La triada del mundo desarrollado no tiene razones para alegrarse. Tal vez China, India...
ALFREDO TORO HARDY | EL UNIVERSAL
Es claro que una etapa de bajos precios del petróleo perjudica en esencia a sus mayores exportadores. En este renglón caen, básicamente, los miembros de la OPEP y Rusia. No obstante no todos los países OPEP sufren en igual medida. Con reservas internacionales de 737 millardos de dólares, Arabia Saudita puede capear sin dificultades una temporada de precios deprimidos. Algo similar puede decirse de Kuwait y de Emiratos Árabes Unidos. No en balde fueron ellos quienes determinaron la decisión de la OPEP de no recortar la producción, de la misma manera en que su sobreproducción ha estado directamente relacionada con la caída de estos. Como bien pudo observarse en la reciente reunión de dicha organización, el objetivo principal de estos países es depurar de sus productores marginales a la industria del petróleo de esquisto estadounidense. A mediano plazo esta estrategia buscaría conducir a un renovado aumento de precios en medio de mercados más estables. Entretanto, se viene encima un período difícil para la mayor parte de los exportadores petroleros.
Teniendo claro lo anterior, cabría preguntarse quiénes sacarán provecho de este período. Según una fuente citada por Dave Shellok en el Financial Times del pasado 29/30 de noviembre, esta caída de precios podría arrojar beneficios del orden de los 550 millardos de dólares para los importadores petroleros, lo que equivaldría al 0,7% del PIB global. A primera vista, entonces, para la economía mundial y para los importadores habría motivo optimismo. Las cosas, sin embargo, no son tan simples.
Los costos de la tríada
La tríada de economías industrializadas es la que tradicionalmente deriva mayores beneficios de los precios petroleros deprimidos. Cabría suponerse así que Japón, quien ha venido importando volúmenes crecientes de petróleo desde la crisis de Fukushima, debería mirar con buenos ojos la baja en sus precios. Pero no es así. Desde comienzos de los noventa esta nación se encuentra sumida en la deflación. Esta última es la antítesis de la inflación, es decir, un proceso en el que las expectativas de precios más bajos disuaden las compras y el consumo, determinando un círculo vicioso de ganancias menores, cierre de empresas y desempleo. Mientras el gobierno actual había logrado inducir una pequeña inflación susceptible de estimular a su economía, la caída de los precios petroleros revertirá los logros obtenidos.
También en la Unión Europea se confronta una tendencia deflacionaria, producto de la austeridad fiscal que Alemania impuso a sus miembros. Según refería Associated Press el pasado 28 de noviembre, el Banco Central Europeo intenta estimular la inflación pasando del 0,3% actual al 2%. Este esfuerzo, a no dudarlo, se verá nulificado por los bajos precios del petróleo. Caer en la deflación contrarrestaría con creces cualquier beneficio que los consumidores deriven de una disminución de la factura energética.
En Estados Unidos los menores costos petroleros podrían ayudar al crecimiento económico, pero en mínima medida. Según Goldman Sachs, citado por The Economist el pasado 25 de octubre, una sumatoria de bajos precios petroleros y bajos intereses sólo añadirían un 0,1% al crecimiento de su economía en 2015. En contrapartida los costos serían decididamente altos. En primer lugar, y dada la correlación inversa entre precios del petróleo y valor del dólar, los menores precios petroleros incrementarán el ya inflado valor del signo monetario estadounidense, desestimulando aún más sus exportaciones. En segundo lugar, y más significativo aún, ello no sólo desestimulará de manera importante los nuevos desarrollos de petróleo de esquisto sino que borrará del mapa a los productores menos eficientes, todo lo cual va a contracorriente de una industria que se había transformado en el dinamo del crecimiento económico de ese país. En tercer lugar, y según fuente del Deutsche Bank citada por Andrew Critchlow en The Telegraph el pasado 14 de noviembre, en su carrera hacia una mayor producción de petróleo de esquisto, el Departamento de Energía estadounidense estimuló una peligrosa burbuja de deuda en ese sector. Bajo las actuales circunstancias la misma podría explotar, proyectando una crisis sistémica sobre el conjunto de su economía.
Un cuadro en gris
En síntesis, la triada del mundo desarrollado no tiene razones para alegrarse. Si alguien podría hacerlo serían China, India y, en general, las economías emergentes no exportadoras de petróleo. Pero igualmente habría que hacer una evaluación caso por caso. Tomemos el ejemplo de Brasil. Como gran exportador agroindustrial sacará gran provecho de la caída del precio de los fertilizantes (derivados del petróleo), pero a expensas de frenar los desarrollos petroleros costa afuera llamados a darle autosuficiencia energética.
Las gradaciones del gris, y no el blanco y negro, son las que prevalecen en este cuadro.
altohar@hotmail.com
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