de mi familia ha sido tan fuerte que hemos apostado por quedarnos. Somos 23 primos y muy pocos se han ido”.
Álvaro Pérez Kattar:
La lucha detrás de un hashtag (#)
Para los usuarios ávidos de redes sociales, la etiqueta #aquínosehablamaldevenezuela puede sonar realmente familiar. Lo que empezó en 2014 como método de catarsis muy personal, devino movimiento consolidado dentro y fuera del país. “La peor crisis que hemos vivido, es la crisis del optimismo. La queja y crítica constante que culpabiliza y juzga a Venezuela me duele mucho. Nunca pensé que al colocar esa etiqueta en mi cuenta de Instagram podría construir tanto”. Recuerda Álvaro.
La partida de amigos y conocidos fue un golpe duro para este comunicador social. “Tengo una relación amor-odio con el tema de la emigración. Aunque se que a pesar del dolor que representa la partida de muchas personas queridas, mentes valiosas para el país, entiendo que regresarán cargados de información fresca, de una visión de mundo que será indispensable para reconstruir. Soy optimista”.
Esta última cualidad es tan escasa en el venezolano como la cesta básica. Por eso la valiosa labor de Pérez Kattar es más que un granito de arena. “Actualmente hay más de 40.000 fotos en Instagram que han sido compartidas usando la etiqueta #aquinosehablamaldevenezuela. Miles de emprendedores se han sumado a la campaña colocando el mensaje en sus establecimientos y dediqué un capítulo completo de mi primer libro ¿Optimista, yo?, para hablar de la evolución de este movimiento. Súmale el apoyo de la Cámara Venezolana de Centros Comerciales. Gracias a esta alianza, los establecimientos más grandes del país, como el Sambil, Tolón Fashion Mall, Centro Comercial San Ignacio, Metrópolis, Líder y el Llano Mall, se han unido al colocar estos mensajes en sus redes. Si hace un año me hubiesen dicho que esto iba a pasar, no lo hubiese creído”. Habla satisfecho.
Este multifacético comunicador nos invita a experimentar el optimismo. Observar la realidad desde una perspectiva proactiva que invita a empoderarnos de lo que se puede lograr como individuos, a evaluarnos como ciudadanos y hacer con lo que se tiene, lo mejor. “Cada quien con lo que tiene, puede mucho más de que lo que cree. Entender eso, no es tan dificil”.
Carlos Enrique Pérez:
Turismo, un reencuentro con las raíces
Carlos Enrique Pérez es un arquitecto enamorado de las tablas y de su país. No en vano esta pasión lo convirtió en guía turístico. Motivado por la ilusión del reencuentro con esos espacios que nos delimitan como venezolanos, nace SoyTuGuía, una empresa dedicada a ofrecer experiencias únicas y dar a conocer las razones que hacen de este país, un lugar especial. Un equipo de jóvenes expertos en turismo nacional, con estudios de arquitectura, urbanismo e historia, capaces de ofrecer recorridos en español, inglés, francés e italiano.
“En varias oportunidades tuvimos la idea y la oportunidad de emigrar. Este éxodo masivo es lógico y depende de la situación personal o profesional de cada quien. En nuestro caso ese impulso de seguir trabajando y luchando, porque es una lucha, aún sigue firme. Trabajar por las metas que nos propusimos en nuestro campo y crecer como emprendedores”.
Carlos Enrique piensa que es ahora o nunca: “Si no lo hacemos ahora, lo harán otros por nosotros. O peor aún, nadie lo hará. Toda crisis genera cambio y el cambio es temporal. Si logramos superar esta situación, el crecimiento de nuestro emprendimiento será veloz y a pasos agigantados”.
Cori Höher:
El otro lado de la moneda también brilla
No todo es pérdida cuando la madre patria despide a sus hijos. Existen casos de venezolanos triunfando en el extranjero que refrescan. Corina Höher es una artista caraqueña radicada en Miami. Su obra se basa en la investigación del color como fenómeno científico a través de la repetición geométrica.
Su vuelo partió rumbo al extranjero hace una década. El motivo: la inseguridad que aún para aquel entonces flagelaba a algunos ciudadanos. “Dejarlo todo atrás fue una decisión muy difícil ahí estaba todo lo que conocía, todo lo que me formaba: mi familia, mis amigos, todo mi mundo”. El regreso era una idea recurrente, pero el agravamiento del panorama no permitió que la artista concretara esta meta tan personal.
La supervivencia fuera de la pecera también es ruda: “Hace 4 años comencé a trabajar como restauradora de arte en un taller en donde he tenido la oportunidad de conocer a muchos grandes artistas y personas influyentes en el mundo del arte, este contacto directo me ha permitido dar a conocer mi discurso, dialogar con los grandes y pedir muchos consejos. Como a todos los que nos vamos sin querernos ir, he tenido un camino difícil y de muchísimo trabajo, estar lejos de la familia es la parte más dura. Entender lo que significa ser un inmigrante es imposible hasta que lo vives, nos toca atravesar obstáculos con destreza”.
Tomar decisiones drásticas no es cosa fácil, mucho menos cuando hay tantos sentimientos de por medio. Irse o quedarse son ópticas particulares que cada quien evaluará según sus posibilidades. Lo importante es trabajar por un futuro que pinta arduo pero prometedor, sin importar cual sea la trinchera desde donde se divise. Dentro o fuera nadie podrá arrebatar ese sentimiento tan profundo que hace a cada individuo ser venezolano.
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