Ana Julia Jatar / El Nacional
Luego de regresar de un viaje en el cual no solo perdió su tiempo sino casi dos millones de nuestros dólares, regresó Maduro con las manos vacías y con la boca llena de insultos y mentiras para descalificar a los venezolanos. Muchos dicen que lo que le sucede es que ya renunció pues ha quedado demostrada su incapacidad de gobernar. Y es que el exconductor del Metro de Caracas esta paralizado luego llevarnos hasta el borde del precipicio. Es absolutamente inaceptable que nos diga ahora que decidió apretar el acelerador luego de ver el barranco que tiene en frente. ¿Será por eso que en su Memoria y Cuenta, a la mejor usanza CAP nos hablo de “autosuicido”?
Durante casi tres horas Maduro fue incapaz de enviar un mensaje que nos aclarara el camino, mas bien se dedicó a hacer lo que los dictadores saben muy bien: reinventar la historia en larguísimas arengas fantaseando con héroes y villanos que les sirven para sus pretensiones de eternizarse en el poder. No pude evitar recordar la novela de George Orwell, Animal Farm (La Rebelión de la Granja) en la cual magistralmente Orwell describe una granja en Inglaterra en la cual los animales toman el control luego de una revolución y decretan: “Todos los animales son iguales” para que luego el gran y único Líder, el cerdo Napoleón lo cambiara por otra mucho más conveniente (para él): “Unos animales son mas iguales que otros”. Los insultos de Maduro y su empeño en dividirnos machacando que solo son buenos quienes lo siguen y que el resto de los venezolanos somos unos traidores a la patria resuena perfectamente con la Rusia de Stalin, inspiradora de la novela de Orwell. En la Venezuela de hoy por desgracia del régimen actual, existen unos ciudadanos más iguales que otros.
Esta visión totalitaria del mundo, la de una sola verdad que no admite dudas ha sido el enemigo eterno del hombre libre. La misma batalla que se libró durante el siglo XX contra el comunismo se esta llevando a cabo en el XXI contra el extremismo religioso y el terrorismo. El mundo civilizado ha tomado nota del peligro de la barbarie que nos amenaza, del extremismo islámico y de las nuevas ambiciones imperialistas de Rusia. En otras palabras, de la falta de tolerancia en el mundo y de la necesidad de difundir con convicción indoblegable los valores de la libertad e inclusión. Pero en vez de llevarnos hacia el futuro, Maduro con la vista en el espejo retrovisor aprieta el acelerador frente al barranco.
“Venezuela va por mal camino”, me han repetido hasta el cansancio líderes de América Latina y del mundo aquí en Davos, desde donde escribo este artículo. Y es que mientras lideres de la diversidad de Francois Hollande de Francia, Angela Merkel de Alemania, Petro Poroshenko de Ucrania, Nouri al-Maliki de Irak y muchos otros alertan sobre la necesidad de derrotar el totalitarismo y la barbarie, en nuestro país se estimula. Por eso Maduro perdió el viaje: los líderes del mundo libre desprecian su manera de gobernar y los inversionistas no creen en su capacidad de pagar. Digo lo que escucho en Davos.
Hoy el mundo libre esta unido contra la barbarie, pero sin olvidar que no somos su inverso, la libertad no viene de predicar una sola idea antagónica al totalitarismo. La libertad es contestataria y desde ella podemos estar divididos en nuestras visiones del mundo y en nuestra forma de darle sentido a la vida. No nos parecemos en nada al servicio ciego a un solo pensamiento como pretende imponernos el régimen actual. Es de hecho esa falta de unidad en las ideas lo que nos une. Es ese importante espacio que le reservamos a nuestras dudas lo que nos desarrolla la habilidad de convivir con ellas y ser tolerantes.
Venezuela no puede seguir perdiendo el tiempo con este conductor suicida, el camino de la libertad y la tolerancia es el único que conoce de progreso. Ese es el futuro que merecen nuestros hijos. Por eso insisto en que Nicolás Maduro debe renunciar y hoy luego de escucharlo agrego que si se quiere “autosuicidar” que lo haga solo sin llevarse a Venezuela por el barranco que el mismo se buscó.
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