Por Luis Vicente León / Prodavinci
Luego de que el ex ministro Giordani lanzara su bombazo de despedida, en el que presenta críticas severas sobre el manejo económico y político del presidente Maduro (y de carambola trata de vender la idea de que el problema del país es que el gobierno dejó de seguir sus consejos de radicalización extrema), se levantó la polvareda dentro del chavismo y algunos connotados chavistas como el ex-ministro Navarro, el ex-candidato y conductor televisivo Miguel Pérez Pirela y el analista Nicmar Evans se han pronunciado, aunque diría que más para defender el derecho que tiene Giordani a disentir y opinar (y a la necesidad que tiene la revolución de reflexionar) que a respaldar la posiciones y dardazos envenenados que lanza la carta original.
La respuesta del presidente y sus actores políticos más allegados no se ha dejado esperar. Han usado la técnica tradicional de acusar de “traidores colaboracionistas” a cualquiera que difiera de ellos. Y en el caso de Navarro se usa su defenestración de la dirección del partido como una acción ejemplarizante extrema, que le envía un mensaje contundente a cualquier otro pepa asomada que se atreva a plantear divergencias hacia el interior del chavismo.
He criticado abiertamente la posición de Giordani. Primero, porque tengo una visión diametralmente opuesta de la economía y las acciones necesarias para resolver los problemas graves que se han generado precisamente por las propuesta de radicalización y control abanderadas e implementadas por Giordani durante el gobierno de Chávez. Y en segundo nivel porque me parece insólito que, a estas alturas del partido, un actor que ha estado súpervinculado al diseño de un modelo económico primitivo que ha destruido nuestra economía aparezca ahora como un impoluto revolucionario inocente de lo que está pasando, hablando “éticamente” para lavar su cara con la historia y definir “el legado” de Chávez, que no es más que un artificio con el cual pretende definir lo que él mismo quisiera que fuera la revolución.
Ahora bien: una vez establecida mi crítica, no puedo evitar una nota de solidaridad con el mismo Giordani y con quienes han expresado, desde el chavismo, su apoyo al derecho a expresarse, disentir, opinar y promover la autocrítica en la revolución.
Y ahora se van a alborotar los linealpensantes con sus clásicos: “ambiguo, esquizofrénico, pendular”.
No perdamos el tiempo en ellos, pero sí vamos a invertirlo en ti: mi crítica a Giordani, a su modelo, a su visión de la economía y a la política es frontal. Casi tanto como mi defensa al derecho que él y sus compañeros radicales tienen de expresarla. De eso se trata la democracia: no de defender a quienes piensan como tú (algo obvio, natural, facilito), sino de defender el derecho que tienen de expresarse quienes piensan distinto a ti, porque eso es lo que nos hace diferentes.
No podríamos criticar posiciones si apoyamos las acciones que impiden a otros fijarlas. Y si ellos no pueden expresarlas, ¿quién garantiza que podrás expresarlas tú?
Yendo al tema de fondo, las diferencias internas en todo grupo relevante de poder son naturales. El chavismo no es una excepción. Se combinan en su interior los radicales y los moderados, los civilistas y los militaristas, los socialistas con los comunistas y los pragmáticos utilitarios. Hay de todo. Y sin Chávez articulándolos, podríamos decir que hay tantas revoluciones como revolucionarios. Pero hay un centro de poder y de recursos que Maduro heredó del líder. Y no me cabe la menor duda de que es el imán más potente hacia el interior del chavismo.
Si consideramos que más del 70% de los chavistas manifiestan que Maduro debe ser el líder de la revolución, la cosa resulta aún más clara. Las disidencias internas que hemos visto hasta ahora no son de grupos mayoritarios ni modernizadores. Es precisamente al revés. Son clusters minoritarios y radicales que acusan el golpe de la necesidad de ajuste que tiene el gobierno para salir del atolladero en que esos mismos radicales metieron al país (y que el gobierno no ha tenido la fortaleza de ejecutar, bajo el chantaje de la unidad).
El problema es que el desenlace económico es tan dramático que mantener esa unidad es una pendejada en comparación con la necesidad del ajuste, sin el cual el país explotará llevándose a la revolución todita unida.
Maduro y sus más allegados lo saben y han intentado negociar los cambios para amainar los conflictos, pero la gradualidad ha jugado en su contra y les llegó el momento de las definiciones y decisiones duras.
No lo agarran en su mejor momento. Su popularidad ha descendido. El país ha pasado por etapas severas de convulsión social. La crisis económica está en su apogeo.
Aunque para algunos resulta que batir el récord de inflación mundial, tener el desabastecimiento en su clímax y mantener parado al sector empresarial es una muestra contundente de la superación de la crisis.
Pero Maduro no tiene opciones: debe avanzar dejando de lado a los dinosaurios. Y era obvio que estos reaccionarían e intentarían mostrar los dientes: saben que las divisiones internas pueden resultar peligrosas y están presionando para mantenerse en el juego. Sin embargo, la respuesta que están consiguiendo también era predecible. Maduro no puede darles espacios para que contaminen su ambiente, así que juega duro y ataca furibundamente a cualquiera que lo rete.
La tendencia natural es a endurecer sus posiciones frente a la disidencia interna: quien se resbale pierde. Éste será el mensaje con el que camine hacia el congreso del PSUV. Y sus acciones previas serán ejemplarizantes con toda la disidencia interna, por muy light que sea. Está usando la vieja estrategia del miedo para aplacar anticipadamente cualquier movimiento posible en el III Congreso. Va a mostrar su poder. Sacará a la calle a todos sus aliados para defender lo que él también llamará “el legado” del comandante, algo que él interpreta como mantenerse en el poder.
Chávez era un líder demasiado pragmático como para dejar un testamento rígido. Dejó un sucesor (que ahora intenta defenderse como gato patas pa’rriba) que tiene la responsabilidad de atender la crisis que un modelo equivocado y la ausencia de medidas de fondo han creado. Y esas medidas serán dificiles, pero por ahora creo que tiene oxígeno para manejarlo. Además, no está cerca de ninguna elección.
No obstante, más vale que sepa surfear la presión de sus propios monstruos internos, porque con un gobierno como el que lleva (que no es ni chicha ni limonada) el riesgo real no estará ni en sus radicales enviando carticas ni en los guarimberos encerrándose en sus propias calles.
Será gente arrecha en los mercados vacíos y en los hospitales sin materiales quirúrgicos, en las farmacias sin medicinas, en los talleres sin repuestos o en sus casas sin agua, sin leche, sin aceite y sin papel tualé.
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