Marianella Salazar / El Nacional
La Iglesia es la única institución que Chávez nunca pudo destruir, temía que su gran poder simbólico se convirtiera en un poder real y efectivo. Necesitaba limitarlo; entonces puso todo su tesón para reducirla y dividirla, intentando infiltrar a la jerarquía católica para polarizarla y consolidar su proyecto revolucionario, pero fracasó en el intento, a pesar de ordenar laboratorios sucios contra figuras prominentes del episcopado que se opusieron a sus despropósitos revolucionarios, al discurso excluyente, intolerante y generador de odios. En un primer momento, arrimó a jóvenes religiosos fáciles de contaminarse con el resentimiento implícito en la prédica bolivariana, que identificaron el discurso revolucionario con el compromiso social de los cristianos y hoy sufren la estafa revolucionaria en sus comunidades de base con el pueblo.
Estos diecisiete años de oprobio han quedado documentados. Desde que monseñor Baltazar Porras, el 11 de abril de 2012, fuera testigo de los dramáticos lagrimones del supuesto arrepentimiento de Hugo Chávez, el comandante se empeñó en defenestrarlo de la presidencia de la Conferencia Episcopal, lo expuso a un descrédito moral sin parangón para invalidarlo como candidato al cardenalato y movió sus piezas de ajedrez para sustituirlo por un obispo políticamente afín.
Casualmente, antes de celebrarse el referéndum revocatorio de 2004, Chávez desató una campaña –incluso desde escenarios internacionales– para presionar a la Santa Sede a designar un nuevo arzobispo pro chavista para Caracas y acelerar el remplazo del entonces nuncio apostólico, monseñor André Dupuy, acusado de estar comprometido con la oposición “golpista”, por calificar como “tragedia humana” la situación que se vivía en aquel momento. Sin embargo, en Roma no atendieron sus pretensiones, aunque la designación como cardenal de Baltazar Porras quedó pendiente “esperando los tiempos de Dios, que son perfectos”.
Celebramos que antes de iniciarse el diálogo entre gobierno y oposición, donde el Vaticano participará como mediador, el papa Francisco haya mandado esta señal inequívoca del papel que jugará la Iglesia en la salida pacífica a la trágica crisis política y humanitaria de Venezuela. La designación del cardenal Baltazar Porras es un claro espaldarazo a los pronunciamientos críticos de la Conferencia Episcopal Venezolana y un reconocimiento a la lucha constante que ha mantenido Porras contra el mesianismo, el control absoluto de la educación y el trasnochado proceso ideologizante y empobrecedor.
Rompió el mutismo. El arzobispo del Táchira, monseñor Mario Moronta, fue el favorito de Chávez desde su prisión en Yare, cuando lo visitaba acompañado por el padre Arturo Sosa (designado como superior general de la poderosa Compañía de Jesús). Chávez se refería a su amistad y no perdía oportunidad para comprometerlo y conminarlo a pronunciarse a favor del “proceso bolivariano”, pero nunca le arrancó una sola declaración contra la jerarquía eclesiástica, ni pronunciamientos a favor de la revolución bolivariana.
Hoy Moronta rompió su mutismo al dirigir una carta pública al diputado del PSUV, Hugbel Roa, que desde el hemiciclo profirió improperios contra los cardenales Porras y Urosa: “Le escribí para que sepa que Baltazar y Jorge, con quienes comparto el ministerio episcopal en comunión con el papa, son mis hermanos en la fe y en la caridad pastoral. Soy testigo de excepción –no sé si usted pueda decir lo mismo– de la dedicación de ambos por el país y por la Iglesia. Con ellos comparto las alegrías y gozos, las esperanzas y angustias de nuestro pueblo golpeado en estos momentos”. Significa su ruptura con el régimen y la unión de la Iglesia. ¡Aleluya!
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