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viernes, 30 de enero de 2015

A Dios rogando y con el mazo dando. Por Pedro Bernardo Celis


PEDRO BERNARDO CELIS | EL UNIVERSAL

Hemos insistido en esta columna, en la necesidad de cambiar paradigmas y propósitos como única forma de generar cambios duraderos en el comportamiento de los sistemas sociales. Si queremos eliminar los males que nos aquejan, si queremos eliminar la escasez, la delincuencia, la corrupción, la pobreza, la esclavitud y la dependencia, debemos cambiar paradigmas. En Venezuela, todos estos males, son estructurales. Esto significa que pequeños ajustes en el sistema social apenas logran cambios menores o pasajeros. Para erradicar estos males de raíz, tenemos que cambiar nuestros paradigmas y propósitos.

Hace 17 años el chavismo se presentó ante los venezolanos como la fórmula mágica que lograría estos cambios estructurales. Ellos pregonaban la eliminación de la corrupción, de la pobreza, de los niños de la calle, y de tantas otras cosas. A 16 años del experimento chavista, lo que sí logramos fue multiplicar la delincuencia y la violación de los derechos humanos. Mejoraron pasajeramente algunos indicadores puntuales de pobreza. Pero el terreno ganado en ese campo ya se perdió. No era sustentable en el tiempo ya que no estaba atado a reformas estructurales del Estado sino a los vaivenes del precio del petróleo. En la eliminación de la corrupción fracasaron estrepitosamente. Ni siquiera lo intentaron. Cambiaron los sujetos e incrementaron exponencialmente los beneficios de la corrupción. De acuerdo con los últimos resultados de Transparencia Internacional - http://www.transparency.org/cpi2014 - compartimos con Haití el honor del primer lugar como el país que se percibe más corrupto del continente americano. Y nos peleamos los primeros 15 puestos con algunos países africanos y del Medio Oriente.

Lo que sí se logró en estos 16 años de régimen chavista fue profundizar los paradigmas más nefastos de nuestra sociedad. Somos un país rico. Ahora el petróleo es de todos. Bajo la perspectiva del pensamiento sistémico, cuando el petróleo es de todos, en realidad no es de nadie. Todos nos sentimos con derecho a abusar del recurso, sencillamente porque individualmente percibimos que no corremos con las consecuencias de su abuso. Es así que lo despilfarramos a manos llenas, cual ignorante que se gana la lotería y al cabo de unos meses es más pobre que antes de ganársela. De igual forma, el paradigma de la riqueza nos invita a creer que no hay necesidad de trabajar. Ser un país rico implica que sus ciudadanos no tienen necesidad de ser productivos. Ser dueños de las mayores reservas petroleras del mundo nos lleva a vivir entre el despilfarro de la riqueza y lo irrelevante del trabajo y del esfuerzo individual. Además, esta noción se ve reforzada por la vida en el trópico, donde no hay necesidad de organizarse para aguantar el frío del invierno.

Desde que apareció el petróleo, la política y la economía siempre han estado estrechamente relacionadas en nuestro país. Mucho más que en otras sociedades donde el Estado no tiene en sus manos la inmensa riqueza petrolera. Aquí, toda decisión tomada en el ámbito económico es primero que todo una decisión política. Una simple decisión de ajuste en el precio de la gasolina, que es fundamentalmente, una decisión atada a la economía de la nación, pasa por el filtro político, por el filtro populista, por el filtro de la corrupción, por el filtro de nuestros paradigmas. Un tiro al piso para cualquier economista y para cualquier comerciante, se convierte por arte de la política en la ruina de la patria.

La reciente presentación de la memoria y cuenta de quien detenta el poder en Venezuela resultó muy ilustrativa del arraigo que tienen estos paradigmas en nuestro sistema social actual. En resumen, nuestros males no existen. Son una invención del enemigo. Somos un país rico que se puede dar el lujo de despilfarrar la gasolina y promover la pereza entre sus conciudadanos. Al final de cuentas, Dios proveerá.

Las creencias son parte fundamental de cualquier sistema social. Creer en Dios a través de cualquiera de las religiones del planeta, o por nuestra propia cuenta, establece paradigmas que afectan el comportamiento de los sistemas sociales. No hay duda que Dios proveerá. Él nos provee minuto a minuto. Por eso estamos vivos. Venezuela es un sistema social profundamente afectado por las creencias cristianas. Sin embargo, como es evidente, esto no es garantía de una sociedad justa, de una sociedad en paz, de una sociedad libre del yugo opresor. Para los creyentes, las riquezas materiales y espirituales que recibimos, muchas o pocas, todas provienen de Dios. Sin embargo, el verdadero paradigma cristiano no se queda sencillamente en el "Dios proveerá". Bien lo ilustra San Ignacio de Loyola: hay que hacer las cosas como si todo dependiera de nosotros y nada de Dios, pero hay que confiar en Dios como si todo dependiera de Él y nada de nosotros. Ese es el paradigma necesario. A Dios rogando y con el mazo dando.

@ProfPBCelis – pbcelis@usb.ve – pbcelis.tumblr.com


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