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domingo, 10 de mayo de 2015

La censura, TalCual, Teodoro y el Ortega y Gasset. Por Manuel Malaver


Manuel Malaver / La Razón / ND

Primero fue el boicot publicitario, siguió el intento de compra forzada, después el amago de dejarlo sin papel y ahora TalCual y su director, Teodoro Petkoff, comparten con otros rebeldes, El Nacional de Miguel Henrique Otero, y La Patilla de Alberto Federico Ravell, la amenaza de ser cerrado por orden judicial y arruinado hasta el último centavo por la multa que es la Santamaría con que el régimen del dúo Cabello-Maduro ajusta cuentas con tal clase de “enemigos”.

“Tienen suerte”, podrían decir periodistas oficialistas o cesáreos como Eleazar Díaz Rangel, Earle Herrera, Desirée Santos Amaral, Luís Britto García y Luis Alberto Crespo, “porque el camarada Stalin, o el camarada Fidel les habría quemado los periódicos y enviado al Gulag o la cárcel. En cambio que, este camarada Cabello, alias, Maduro, tiene la benevolencia, la mansedumbre de hacerles un juicio injusto, pero juicio al fin”.

Hago memoria (¡qué falta hacen aquellos teodoristas recalcitrantes que fueron Manuel Caballero, Jesús Sanoja Hernández y Cayetano Ramírez!) y aterrizo en aquel tabloide Punto que, no sé si dirigió Teodoro a comienzos de los 70 (los mismos del MAS), o al menos nació bajo su inspiración, y en el cual, le crecieron las primeras plumas a muchos pichones de quienes hoy agregan leña a la hoguera donde el cabellismo-madurismo intenta incinerarlo.

Pero, si no encontraron al “Catire” en Punto, quizá olisquearon aquellos textos de culto que son: Checoeslovaquia: El Socialismo como problema (Editorial Domingo Fuentes. Caracas. 1969) y Socialismo para Venezuela (Editorial Fuentes. 1970), escuelas del buen pensar y mejor escribir, y donde le dijo a Venezuela y al mundo que el marxismo latinoamericano podía actuar con cabeza propia y, lo que es más, con valentía e irreductibilidad.

Sería abrumador citar las referencias nacionales e internacionales que siguieron a este primer atrevimiento de Petkoff en el mundo de las letras y la teoría política (antes había publicado artículos en aquella revista de los 60, Tabla Redonda y una traducción del francés, desde el cuartel San Carlos, de El arte de la guerra de Sun Tzu), aunque sería inexcusable no traer dos especialmente marcadoras, de Octavio Paz, para el MAS y el novel despolillador del viejo Marx, en una colección de ensayos, El Ogro Filantrópico (Seix Barral S.A.1979) y que es, definitivamente, el asiento de que algo nuevo había explosionado en la política latinoamericana de los 70:

“Venezuela es un país dependiente como México; también es una democracia más avanzada que la nuestra y en la que existe un partido como el MAS (Movimiento al Socialismo). Nuestra izquierda debería reflexionar un poco sobre el caso del MAS, doblemente ejemplar: por su independencia frente a los “socialismos” totalitarios, y por sus esfuerzos para comprender la realidad venezolana”.

Y en cuanto a Petkoff: “En fin, no pido nada del otro mundo. Pido lo que tienen cada uno a su manera y en dosis variable, un Mitterrand en Francia, un Felipe González en España, un Mario Soares en Portugal, un Teodoro Petkoff en Venezuela: un poco de independencia, de realismo e imaginación”.

Pensar que estas ideas fueron escritas hace casi 40 años y que Felipe González y Teodoro Petkoff estaban colmando el miércoles las agendas políticas y mediáticas de dos continentes, no solo me hace estremecer por el tributo que intuyo a uno de los más grandes pensadores del siglo XX latinoamericano y global, sino por la reafirmación de la venezolanidad como voluntad perenne de mantener al viento las banderas de la libertad y la democracia.

Pero otra vez se me escapa el Petkoff de carne y hueso, que es el que menos he visitado, porque nuestros encuentros nunca son frecuentes ni largos, aunque los pocos y cortos se doblan cargados de matices difíciles de olvidar y desperdiciar.

Nos conocimos personalmente a mediados de los 80, en el apartamento de una amiga común, en Altamira y cómo alguien me chismeó que, a raíz de una nota que escribí sobre él en Resumen -y que consideró injusta-, había prometido molerme a insultos en cuanto me viera, le estreché la mano algo nervioso, o, más bien, prevenido del chaparrón.

Sin embargo, al rato me di cuenta que no la había leído, o mejor, que si la había leído le importó poco y nos zambullimos en lo que más le podía interesar a dos venezolanos comunicadores de mediados de los 80: la crisis de la deuda, la inflación incontrolable, la corrupción y el crepúsculo, ya incandescente, de Acción Democrática y Copei.

Lo sentí en una angustia, la de percibir que el pronóstico por el cual había fundado el MAS se había cumplido, pero sin que la nave para viajar a la nueva Era hubiese crecido lo suficiente para empezar el tránsito.

No fue, sin embargo, sobre lo que más planeamos aquella noche, pues crecía demasiado silencio en la Caracas fresca de aquellos días como para perderlo hablando de la eterna conflictividad en Centroamérica, la emergencia del neoconservadurismo norteamericano, la decadencia soviética, la restauración de la democracia en el Cono Sur y de lo que pasaría en Panamá si Reagan insistía en invadirla y desalojar a Noriega.

Había otros temas en juego, y como siempre resulta en cualquier circunstancia en que se habla con Petkoff, el del beisbol chocó como un tablazo entre left y center y fue entonces decidir si La Guaira (su equipo) clasificaba, o si Magallanes (el mío) sería el campeón.

Me di cuenta, -y casi pude escribirlo en un diario que siempre me prometo llevar y nunca comienzo- que, a diferencia del Teodoro del Manual para Principiantes (cascarrabias, gruñón, tonante, intolerante, intraficable), el de verdad, el profundo, es un ser humano tranquilo, que se aburre con las conversaciones sesudas, con una propensión irrefrenable a oír y contar chistes y a celebrar cuanta salida se aparta de la rutina y el lugar común.

Inolvidable, en fin, este player despierto que, según Felipe González, “cuando opina hace temblar el régimen” y, para Mario Vargas Llosa “es un incansable fajador en las luchas por la libertad y la democracia de Venezuela y el continente”.

Pero regresando al motivo de esta crónica, que son “los días de Petkoff en los últimos 16 años”, jamás escapara a la amenaza de mi fallido diario, el día que almorzamos en un restaurant de Sabana Grande para informarme que había aceptado la dirección del vespertino El Mundo y que contaba conmigo para una columna que “aspiraba fuera la mejor “del mundo”.

No sé si lo complací, pero me regaló la sorpresa de que mi artículo sobre el discurso de Jorge Olavarría el 5 de julio de 1999, fuera noticia y portada de la edición del día siguiente, y, para mayor prueba de confianza, estuve entre los columnistas que inauguramos su próxima aventura periodística: TalCual.

Días de ira, arrebatos, tormentas, caudillos, utopías, delirios, alaridos, esperpentos, desfiles, uniformes, represión de multitudes y de una combinación a la que siempre Petkoff había exorcizado: militares de izquierda.

De nuevo los jinetes del apocalipsis de la guerra civil galopando sobre Venezuela, y, por distintas vías, los que ya estábamos ganados para que el país no regresara al siglo XIX, empujando la pesada carreta de la paz, la ley, el estado de derecho y la justicia social que es la que funda el sueño de la democracia y la libertad.

Por ahí seguía Tal Cual, con Teodoro, recibiendo amenazas, siendo acosados, como el buque del “Tifón” de Conrad, escorado por el oleaje, pero no hundido, antes con los marinos que nos alejamos del puerto un día hacia otros viajes, hacia otras naves, pero ahora con Fernando, Laureano , Elizabeth, y siempre con Ibsen, ese colaborador que se ve poco, pero es imposible evitar el día en que atraviesa toda una página del tabloide discurriendo sobre Wittgenstein o la “Escuela de los Chicago… Cubs”.

Me acuerdo de la última vez que vi a Teodoro: un día de agosto del 2011. Nos invitaron a un programa de la mañana en el canal 10, Televen, pero yo entré primero y él después.

Me dijo que lo esperara para irnos juntos.

Me dio la cola de Horizonte hasta mi casa, en La Florida. La mañana estaba tranquila, sin tráfico, pero condujo lento, pausado. Quizá agarrando más luces rojas de las que debía. Lo tomé como un elogio a nuestra amistad. Y habló mucho, mucho.

Podría repetir, palabra por palabra, todas sus opiniones sobre el momento, lo nada confiado que estaba sobre los cambios que seguirían después de Chávez y su alerta en cuanto a las fuerzas que se agitaban en el subsuelo, las sombras que no se sabe exactamente que son, hasta que se alejan.

Desde luego -muy teodorista-, me corrigió algunos optimismos, y me alentó a fijarme en señales que, se veían insignificantes, pero volaban a una velocidad de crucero aun no mensurable.

“¿Pero qué te pasa?”, me reclamó cuando frenó para dejarme. “Casi no has hablado, tú, el hablador, el perico de Aló Ciudadano?”

“Te estaba oyendo y espero que nos veamos pronto. Hay que seguir conversando”.

“Más bien, hay que seguir escribiendo. Y ya sabes, ahí tienes a Tal Cual, tu casa”. Y arrancó sin permitirme enviarle cariños a Neugim, Rayna e Irene.

Tal Cual, el periódico que se reinventó el jueves como semanario y creó su página web, el de otro titular histórico, “Hola, Diosdado”, de igual alcance a aquellos “Hola, Hugo” y “No hables miejda Fidel”.

El periódico de Teodoro Petkoff que hizo historia en el periodismo y la política de los últimos 16 años, porque fajarse con él es exponerse siempre a un KO fulminante.

Y ahí está el premio “Ortega y Gasset” para demostrarlo.

Gracias Teodoro… ¡y hasta la próxima pelea!


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