AGUSTÍN ALBORNOZ S. | EL UNIVERSAL
Cuando juzgas a otros, no es a ellos a quienes defines, sino a ti mismo. Wayne Dyer
En estos días reflexionaba un poco sobre cómo somos los seres humanos y me percaté de algo que parece ser muy común en todos nosotros: la rapidez y diría hasta la precipitación con que juzgamos a otros seres humanos, la velocidad con que expresamos una opinión acerca de los demás, sin muchas veces conocerlos medianamente ni saber por cuál situación atraviesan.
Sin duda que esta cualidad nuestra nos trae muchos más problemas que beneficios, para darnos cuenta de ello basta con que nos pase a nosotros, es decir, que alguien nos juzgue con premura y de paso se equivoque en su apreciación, lo cual suele ocurrir, para que comprendamos que no es nada conveniente esa actitud en nuestras relaciones con los demás. En realidad lo mínimo que nos va a costar mantener esa conducta es un rechazo de las personas a quienes juzgamos a la ligera, el cual puede llegar incluso a agresiones verbales y hasta físicas, debido a que podemos ser muy injustos al opinar sobre alguien sin pleno conocimiento de causa.
Lo cierto es que persistir en opinar apresuradamente es algo con lo que vamos a tener que lidiar bastante si queremos ver una variación en nuestras relaciones con los demás, y debemos estar conscientes que si no buscamos un cambio real en ese sentido vamos a tener que acostumbrarnos a tener relaciones conflictivas con las demás personas.
Por otro lado, cuando observamos en otros actitudes reprobables de una manera sostenida la cosa es diferente, ya no se trataría de un juicio apresurado sino una apreciación objetiva de un hecho negativo que ocurre con frecuencia o no, por lo que en este caso si debemos manifestar nuestra inconformidad ante quien mantenga una conducta así para pedirle que recapacite y que incluso cambie esa actitud. Sobre todo si esas acciones son nocivas para otras personas y para proteger de malos ejemplos a niños que puedan estar observando, e incluso hasta por el bien de quien actúa de esa manera. Que esta persona nos escuche o no ya ese es otro cantar, pero en el peor de los casos hemos hecho lo que podíamos al respecto y no dejamos que simplemente algo erróneo siguiese ocurriendo sin nosotros hacer nada, y en el mejor caso alguien con una actitud perjudicial puede llegar a cambiar.
Si este último fuese el caso, es decir, si nos vemos obligados a intervenir para llamar la atención a alguien, deberíamos siempre recordar que es importante hacerlo de una manera prudente, respetuosa, y hacerlo como nos gustaría a nosotros que otra persona lo hiciera en el caso de que fuésemos nosotros los que estuviésemos teniendo esa conducta inconveniente y nociva. Si lo hacemos de otra forma, no vamos a solucionar a nada y con seguridad lo que vamos es a armar un pleito que no nos va a llevar a nada bueno.
Otro aspecto importante relacionado es que hay una realidad inevitable: que como seres humanos falibles que somos siempre cometemos y vamos a seguir cometiendo errores, por lo que lo importante del proceso de aprendizaje continuo que es la vida no es que no vayamos a cometer errores, sino cuánto vamos a aprender de esos errores cuando incurramos en ellos, y cuánto vamos a decidir cambiar por iniciativa propia como consecuencia de los errores que hemos cometido.
Volviendo al tema de juzgar, menciono esta realidad porque ¿cuántas veces no nos pasa, tanto juzgando a los demás como cuando nos toca a nosotros, que lo hacemos en base a un error serio que alguien cometió una vez en su vida? Alguien, que podemos ser nosotros mismos, cometió un grave error en su juventud (por cierto, con honestidad, ¿quién no lo ha hecho?, sea más o menos grave) o hasta más adelante en su vida, y luego queda marcado para siempre por ese hecho, sin importar lo que sucedió después, solo porque otras personas lo juzgan con severidad por esa situación. Lo menos que podemos decir cuando alguien tiene (o nosotros tenemos) una actitud así es que estamos siendo injustos, porque estamos condenando a alguien por algo que es característico del ser humano.
Cuando hemos cometido errores, sea adrede o sin intención, podemos asumir dos actitudes:
1. Seguir cometiendo el mismo error, intencionalmente o no, hasta que ocurra algo más grave que nos lo impida seguir haciendo.
2. Percatarnos de nuestro error, aprender las lecciones que existen detrás de cada equivocación, tratar de reparar los daños que hayamos hecho mientras sea posible y buscar cambiar para que no siga pasando lo mismo.
Amables lectores: procuremos no ser tan exigentes ni con los demás ni con nosotros, sobre todo en temas como el que hemos tratado; busquemos más bien el mejor lado de cada situación que nos acontece, para en lo posible ayudarnos más y perturbarnos menos los unos a los otros.
Antes de juzgar al prójimo pongámoslo a él en nuestro lugar y a nosotros en el suyo, y a buen seguro que será entonces juicio recto y caritativo. Francisco De Sales
agusal77@gmail.com
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