Miguel Angel Santos / El Nacional
Maduro llegó a la sesión de memoria y cuenta en el momento cumbre. Tras volver de la gira mundial con las manos vacías, y con los precios del petróleo por debajo de cuarenta, hay un cierto presentimiento de que esta vez sí será. Muy poca gente entiende las cosas a las que presumiblemente se va a referir; pocos son capaces de interpretar las medidas, los tonos, lo que dijo y lo que no se dijo, en términos de champú, de pollo, de abastecimiento, de carne, de poder de compra del salario. Vienen tiempos difíciles, y siendo así no es de extrañar que haya empezado por recurrir a la épica histórica del chavismo, contrastando los dieciséis años de revolución a los dieciséis previos.
¿Y qué ha pasado en estos dieciséis años? En promedio, quienes se sientan a escuchar a Maduro esa noche consumen 52% más que en 1998. Ha ocurrido un boom fenomenal en el consumo, equivalente a aumentar en volumen 2,7% cada año. En ese período, el consumo alcanzó su punto máximo histórico, y uno tiene la impresión de que cualquier aclaratoria o advertencia que se haga, las que hemos venido haciendo muchos todos estos años, va a caer en terreno estéril. Hasta hace poco, era en cierta forma el equivalente a aparecerse con la cuenta en la Última Cena (una idea original de Cabrujas, que me ha parecido útil traer a colación).
¿Cómo ha sido eso posible? Lo primero que cabría aclarar es que no lo ha hecho posible nuestra capacidad productiva. En esos dieciséis años nuestra producción per cápita apenas aumentó 12% anual, equivalentes a un mísero 0,7% anual. Toda la diferencia entre nuestro consumo y nuestra producción la vinieron a cubrir importaciones. Con el chavismo, Venezuela pasó de importar 18.000 millones de dólares en 2004, a nada menos que 65.000 millones en 2012. He aquí la clave del éxito de la revolución y el espejismo del socialismo posible: promovió un conjunto de medidas que en otras circunstancias habrían causado un empobrecimiento acelerado, en medio de un boom de consumo privado. De ahí que haya podido darse el lujo de expropiar, amenazar y saquear a empresarios nacionales e internacionales (estos últimos siempre mejor pagados), y sobrevivir políticamente a la destrucción del aparato productivo nacional.
Todo eso fue posible no sólo al boom petrolero, 698.000 millones en exportaciones entre 2004 y la fecha. El endeudamiento acelerado de la nación vino a complementar el ingreso petrolero: entre 2006 y 2012 la deuda de Venezuela se cuadruplicó, pasando de 26.500 millones de dólares a nada menos que 116.000. Maduro ha dicho Dios proveerá, pero el hecho es que Dios lleva ya rato proveyendo la bonanza petrolera más larga de nuestra historia.
Llegados a este punto, con el petróleo por debajo de cuarenta y los mercados internacionales cerrados para Venezuela, tras trajinar por el mundo pasando colecta y regresar con las manos vacías: ¿qué ha dicho Maduro?
En primer lugar ha anunciado el mantenimiento de la tasa oficial 6,30, sobrevalorada ya en una magnitud inestimable, y ha garantizado al menos 8.000 millones de dólares en esa gaveta que serán “sólo para alimentos y medicinas”. El problema está en que hace rato que esas asignaciones se vienen orientando a lo que contablemente se registra como alimentos y medicinas, pero en ningún caso se traducen en una cantidad similar de bienes. Con el mercado paralelo 29 veces por encima de esa tasa, recibir dólares a tasa oficial y crear importaciones ficticias es el único negocio del lugar. Maduro demuestra así la importancia de la élite que lo mantiene, manteniéndole a su vez los privilegios del dinero fácil. Nosotros los mantenemos a ellos, y ellos lo mantiene a él.
Maduro ha anunciado también la consolidación de Sicad I y II en una única subasta, y ha asomado que habrá un tercer mercado “de bolsas públicas y privadas”. Aseguró que con eso trata de “aplacar a ese otro mercado, el ilegal”, algo que muchos han interpretado erróneamente como el levantamiento del control de cambio. Es temprano aún. Habrá que leer la letra pequeña. Una retórica similar ya prevaleció con el lanzamiento tanto de Sicad I como de Sicad II, y lo que ocurrió después ya se conoce: Cualquier cosa menos un mercado libre.
Mi impresión es que, en este caso, tampoco lo será. Con el precio del petróleo por debajo de cuarenta dólares, nuestras exportaciones petroleras apenas llegarían a 25.000 millones de dólares. Nuestras importaciones en 2014, un año terriblemente caótico, con caídas de 4% en la producción, 3,3% en el consumo privado, 93% de inflación de alimentos y desabastecimiento rampante, estuvieron alrededor de 42.000 millones. Nuestra balanza de servicios, que contempla pagos de intereses de deuda, fletes y seguros, totalizó nada menos que 15.000 millones de dólares. Si se le agregan 5.000 dólares de pagos de principal de deuda, ese país caótico y errático viene quemando dólares a ritmo de 62.000 millones anuales. Ahora la cantidad de dólares que el gobierno tiene para vender entre esos tres sistemas es mucho menor, y si vende en el paralelo “legal” no tendría para SICAD y para el 6,30; si vende en esos dos, no tendría suficiente para aquél.
Con un detalle adicional. Muchos dan por sentado que un mercado paralelo legal traería consigo una reducción significativa en el precio del dólar “libre”. Es posible, hoy en día el mercado tiene una prima por falta de liquidez y otra por ilegalidad, es inestable y caprichoso. Algo de estructura legal podría reducir el riesgo y bajar el valor del dólar. Pero también es verdad que hay muchas transnacionales sentadas en diez años de utilidades acumuladas en bolívares (los diez años que tiene Cadivi sin liquidar dólares para repatriación de dividendos) que estarían dispuestas a volcarse sobre el mercado legal aumentando exponencialmente la demanda. ¿Y quién va a ofertar divisas en ese mercado?
Maduro también ha asomado la posibilidad de un aumento de la gasolina. Eso, que no podemos seguir regalando la gasolina, es acaso la única cosa responsable que ha dicho. Está claro que lo ha hecho más por necesidad que por convicción. El problema está en que ni la devaluación, ni el aumento de gasolina, generan dólares. La única forma de que eso ocurra es que el nuevo precio de la gasolina sea tan colosal, que reduzca la demanda en Venezuela y podamos exportar esos barriles a precios de mercado. Improbable.
Llegados a este punto, con nuestro consumo dependiendo de importaciones en una proporción nunca vista, lo único que podría evitar una caída colosal serían dólares. Pero China ha dicho que no. Los mercados internacionales están efectivamente cerrados, con primas superiores a 30% en dólares. En esa circunstancia han recurrido a una de las pocas opciones abiertas: endeudar Citgo. Por estos días, un grupo de banqueros de inversión de Texas se pasean por ahí ofreciendo 2.500 millones de dólares en bonos de la subsidiaria de Pdvsa con un rendimiento estimado de 10%. Parten de la base de que, en caso de default, la deuda sería fácilmente recuperable liquidando los activos de Citgo en Estados Unidos. Lo más curioso: en el road show queda claro que los fondos irán directamente a Pdvsa (gasto público) y no tendrán nada que ver con inversiones de la subsidiaria. El problema está en el riesgo de un default hacia finales de año, cuando debamos enfrentar el vencimiento de 11.000 millones de dólares muy cerca de las elecciones parlamentarias. ¿Qué pasaría con esa deuda de Citgo si caen en default los bonos soberanos o Pdvsa?
A propósito de la posibilidad de default, hubo un par de comentarios de Maduro que me parece vale la pena rescatar. Ha dicho que ya está claro que todo el riesgo que las calificadoras le atribuyen a Venezuela es “por factores geopolíticos”, y que en el futuro “habrá que filtrar las teorías poniendo por delante los intereses de la nación”. También ha asomado que promoverá una mayor inversión privada en el negocio petrolero, algo que podría hacer en alguna medida sin modificar la ley que exige mayoría para la República en todos sus contratos (en algunos Venezuela tiene más de 50,1%).
En resumen, Maduro ha anunciado que se mantendrá el sistema de cambio múltiple que ha engendrado el episodio de corrupción más grande de nuestra historia (y mire que tenía competencia). Ha anunciado una revisión en el precio de la gasolina, que tomará algún tiempo y en cualquier caso sólo recaudará bolívares. No ha hecho un solo anuncio monetario ni fiscal, no ha dicho cómo va a cubrir ese enorme hueco entre los ingresos y los gastos del Estado, y peor aún, se ha comprometido a crear nuevos programas sociales de protección que probablemente no vayan más allá de un espejismo. Si el déficit en 2014 fue 19% del PIB, con el petróleo en promedio a noventa dólares por barril, la magnitud del hueco fiscal ahora es inestimable. Lo único que queda es imprimir dinero a mansalva, a un ritmo que traería una inflación superior a 100%. Quizás ese Dios al que se refería Maduro no sea otro que la propia Casa de la Moneda de ahí de Maracay. Podría inclusive ir mucho más allá, pero es aún temprano para predecir una hiperinflación. La caída en el consumo privado y la de la producción será muy acentuada. La contracción necesaria en importaciones para cuadrar las cuentas en dólares es brutal, y a estas alturas ya no queda nadie en disposición ni capacidad de venir a producir aquí lo que ya no podemos comprar afuera. El Fondo Monetario Internacional, que ha actualizado su pronóstico hace unos días a nada menos que -7%, muy probablemente se haya quedado corto.
¿Qué no anunció Maduro? No levantó el control de cambio, ni ofreció una ruta clara para llegar ahí. No ofreció unificar el Tesoro Nacional, ahora dividido en cuatro o cinco partes, sólo una de las cuales pasa por el escrutinio de la Asamblea Nacional. No habló de suspender los envíos de petróleo subsidiado que aún persisten. No ofreció restablecer los activos expropiados a sus antiguos dueños. No garantizó la propiedad privada. No solicitó la renuncia el pleno al Directorio del BCV, que ha fracasado en su meta de “mantener estabilidad de precios”. No dijo nada en relación con el control de precios, por el contrario, comenzó anunciando una suerte de saqueos institucionalizados a los inventarios aún disponibles entre productores y comerciantes nacionales. Nada de esto, ninguna mención a atacar el problema de fondo y reconocer el enorme fracaso, el fraude, que ha sido la revolución. Hacer algo así, hubiese implicado acabar con el sistema de privilegios que lo sostiene, equivaldría a serruchar el piso en el que precariamente se sostiene. Por esa razón, no anunció nada de lo que nos convendría. Y es que lo que nos conviene a nosotros, como nación, hace ya rato que no le conviene ni a él ni al chavismo. Y viceversa.
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