DÁMASO JIMÉNEZ | EL UNIVERSAL
Si hay algo que damos por perdido los venezolanos es la calidad de vida. Basta con salir a la calle o revisar las cifras de escasez, desempleo e inseguridad para percatarnos que el hilo de paz y convivencia por el que nos regíamos se rompió, que la letra constitucional tal cual aparece en el librito azul ha perdido sentido, que nuestros gobernantes hacen caso omiso a las voces del desespero de las protestas, en consecuencia los únicos que son detenidos, expulsados, perseguidos, encarcelados o desaparecidos son justamente aquellos que aún se niegan a ser silenciados.
El propio gobierno ha convertido al venezolano común en habitual sospechoso: o empujas el camión hacia el comunismo castrista o eres un terrorista, imperialista pagado por la CIA que quiere destruir su propia patria.
Es el discurso del presidente Maduro que cada día pretende entrampar al país en un "ghetto" de sobresaltos, anarquía, abusos, colas interminables, caos, desconcierto, impunidad, tiroteos, atracos, secuestros, muerte y miseria.
Somos los miserables del gobierno de Maduro. La actividad económica del país se ha paralizado como nunca antes este último año a pesar que irónicamente Venezuela posee aún las reservas de crudo más grande del mundo.
Estamos ante un proyecto socialista que en vez de basarse en los trabajadores como principal fuerza productiva para el cambio terminó mutando en un centro de negocios que maneja los intereses y comisiones de un selecto grupo de poder, que de forma pragmática lo importa casi todo para que nunca haya nada, dinamitando además el aparato que en otrora permitía producir desde las fincas o empresas que construían el país.
Se insiste en una ofensiva económica con once motores de la economía -seis más de los que en una oportunidad sacó de una baraja Chávez con el cuento de convertirnos en "una potencia mundial"-, pero desde el diálogo que libra la MUD poco se hace para cambiar la política errática del gobierno y por consiguiente el rumbo al colapso anunciado.
Estimaciones difundidas por SR Solchaga Recio en su estudio Perspectivas América Latina 2014, se prevé el colapso económico para este año y sitúa la economía venezolana entre las peores de la región. A pesar de los precios petroleros el cuadro que presenta este informe es de "inflación rampante, déficit fiscal incontrolado, escasez de bienes básicos, sobrevaloración de la moneda, reducción de reservas o alzas del riesgo país", y como en una película vemos como se sucede cada una de las situaciones que nos van empujando cada vez más hacia la ruina absoluta.
Países con menores ingresos por el rubro petrolero han logrado una reivindicación impresionante del sector obrero y profesional in manipulaciones de ningún tipo y sin hacer pasar por el filtro ideológico a la principal fuerza de producción de un país, pero ver como el trabajador venezolano recibe un distorsionado aumento del 30 % que en realidad se traduce a un disminuido salario de 85 dólares mensuales, es el paroxismo de la burla por la calidad de vida de quienes llevan adelante este país y sus familias, sobre todo cuando en países vecinos como Panamá, Ecuador o Colombia como ejemplos, el ingreso de un trabajador supera los 300 dólares al mes.
No hay dignidad en un salario mínimo de 85 dólares mensuales con una inflación de 58% y una escasez del 70 %, mientras los hijos de los "enchufados" -que ni siquiera trabajan- tienen acceso a manos llenas a los dólares que han ingresado al país en los últimos años y por ende al tráfico de bienes, servicios e influencias propias de la burguesía más parasitaria del planeta.
El plan de Maduro nos hizo mucho más pobres que el año pasado y con lo poco que devengamos debemos sobrevivir a una "economía de guerra" en cada cola que hacemos para llenar el tanque de gasolina o adquirir los pocos alimentos que existen en los anaqueles de los supermercados, si es posible luchar por ellos porque están racionados. Esto no es vida, es drama, es tragedia, es el despojo de nuestra calidad de vida.
@damasojimenez
www.damasojimenez.com
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